De como todo lo que sube baja y de todo isla que empieza acaba.
Madrugamos para evitar el calor un día más. Isidro y Auxi lo hacen aún más para llevarnos desde Tejeda hasta el alto de la Cruz de Tejeda en coche. Realmente la etapa de ayer acababa en el alto, pero no nos daba el presupuesto para dormir en el parador, así que apañamos el desvío para ir directamente al pueblo.
Subimos en coche la curvada y empinada cuesta hasta llegar a la zona del parador donde nos espera Auxi. Comenzamos la marcha con una niebla y un frío desconocidos por nosotros desde que aterrizamos en la isla. La ruta, muy frondosa en esa zona, pica hacia arriba, pero la temperatura hace muy agradable el paseo. Nos vamos reencontrando continuamente con Isidro que va moviendo el coche de ubicación en ubicación acercándolo a Gáldar.
Llegados al mirador degollada de las palomas, la ruta, que discurre por un pinar como el día anterior, comienza a deslizarse hacia el mar que se atisba a lo lejos, hacia el norte. Andamos a buen ritmo, descendiendo, entretenidos por la conversación sobre la situación del turno de oficio en la isla. La jornada se presenta animada un día más y los kilómetros pasan casi sin enterarnos.
El trayecto se vuelve más pesado y mucho menos atractivo cuando pisamos el asfalto. Comenzamos a atisbar nuestro objetivo a lo lejos, pero ahora sí que las piernas parecen pesar algo más. Jesús nos va contando sus sensaciones acerca de las reuniones de exalumnos de su colegio de primaria y charlamos largo y tendido sobre la impunidad, el bullying, la perversión humana y sobre cómo tratamos de edulcorar el pasado por muy terrible que haya sido, o por eso mismo.
Isidro aparece y desaparece en las curvas de la carretera para acompañar al grupo al menos durante un instante. Esta vez no puede hacer sus gracietas sobre la bici así que se dedica a juguetear con el coche de su mujer. Se muestra divertido, como es él, como un niño grande que disfruta y hace disfrutar.
En una esquina, junto a un parque atestado de basura de campistas, encontramos el típico mojón del Camino de Santiago lo que indica cuánto y cómo de serio se han tomado los canarios la señalización de esta ruta. Sin duda la mejor señalizada de las que hemos realizado y eso que las conocemos casi todas. Pero de este tipo de monolito, tan peculiar, será el primero y el último que veamos y por supuesto se merece la foto de rigor.
A media altura comienza un ecosistema totalmente diferente a los que hemos conocido en la isla. La hierba inunda las praderas en cuesta y el paisaje semeja por un instante más al Cantábrico que a Gran Canaria. Incluso, en el barranco de Anzofe, vemos agricultura de regadío, como una plantación de lechugas, y algunas granjas de animales, sobre todo ovejas. Parece que estamos en otro planeta, después de haber pisado lava hace tan solo unos pocos kilómetros. Apenas encontramos núcleos grandes ni ningún lugar donde tomar un hamaiketako o un refrigerio o tan solo unas cervezas, así que seguimos hacia abajo con devoción y ganas de lograr el objetivo del día.
En una cuesta abajo ya muy pronunciada, retomando la carretera, llegamos al barrio de Anzo ya en el municipio de Gáldar. El centro de la ciudad se divisa todavía lejos, aunque el rutometro indica que está a apenas unos pocos kilómetros. Hacemos un rápido descenso hasta llegar a los suburbios de Gáldar. Allí encontramos multitud de construcciones derruidas, aparentemente fabriles. Muros de piedra y adobe derribados porque ya el futuro no es tan halagüeño como fue el pasado en la zona. Los plataneros tardan en aparecer porque están desapareciendo por esa zona que sufre un proceso de aridez notable. Aún así, Paco no puede evitar acercarse a la primera plantación que ve accesible y el resto de godos, como buenos turistas, no podemos negarnos a esa postal tan canaria.
El resto del camino hasta llegar al centro de Gáldar es poco reseñable. Zonas abandonadas y ruinas por doquier, así que de vez en cuando volvemos la vista atrás para volver a observar las enormes y preciosas montañas desde donde venimos. Isidro nos cuenta que hay una carrera muy importante en la isla que sale de Gáldar y que asciende inmisericorde el colosal puerto de montaña que hemos descendido... y otros peores.
Entramos a Gáldar ayudando, como buenos samaritanos, a empujar un coche que se había quedado averiado en la calzada. El sol aprieta con fuerza y buscamos dónde refugiarnos. Recorremos los últimos metro del día callejeando por el precioso casco histórico de la ciudad. De estilo colonial cuenta con sitios tan emblemáticos como la Plaza de Santiago, la oficina de turismo, que oculta un espectacular drago, o la iglesia dedicado al Santo Iago.
Tomamos unas cervezas en un local regentado por asiáticos, pero la gastronomía deja bastante que desear así que buscamos otro sitio para comer. Después de hacer una buena prospección nos decidimos por el restaurante La Cuarta situado en una esquina de la plaza. Las mesas de fuera estaban abarrotadas, así que nos colocaron en el interior del local y tuvimos que esperar un poco para que nos atendieran, pero luego el servicio fue de maravilla. Pedimos un plato cada uno para poder probar un poco de todo y la verdad es que estaba bastante bien. Es un local para turistas, pero respetan la cocina local sin hacer demasiadas barbaridades como estamos acostumbrados. El precio era un poco más caro para lo que se estila, pero la verdad es que estuvo muy bien.
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