De cómo ascender a lo más alto es una cuestión de trabajo, constancia y ritmo adecuado, pero solo en la montaña.
El día anterior lo pasamos de turisteo por La Laguna. Con el Teide como tema de conversación constante, visitamos sus calles, sus plazas, sus iglesias y sus mercados. Precioso lugar sin duda alguna y más con los guías que llevábamos. La duda principal para el día siguiente era el de la hora de salida y cómo aprovechar la ventaja de tener dos coches de apoyo. Auxi no se veía preparada para el reto y Jesús seguía renqueante de su sobrecarga así que tomó la decisión de hacer solo la última parte, desde Montaña Blanca. Otro tema que nos preocupaba era cómo gestionar la alimentación. Había que tomar decisiones, pero lo primero es lo primero y era necesario visitar y conocer las delicatesen del restaurante típico tinerfeños, el guachinche. No recordamos ni cómo se llamaba, pero sí la despistada camarera que parecía que estrenaba puesto de trabajo y su desempeño de cara al público, sin maldad alguna, era bastante mejorable.
Por la tarde visitamos la playa del Socorro, punto de partida del recorrido. El mar golpeaba con fuerza la costa ayudado por una resaca considerable. Aun así quisimos sumergirnos en su espuma y disfrutar del que sería, para muchos, el último baño de mar de ese año. Constantemente la vista se nos iba hacia la fuerte pendiente con la que empezaba el recorrido, con una sensación entre miedo y ganas de que llegara el momento. Paco quiso hacerse con unas chanclas que creyó abandonadas y fue fuertemente reprobado por su dueño, que le achacó querer robárselas.
Cenamos en la casa un buen plato de pasta y quedamos emplazados para comenzar muy pronto sobre las 5 de la mañana. No sabíamos cuánto podíamos tardar en ascender y teníamos el handicap de la hora temprana del atardecer. Además era posible que el sol castigase, así que tras muchas debates acabamos por decidir tan temprana hora. Portaríamos lo mínimo posible, incluyendo comida como un sándwich, dátiles, frutos secos y algunas barritas, así como todo el líquido que pudiéramos cargar. Después de preparar todo el equipo nos retiramos a una hora temprana para intentar conciliar el sueño, cosa que algunos, excesivamente excitados ante la jornada siguiente, lo hicimos poco y mal.
Ya de pie a una hora intempestiva desayunamos con ganas, tratando de hidratarnos los máximo posible. Jesús, el experto en montaña del grupo, nos había aleccionado de la importancia de beber constantemente para evitar una deshidratación. Habíamos quedado con Auxi para que nos bajara hasta la playa. Al llegar nos encontramos con una barrera a doscientos metros de la playa, para evitar que los campistas hicieran noche en el arenal, y decidimos partir desde ese lugar, en vez de bajar para luego subir. Y así, con ganas y repletos de adrenalina comenzamos nuestra última aventura canaria del año.
Salimos con el frontal encendido y rápidamente encontramos el primer poste que señala la ruta. Cogemos un ritmo de ascensión adecuado, pero de repente la ruta comienza un descenso en picado para perder los pocos metros ganados al otro lado de la carretera TF5. Las quejas no se hacen esperar, además que el sendero no es tan sencillo de desescalar. Retomamos el ascenso por un camino local asfaltado mientras los perros, sorprendidos por la visita tan tempranera, comienzan a ladrar al otro lado de las vallas de las huertas. Llegamos a las primeras casas y la pendiente sigue constante y dura. El grupo va separado con Jon solo por detrás a una distancia pequeña. Nos cruzamos con una pareja que, aparentemente, van a trabajar en una pequeña pista que nos separa momentáneamente del asfalto. Lo retomamos transitando por un andadero que nos lleva al Mirador del Lance. Allí hay una estatua que provoca la hilaridad de algunos por enseñar los genitales. Desde allí se disfruta una espectacular vista del valle de La Orotava, iluminado por las cientos de luces de calles, plazas y viviendas. Según se cuenta, es ese el mítico lugar desde donde el mencey Bentor se arrojó al vacío para evitar entregarse a los castellanos en el último acto de la conquista de la isla tinerfeña.
Aprovechamos unos segundos para hidratarnos y ajustar ropajes porque hemos superado la primera cota del día, 500 metros de desnivel en apenas cuatro kilómetros. Continuamos cuesta arriba por un barrio todavía dormido y con los perros como únicos seres vivos que ven nuestro lento y continuo andar.
