24 km
Dificultad media.
Vulcano, Hefesto para los antiguos griegos, era hijo de Júpiter y Juno. Vulcano sentía un fuerte cariño por su madre y solía consolarla después de sus frecuentes enfrentamientos con Júpiter. Un día, tras una fuerte discusión debido a los celos entre los dioses, Júpiter suspendió a Juno en las nubes mediante una cadena de oro. Vulcano intentó rescatarla, pero no lo logró. Furioso por la interferencia de su hijo, Júpiter lo arrojó del cielo y este cayó a la tierra durante un día y una noche completos. Vulcano aterrizó en la isla de Lemnos. La gravedad de la caída lo dejó cojo y deformado. Abandonado, debido a su deformidad, también por su madre, se retiró al monte Etna, donde tras aprender los secretos del metal que le enseñaron las ninfas, estableció una gran forja y colaboró con los cíclopes.
La ruta de los volcanes es uno de los principales atractivos de la isla. Pocas veces se le ofrece a un foráneo la oportunidad de transitar entre cráteres inactivos, pisar ceniza volcánica o picón u observar cómo la vida se abre paso en un suelo aparentemente estéril. El hecho que recorramos la ruta en dirección sur nos permite el privilegio de no penar la subida y disfrutar la bajada. Las dudas con el suelo y los descensos se resolvieron muy pronto.
Un día más, Auxi e Isidro se sacrifican por el resto y tras dejarnos en el parking del refugio llevan el coche hasta el faro de Fuencaliente y comienzan la ruta al revés.
La mañana en el refugio de El Pilar nada tienen que ver con el multitudinario mediodía anterior. Partimos, eso sí, acompañados de algún turista menos preparado a los que dejamos de ver enseguida. La ruta comienza con un pequeño ascenso y llaneo los primeros 8 kilómetros lo que nos hace preguntarnos a cada paso: "¿Cuándo comienza la bajada si estamos todavía a casi 2.000 m de altitud?".
Hoy el día acompaña. el cielo está completamente despejado y la temperatura, quizás por la altura, es muy recomendable para la actividad.
Cuando llega el descenso, pronunciado y con bastante picón se resuelve el temor de Paco que llevaba días temeroso de cómo afrontaría el descenso. Realmente es bastante sencillo y en caso de caída es una superficie bastante amortiguada así que nos decidimos por darle velocidad a la bajada, probando nuestra "depurada" técnica de esquí.
El paisaje por el que andamos, entre el volcán Hoyo negro, el Duraznero, el de las Deseadas, el de Martín y el cono volcánico de la Montaña de fuego nos parece fascinante, como si estuviéramos en otro planeta. La belleza de la aridez es sobrecogedora y atrayente.
Observamos como, en algunos lugares, las formaciones aleatorias de piedras retienen una mínima cantidad de humedad que es suficiente para que germine una semilla de pino y este, al crecer, esparce sus agujas por el suelo creando las condiciones para que surjan más arboles de su especie y con el tiempo de otras, creando un ecosistema de bosque. Es una dinámica tan lenta, pero apasionante y un privilegio observar cómo se reforesta una superficie volcánica arrasada.
Comenzamos a descender y el bosque se va haciendo cada vez más presente. Piedras a ambos lados del camino marcan la senda para los corredores de trail y protegen el ecosistema, pero debido a la enorme cantidad de ellos que circulan durante la Transvulcania avanzan también por los márgenes exteriores pisando lugares todavía no demasiado asentados. La masificación tiene demasiados inconvenientes.
Nos detenemos a comer el bocadillo a la sombra de un enorme pino derribado, posiblemente, por el viento. Mientras descansamos, tan sólo un momento, ascienden algunos senderistas y se les nota cansados ya por el esfuerzo. Esta ladera es mucho más tendida que la que ascendimos nosotros, pero para nada cómoda.
Reanudamos la marcha con la intención de encontrarnos con los canarios. Creíamos que sería mucho antes, pero finalmente nos unimos a ellos en Los Canarios. Paco, que como siempre iba adelantado y fue el primero en llegar a donde ellos, nos hacen aspavientos desde la lejanía cuando nos ve llegar a la escalinata de acceso al pueblo. Allí mismo hay instalada una estatua en homenaje a "El caminante", así en genérico. Al senderista diríamos ahora. Algunos kangrenas aprovechan para inmortalizar el momento y el monumento.
Andamos ya juntos por las peatonales y empedradas calles del pueblo. En una de ellas están colocadas en el suelo las placas conmemorativas de los ganadores de la Transvulcania y nos detenemos para observar y admirar los récords de la prueba.
En cuanto salimos de la localidad nos encontramos con dos volcanes más, San Antonio y Teneguía. Este último erupcionó en 1971. Nos cuenta Isidro que antes se podía acceder al cráter gratis, pero ahora han edificado a su alrededor un "centro de interpretación" y te pegan una buena estocada por entrar. Actividad de turistas, nosotros a lo nuestro.
Descendemos por una cuesta muy pronunciada, junto a la valla exterior del Centro, con el calor apretando fuerte. Después una pista muy ancha parece conducirnos hasta el faro, el final de la jornada, pero todavía la ruta nos regala unos tramos de pista preciosos pisando arena volcánica. Algunos extranjeros se atreven con la carrera, pero las condiciones climatológicas provocan que el ritmo sea bastante bajo y que los signos de agotamiento aparezcan pronto.
Cruzamos finalmente una carretera y acabamos de darnos de bruces con el faro, que ya teníamos en el horizonte desde hace algún tiempo. Un año más se completa con éxito la ruta marcada. Abrazos, felicitaciones y rápidamente opiniones sobre la ruta del año siguiente.
El calor aprieta fuerte y, tras cambiarnos de ropa, decidimos ir a darnos un baño y comer. Isidro dice conocer un lugar apropiado. Conduciendo por mitad de un bosque de plástico, llegamos a la playa de Puntalarga. El mar no está demasiado agradable, pero tiene una especie de piscina natural más protegida de las olas. Algunos, los menos frioleros, nos quitamos el polvo del camino sumergiéndonos en el océano. Acto seguido vamos a comer al chiringuito que está junto a la carretera.
La Guildera es eso, un chiringuito. Apenas una terraza, atestada de gente, en mitad de un mirador. Tenemos que esperar a que nos preparen una mesa porque el local está completo. La especialidad es el pescado, aunque nos advierte el encargado que algunos no son frescos. Pedimos un poco variado para compartir y disfrutamos de la conversación, del marco y de la comida. Es más que probable que no sea el restaurante de pescado mejor que hayamos visitado ninguno de nosotros, pero sin duda es uno que recordaremos por todo lo que rodea al momento. El servicio es eficiente y amable, el precio es muy competitivo y la calidad es desigual con algún plato de pescado local especialmente bueno.
Toca ir despidiéndose. Regresamos a la casa, es momento de preparar las maletas. Siempre es un momento duro la despedida. Esto es un poco como los conciertos de los Rolling, nunca sabes si será el último desde hace varias décadas. De todas formas ya hay planes concretos para 2026. Pero eso ya es otro tema.
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