De cómo solazarse pensando que quedan pocos kilómetros para llegar y acabar rezando para terminar.
El día despierta despejado y fresco. Tomamos una pista recta, una parcelaria larga, larguísima, de tierra que nos lleva rápido, aunque soporíferamente, hasta Calzadilla de los Barros. El terreno es rompepiernas, arriba y abajo, pero el ritmo es alto y parece que nos presentaremos en Almadén antes de comer.
Alcanzamos la zona más alta de la etapa en Monesterio y comenzamos un rápido descenso por una pista de gravilla muy pronunciada. Están haciendo obras, así que tenemos que cruzar por debajo de la autovía, subiendo unas escaleras, para poder encontrar, de nuevo, los miliarios de la Vía.
Una nueva zona favorable nos permite llegar al Real de la Jara a mediodía. En Almadén tampoco nos espera demasiado, así que decidimos tomarnos las cosas con calma y comer allí en el Real.
El Montero "electro harinera" ofrece un menú del día económico en una terraza muy agradable, junto a la piscina municipal. El local está lleno y los escasos empleados están desbordados. El tiempo pasa y pasa y no acaban por tomarnos nota o servirnos, pero decidimos quedarnos. A nuestro lado comen un par de peregrinos que salieron el día anterior de Sevilla y que nos hablan del duro tramo que acaban de pasar. No les hacemos demasiado caso porque no les vemos demasiado preparados y les advertimos nosotros del elevado porcentaje de la pista de gravilla. Cuando nos atienden la mitad de las opciones del menú se han terminado. Aún así la comida estaba bastante decente y el precio, como hemos dicho, muy apañado.
Ideal para comer un menú sin prisas disfrutando del sol primaveral en la terraza.
Solazados por la comida, partimos sin demasiadas ganas de rodar. Ir por carreteras secundarias resulta un rodeo bastante grande, pero quizás más rápido. El grupo decide ir por la pista. Nada más entrar en el montecillo que separa ambas localidades, El Real y Almadén, nos damos cuenta del error. Ascensos y descensos muy marcados en una pista de tierra, incluso teniendo que subir empujando la bici, caminos que nos llevan a fincas particulares sin salida, y con perros, y que tenemos que desandar. Y para colmo el cielo amenazando lluvia.
Cuando estamos llegando a lo más alto de la senda la tormenta estalla sobre nuestras cabezas. Estamos en medio de un bosquecillo y el suelo es arenoso por lo que no se auguran buenos minutos. Al descender a Jon se le vuelve a soltar un pulpo mal colocado y está a punto de dar con sus huesos en el húmedo suelo. Se ve obligado a reajustar todo bajo la intensa lluvia y con una mala leche bíblica. En definitiva, un cuarto de hora de infierno pero qué infierno.
Cuando alcanzamos finalmente la carretera la tormenta se había disipado tan rápido como había llegado. El trazado era favorable y llegamos, agotados por los últimos kilómetros, hasta Almadén
Albergue La Casa del Reloj significó un regreso a las viejas experiencias de los caminos antiguos. El local está poco cuidado, las instalaciones son cutres y el trato dejó mucho que desear. Aparcamos las bicis en un descansillo, ante la incomoda mirada de la chica que nos atendió. Las camas eran viejas y las duchas parecían poco higiénicas. Nos lavaron la ropa, pero con una total falta de comunicación desconocíamos cuando nos la iban a proporcionar. Sin duda la peor experiencia "chicotera" del año. No nos quedó mas remedio porque el resto de la oferta del pueblo estaba completa, pero es para no repetir.
Ideal para peregrinos novatos o con ansias de aventura, no para los que ya han visto los albergues de San Jean de Pie de Port.
Salimos a dar una vuelta y la verdad es que el pueblo tampoco tenía nada visitable, así que la penúltima tarde no parecía aportar nada. Nos instalamos en una terraza en una plaza del pueblo y allí estuvimos de charleta. Decidimos ir a buscar un sitio para cenar, por hacer algo.
Restaurante El Molino fue, sin duda, la mejor elección del día. Servicio amable, producto local de calidad y precio muy ajustado. ¿Qué más se puede pedir? Preguntamos y saboreamos diferentes cortes del cerdo, cocinados con conocimiento y gusto. Justo lo que necesitábamos después del día tan poco propicio que habíamos tenido. Una delicia.
Ideal para descubrir las maravillas del cerdo y otras viandas locales.
Al regresar, todo el albergue llevaba ya tiempo en silencio y descansando. Tratamos de no hacer ruido para no alterar su descanso, pero ya sabemos cómo son los kangrenas y algún reproche ya nos llevamos
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