ETAPA 8: LA ROBLA-LEÓN

 LA ROBLA-LEÓN

Desayunamos en la pizzería donde cenamos la noche anterior. El local estaba  bastante más concurrido que la pasada noche. Los clientes bebían enormes tazas de café, quizás para mitigar el frío y la humedad del ambiente.

Y es que el día, una vez más, amenazaba con lluvia y esta vez cumplió con la advertencia. Poco esperábamos de este último día. Históricamente han sido etapas cortas, muy urbanas, poco destacables. Esta vez sería un poco más larga, aunque tampoco esperábamos demasiado y deseábamos finiquitar el trámite antes de la hora de comer. 

Salimos de La Robla por una carretera recta y larga. Vemos a lo lejos poblaciones sin demasiado interés aparente. Al poco, Marta, la hija de Paco, hace una videollamada urgente. ¡Se casa! Así que todos felicitamos al padrino con efusividad. Al fin buenas noticias. 

Pasado Cascantes de Alba, abandonamos la carretera y comenzamos  a andar por un sendero al otro lado del río Bernesga. Poco a poco se va alejando de las zonas pobladas y ascendiendo. No esperábamos un tramo tan largo de sierra y la verdad es que disfrutamos de la sensación, por última vez este año, de compartir una marcha montañera. 

Comenzamos a ver a los peregrinos que han salido esa mañana de León. Unas motos de enduro pasan a toda velocidad y su ruido se oye por toda la sierra, rompiendo el encanto. 

Cuando comenzamos a descender, nos encontramos con un peregrino de los furibundos. Hace miles de kilómetros todos los años, a pesar de su avanzada edad, y los va registrando con pequeños videos y fotos que cuelga en su web. La tecnología inunda el Camino desde hace mucho tiempo y algunas veces para bien.

Nos despedimos y entramos, cuesta abajo, en una zona urbanizada. El panadero va de puerta a puerta realizando un rally con una furgoneta desvencijada por el trato recibido.

Comienza a llover y con ganas, así que nos detenemos a abrigarnos. Una vecina nos comenta que hay un camino paralelo que va por la ribera del río. El camino es mucho mejor, menos aburrido, pero carecemos de cobijo ante el viento y la lluvía que va arreciando cada vez con más fuerza. 

Estos últimos kilómetros se harán eternos, circulando con el calzado mojado y embutidos en el chubasquero. La vereda del río se convierte en parque y cuando entramos en la ciudad buscamos la forma de llegar cuanto antes al hostal. Un joven nos indica por donde acortar y el GPS hará el resto. Callejeamos sin encontrar nuestra meta, hasta que finalmente se aparece ante nuestros ojos la Catedral. 



Después tendremos tiempo de fotos, credenciales, etc, pensamos. Así que decidimos acercarnos al hostel, aunque cuando llegamos a la puerta, después de deambular un rato, nos percatamos de que la recepción estaba colapsada. Desandamos camino y nos plantamos en el Humedo para disfrutar de unas tapas antes de hacer el “check in”.

El ambiente en la ciudad es como antes de la pandemia. La plaza de San Martín está a rebosar y una convención de tunos “ameniza” el ambiente. Como no, no pueden faltar las típicas despedidas de soltero, tan comedidas y de tan buen gusto. Comemos morcilla en La Bicha, recordando nuestro paso por el local al acabar el Camino Vadiniense. Estamos animados y el vino D.O. Mencía ayuda a olvidar el frío y la humedad.

Regresamos al hostel y esta vez sí podemos hacer el ingreso.


ALBERGUE MURALLA LEONESA



Establecimiento nuevo con todo lo necesario para una estancia corta. Habíamos  reservado una habitación particular de 6 camas y la verdad es que estaba bastante bien. Por sus literas pasan tanto los peregrinos de los diferentes caminos que transitan la ciudad, como los alegres trasnochadores que se dan cita en la ciudad cada fin de semana. A primera hora de la mañana se mezclaron ambas faunas en los baños, pero sin incidentes reseñables. 

Juanjo, muy quisquilloso, tenía miedo de que hubiera chinches, pero la verdad es que los demás tampoco notamos nada fuera de lo común. Todo parecía bastante limpio y los edredones Ikea olían a limpios.

Ofrecen un servicio de café por las mañanas, pero por lo que observé tampoco lo llegó a usar nadie. 

En León la oferta es amplia y cada vez más, así que la calidad/precio es muy buena.

Ideal para amantes de la juerga nocturna o de los largos silencios del caminar por la infinita meseta. O de ambas cosas a la vez. 


La tarde, al igual que el mediodía, discurrió con fuertes lluvias. Aprovechamos para hacer compras de última hora en una ciudad cerrada casi a cal y canto los sábados a la tarde, excepto la hostelería que hervía de clientes. Intentamos acercarnos a la catedral pero, entre la multitud de turistas que se agolpaban en los soportales, que teníamos que andar en chancletas porque el calzado lo teníamos secando en el albergue y que había una boda que no permitía la entrada al templo, desistimos rápidamente.

Nos refugiamos en un pub estilo inglés para hacer tiempo para cenar. 


RESTAURANTE GREEN CORNER




Elegimos este restaurante en concreto por no dar demasiadas vueltas y la verdad es que estaba lleno de gente. La carta tenía buena pinta, pero el resultado no satisfacía lo esperado. Calidad justa y precio un poco caro, aunque lo peor fue el servicio. Era un poco caótico y se notaba que quería deshacerse rápidamente de los clientes, una vez atendidos y cobrados, para poder dar asiento a otros comensales. Una pena que la última cena de este año tan especial fuera tan poco remarcable.

Ideal para los que quieren comer rápido y huir del Humedo, y su multitudinario tapeo, como de la peste.







Tras la cena, una copa en una terraza y al albergue. La meteorología no nos permite demasiado y algunos viajeros kangrenas parten a horas intempestivas. Nos despedimos por la noche, haciendo promesas de futuros viajes y tratando de localizar chinches entre las sábanas. 


Al día siguiente la salida será escalonada. Los catalanes, fieles a su fama, madrugan mucho para coger el primer vuelo en Oviedo; los madrileños después en tren hacia la capital; yo seré el último .Todavía me quedan horas hasta llegar a destino vía Oviedo. Mientras, abro una libreta y comienzo a escribir.



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