La carretera se va haciendo más y más pequeña, pero el desnivel no mengua. Abandonamos el asfalto cerca del Mirador de La Corona para adentrarnos en una zona boscosa, con bastante humedad y un piso de tierra bastante embarrado. El animo está muy alto y las conversaciones son alegres y fluidas, parece que nadie está sufriendo en la marcha. El ritmo, como habíamos tratado de ensayar toda la semana, es bajo para evitar la sudoración excesiva y un desgaste considerable.
Hacemos el primer alto a unos 1.000 metros de altitud, de apenas cinco minutos, en el mirador del Asomadero. Algunos aprovechan para alimentarse mientras otros mean o se recolocan la ropa adecuadamente. Tan sólo llevamos 7 kilómetros, pero ya hemos dejado atrás toda la parte urbana, afrontamos la parte más boscosa de la ascensión y ha amanecido un día fresco pero claro.
Nos cruzamos con una partida forestal en jeep. Recientemente ha habido un terrible incendio en la zona, pero en esa ladera apenas lo notamos. La pista se abre para convertirse en un cortafuegos muy ancho. Este tramo, en caliente y con un desnivel asumible, nos permite recuperar un poco. Al salir del pinar observamos el pico del Teide, muy lejos todavía y eso que llevamos casi tres horas de ejercicio. Vamos dejando el bosque a izquierda y en la parte derecha apenas hay árboles. Después de un rato bueno ascendiendo más o menos rectos giramos hacia la derecha buscando la salida de este tramo y llegando a una pequeña capilla. Hemos llegado a cota 2.000 metros.
La Capilla de la Fortaleza es la garita de entrada a las Cañadas del Teide. Descendemos ligeramente para andar por un terreno totalmente diferente. Las cañadas son la boca del antiguo volcán convertida ahora en un planicie ideal para rodar películas sobre Marte. Tratamos de llamar a los coches para coordinar la entrada de Jesús y poder rellenar un poco las mochilas de hidratación, pero apenas hay cobertura. Tras tantas horas subiendo cuesta empinada, se hace raro el andar por un lugar prácticamente llano. El viento arrastra bastante polvo, apenas hay vegetación y se seca bastante la garganta lo que provoca que tengamos que beber con más frecuencia.
Con respecto al tema de la hidratación, cada uno se planificó a su manera. En algunos casos, pequeños sorbos casi constantemente, cada cinco minutos, pero otros optaron por beber en cuanto se hacía una mínima parada más cantidad. La comida igual. Algunos optaron por pequeños trozos de barritas energéticas, algún gel y frutos secos con constancia y otros en las paradas.
Andamos por las Cañadas en dirección a Montaña Blanca que parece un coloso desde esa distancia. La cuesta es escarpada y muy pedregosa. El andar, ahora sí, se vuelve de alta montaña. Hemos mandado un mensaje a Jesús y a lo lejos vemos venir gente en nuestra dirección que confundimos constantemente con el Doc y Auxi. Pero no. Son turistas que han dejado el coche en el parking de Montaña Blanca para hacer los últimos tramos de la ascensión. Algunos ya van fatigados y tan solo llevan andados un par de kilómetros. Al llegar al cruce con la pista que viene del camping hacemos una parada esperando reagrupar con Jesús y comemos el sándwich que portabamos. Será la parada más larga de la ascensión y apenas dura 15 minutos.
Cuando nos damos cuenta que Jesús ha debido de pasar, nos ponemos de nuevo en marcha. La pista de caliza blanca serpentea para ganar altura, aunque algún turista trata de atajar subiendo por el medio lo que , debido a las numerosas piedras sueltas, le retrasa más que le adelanta. Este tramo ya empieza a estar muy concurrido de gente que trata de subir hasta el mirador del Teide. Vemos todo tipo de fauna, deportistas y penitentes, veteranos y noveles, muy equipados y clientes del Decathlon, pero casi todos son extranjeros. Debe de ser que los españoles son más de subir en teleférico.
La impresionante mole de piedra volcánica oscura del Teide nos vigila en todo momento. De repente dejamos la pista clara que nos ha llevado hasta su base y nos encontramos con el penúltimo tramo de ascensión y quizás el más duro. Estamos a 2.700 metros de altura y todavía nos quedan los últimos mil. Despacio, a ritmo, comenzamos a escalar una especie de rampa excavada en la piedra que gira y gira haciendo pequeñas eses. Es como una escalera, pero menos penosa para ascender. Observamos hacia arriba y vemos a lo lejos grupos de senderistas muy a lo lejos todavía. Son tres kilómetros muy duros de ascender, sin ninguna dificultad técnica eso sí, a los que hay que sumar la altura notable a la que nos hayamos.
