Camino Canario Etapa #2 Tunte-Tejeda

De como el grupo se completó y recorrimos, como buenos y esmerados turistas, las maravilla de los montes de Gran Canaria.

Fría se despertó la mañana en la sierra. Ya habíamos aprendido de día anterior y decidimos madrugar con las gallinas para que el sol no nos afectara tanto. Auxi e Isisdro se unieron ya definitivamente a la expedición después de solucionar sus días de vacaciones en el trabajo. Esto permite que descarguemos las mochilas en el coche de Auxi y solo portemos una mochila de hidratación con lo mínimo.

Salimos de Tunte por una especie de parque forestal con rampa de piedra excavada en la misma montaña. La ruta transcurre cuesta arriba la primera mitad de la jornada, pero nos hemos recuperado bien del esfuerzo del día anterior y la mañana invita al paseo. Una vez cogemos altura vamos observando los valles canarios que quedan a nuestros pies. Subimos hasta el mirador Degollada de la Cruz grande por un camino de piedra que gira hacia la otra vertiente del monte. Este tramo se hace más duro, aunque el terreno es buenos para caminar. Estamos disfrutando de la jornada, pero seguimos pensando en futuros proyectos. Y así andaremos durante un buen rato, haciendo del futuro kangrena el mejor tema de conversación posible.

Una vez superado este mirador se abre ante nosotros un enorme pinar. Nos llama mucho la atención que en la isla el ecosistema es contrario al que estamos acostumbrados. En busca de la humedad, y ante la aridez del terreno, los pinares se sitúan a más de 1.500 metros de altura, mientras que más abajo de esa altitud apenas hay vegetación o es de escasa altura.

Nos desviamos por un momento para dirigirnos a la Ventana del Nublo desde donde observamos por primera ves el enorme roque canario y al fondo, esperando, la enorme masa pétrea del Teide. Hablamos sobre disfrutar el momento y no estar pensando continuamente en la última ascensión de este año, y la más icónica, pero resulta imposible obviar su presencia y su magnanimidad una vez hollada la parte más alta de la isla de Gran Canaria.


Continuamos la marcha, esta vez prácticamente cuesta abajo en busca de la base del Roque Nublo. Después del solitario día de ayer y de la tranquila mañana que hemos pasado, nos sorprende la cantidad de turistas que se agolpan en el parking del Nublo. Una furgoneta vende fruta, bebida y dulces locales a cientos de personas que con calzado inadecuado, en la mayoría de los casos, tratan de acceder a la planicie donde se halla el gigante rocoso. Nosotros, con más pintas de excursionistas que el resto, superamos con más facilidad el kilometro largo que separa la carretera del espectáculo natural, mientras vemos pasar una procesión de caras rojas por el esfuerzo y de andares pesarosos.

Arriba, a pesar de la muchedumbre, a los pies del Nublo disfrutamos de una visión única, de un lugar mágico, chamánico. Las fuerzas de la naturaleza han esculpido un coloso al que parece imposible hollar y solo queda admirar. Al final de una planicie totalmente llana se alzan dos rocas enormes, una mucho más que otra, desafiando al viento y al resto de elementos, incluido el tiempo. Transita la gente dando vueltas a la mole y una instagramer de pocos followers se arriesga a una caída increíble por sacar una foto mil veces hecha. Es la modernidad frente a la eternidad. Nos separamos en grupos para poder disfrutar del paisaje libremente y, pasado un tiempo prudencial, nos disponemos a abandonar el lugar y retomar la marcha.

Para llegar a Tejeda, Isidro, nuestro guía, elige un sendero que irá girando bajo la cima del Nublo. Nos adentramos de nuevo en un pinar y poco a poco van desapareciendo los turistas, así como la vegetación. Buscamos avituallarnos en La culata, ya que Isidro nos ha prometido un local muy adecuado para eso del buen comer, pero al llegar descubrimos que está cerrado. Es lunes. Nos sentamos en la terraza de un bar cercano y pedimos unas cervezas y algo de queso de la zona. Isidro no queda demasiado satisfecho con el servicio. Cosas de compartir la profesión.

Salimos por la carretera mientras observamos al otro lado del barranco como un nutrido grupo de excursionistas caminan por el lado opuesto del despeñadero. Es una excursión organizada de las muchas que se hacen por la zona. La mayoría son para jubilados teutones que se acercan a la zona desde Maspalomas. La región está tan seca por falta de lluvias que lo que es un cauce de río se convierte en este caso en la pista a seguir camino de Tejeda. El calor empieza a apretar y comenzamos a desear llegar a nuestro destino. Al cruzar una carretera observamos un monumento muy particular, una cesta enorme tumbada, y no podemos evitar sacarnos una foto.

Sin más distracciones llegamos al pueblo de Tejeda. El sol aprieta tan fuerte que, mientras esperamos a ver si hay posibilidad de comer en un restaurante, nos tenemos que refugiar en la sombra. Finalmente accedemos al abarrotado patio interior del restaurante La Casa de la almendra y degustamos diferentes platos de un menú muy heterogéneo. Podríamos decir que la calidad/precio eran más que correctos, pero lo mejor fue el refugio que nos proporcionó su patio. Al salir, Isidro degustó algunos de los dulces de la pastelería, ya que este local tiene una doble función, dulcería y casa de comidas.

Nos dirigimos al apartamento y no se nos vio excesivamente lucidos a la hora de descifrar el código de acceso a las llaves en la puerta del portal. Habíamos elegido, entre la escasa oferta que encontramos, Apartamentos rurales La Tea. El mobiliario era bastante nuevo, excepto una tele que necesitaba todavía decodificador de TDT, pero resultó demasiado estrecho para los cuatro que lo habitamos. Lo mejor de todo era la terraza, con magnificas vistas, pero en cuanto comenzó a refrescar se hizo complicado estar allí departiendo cerveza en mano. Perfecto para pasar unas horas, pero no mucho más si no te llevas tan bien.

El casco histórico de Tejeda es precioso, muy bien cuidado, remozado últimamente para y por el turismo, motor de la economía local. Sólo tiene dos problemas: demasiado pequeño, y el resto del pueblo está muy en cuesta, y al caer el sol desaparece la gente como por arte de magia. Tan solo los forofos de las dulcerías aguantan estoicos en las mesas de las terrazas degustando sus famosas palmeras. El paseo discurre a un lado de un impresionante cortado donde se localizan las más bonitas casas del pueblo que se distribuyen, como suele suceder en Canarias, aquí y allá por la colina sin demasiado rigor urbanístico.

Departimos muy amablemente con la duela de los apartamentos y del hotel Fonda de la Tea sobre el pasado y futuro del pueblo, ya que ella dice ser historiadora de formación y de vocación, así como de la importancia que ha tenido el desarrollo turístico para que el pueblo, como otros de la zona, no quede prácticamente deshabitado. Eso nos empuja todavía más a volver al apartamento y cenar allí. 

Ya hemos hecho el día.


 

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