Paco sufre mucho en este tramo. Salva y Jon deciden bajar un poco más el ritmo para acompañar su andar, pero aún así le cuesta un esfuerzo titánico. Isidro, en cambio, sube como las cabras, ligero, con las manos atrás tocando casi su culo y como si el recorrido no fuera más que una excursión campestre con niños, o una etapa castellana del Camino Francés. El albergue está, más o menos, a mitad de este trecho, pero Isidro y Jon, que ha dejado definitivamente a la pareja catalana, llegan con bastante tiempo de ventaja. Eso les permite recuperar un poco mientras nos reagrupamos. El albergue está cerrado desde 2020, pero un grupo enorme de excursionistas está sentado, como si esperaran su apertura, en el pórtico de la entrada. Al llegar los catalanes se nota el esfuerzo en la cara de Paco, pero decide continuar sin parar.
Esta parte ya semeja la Gran Vía o la Plaza Catalunya. Numerosa gente de todo pelaje va y viene por la cuesta. Isidro y Jon vuelven a tomar ventaja de nuevo y trata de adelantarlas una joven rubia subiendo a ritmo de trail. Isidro, como no, juguetea y no la deja pasar aumentando el ritmo intencionadamente hasta acabar desfondándola. Finalmente llegamos al mirador, cota 3.500m, donde nos encontramos con Jesús y nos fundimos en un abrazo. Mientras esperamos a Salva y Paco tratamos de hacer las gestiones necesarias para ascender al pico y vemos todas las posibilidades.
Salva y paco, con gran sufrimiento, llegan al mirador y todo es alegría y jubilo por lo logrado. Reunidos en conclave analizamos cómo vamos a atacar el último tramo hasta la cima después de que Isidro y Jesús hablaran con el vigilante de la garita que supervisa los permisos para la cima. Ya este tramo lo explicamos en privado. No es que nadie nos vaya a fiscalizar este blog, pero quizás algunos no hicieron lo correcto o quizás alguien no hizo bien su trabajo. Sea como fuere no es cuestión de vanagloriarse de ello. Sólo señalar que dos kangrenas, en representación de todos los demás que hasta el mirador ascendieron, hicieron cumbre en una jornada soleada y maravillosa, donde el espíritu de superación de esta familia se hizo más evidente que nunca.
Ya a la altura de la estación del teleférico nos abrigamos y decidimos bajar hasta el aparcamiento. Allí nos juntamos con la paciente Auxi que lleva todo el día de aquí para allá esperándonos. Nos cambiamos de ropa, montamos en los coches y regresamos a Los Realejos. Mientras bajamos en el coche comienza a llover copiosamente más abajo de las cañadas, en el pinar que sufrió el incendio de este año 2023.
Nos duchamos, comemos algo y nos adecentamos en la casa de Los Realejos. Y nos vamos a celebrarlo cenando en un guachinche, en Casa Pedro concretamente. Muy amables nos colocan en un reservado donde podemos hacer de las nuestras sin molestar a nadie. La cena es copiosa, relajada, eufórica, como corresponde a la gesta realizada. El lugar está muy concurrido y la comida resulta deliciosa, mejor que en un tres estrellas Michelín.
Quedamos para el día siguiente para ir a turistear por Garachico. Tenemos la ilusión de bañarnos en su piscina natural, pero el fuerte oleaje lo impiden. Damos una vuelta por la ciudad de estilo colonial y decidimos ir a Icod a ver el drago, pero la enorme cola de coches lo desaconsejan. Hay un festival local y todo el mundo trata de subir en coche.
Volvemos a Puerto de la Cruz para dar un paseo y comprar algo de comida. Paco nos deleitará con uno de sus famosos arroces. Tras una buena sobremesa nos despedimos de Auxi e Isidro, que van a tomar el ferry de regreso a Gran Canaria, emplazándonos para otra quedada kangrena. Los godos vamos a Icod y ahora sí podemos acceder al pueblo y aparcar facilmente.
Ya están retirados casi todos los puestos, pero todavía queda animación en las calles. Un grupo en la calle toca éxitos pop-rock españoles de los 80 y 90. Nos acercamos al parque del Drago, pero está ya cerrado así que vamos al museo que tiene un patio muy estiloso con muebles chill out. Están cerrando y la camarera nos apremia, pero todavía nos da tiempo a tomarnos la última.
Al menos hasta el año que viene.
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