POLADURA DE TERCIA-LA ROBLA
Desayunamos casi clandestinamente en la posada. De noche y por separado, disfrutamos de unas enormes tostadas que nos dan la energía suficiente para afrontar el último día largo del año.
Salimos de Poladura con los pájaros cantando para desperezarse unos a otros. La mañana era fría, pero no amenazaba agua. La hierba está mojada del rocío y humedece nuestro calzado. A nuestra izquierda, el valle de La Tercia; a nuestra derecha, unos riscos donde pastan las vacas de buena mañana.
Esa primera parte de la jornada es bastante montañera. Pistas anchas que serpentean buscando algún arroyo o algún pequeño bosque de vegetación baja. Alcanzamos un pequeño collado y al otro lado de la rocosa cima observamos cómo se abre un nuevo valle, con Buiza al fondo.
Al entrar en el pueblo, Paco se esconde tras una esquina y trata de mojar al resto del grupo, que viene más atrás, lanzando agua de una fuente. El ambiente se distiende un poco más con los insultos e imprecaciones correspondientes.
Como si siguiera la broma de Paco, el cielo se cierra y, ahora sí, comienza a descargar con fuerza. Caminamos por el arcén de la carretera y el grupo se separa en dos, debido a que algunos paramos a colocarnos el chubasquero. Los de delante no miran hacia atrás y tiran decididos hasta el siguiente pueblo, Beberino.
En las calles del pueblo el cielo nos da un respiro, aunque amenazará el resto del día, lo que hará que tengamos que quitarnos y ponernos la ropa de agua varias veces. Encontramos un polígono industrial cerca de La Pola de Gordón y desde allí el paisaje cambia radicalmente: reencontramos la Nacional 630, la vía del tren, las poblaciones son mucho más grandes… En general todo es menos atractivo. Por ello aceleramos la marcha y tratamos de llegar cuanto antes a nuestro destino.
Observamos unas indicaciones enormes del Camino Olvidado, otro de esos caminos que se están rehabilitando en estos últimos años y, por tanto, otra de las deudas de los kangrenas.
Tras visitar la iglesia de Nuestra Señora del Buen Suceso, debemos de seguir paralelos a la carretera nacional. Al entrar en una población, de nombre ya olvidado, escuchamos los bocinazos del panadero. Nos ofrece comprar unos bollos que tienen una gran pinta, pero rehusamos la oferta y seguimos andando por una comarcal. No queda mucho para terminar la lluviosa etapa.
Llegamos a La Robla tras una larga recta, en el margen del río Bernesga, que no parece acabar nunca. El viento se ha parado y parece que la lluvia nos va a respetar. Al llegar a la zona del ayuntamiento la sensación de vacío, que hemos sentido desde que hemos puesto un pie en el pueblo, se acentúa. Ha acabado el mercadillo semanal y solo los residuos del mercado ocupan la plaza. Al fondo, la enorme torre de una central térmica abandonada domina toda la escena post apocalíptica.
Preguntamos a un guardia municipal por un lugar donde comer y nos recomienda
MESÓN LA BOGADERA
Nos colocaron en un reservado en el que estuvimos muy cómodos y pudimos dejar las mochilas sin molestar a nadie. Quizás el peor menú que hayamos comido en el camino. Tampoco es que fuera un desastre, pero le faltaba mucho para el aprobado. Las raciones eran escasas, la comida estaba cocinada sin gracia y el servicio fue un tanto lento, a pesar de que apenas había clientes. Había poca variedad en los postres y de algún tipo no les quedaba.
Ideal para caminantes poco exigentes y con el estómago lleno por las tapas locales.
Cuando acabamos de comer, nos dirigimos al hostal. Y allí la cosa no mejoró, aunque ya veníamos advertidos.
HOSTAL ORDÓÑEZ DE CELIS
Al hostal se accede por un pasadizo bastante cutre tras un bar. Allí nos recibieron dos señoras. Una, la dueña, bastante mal educada, tan sólo deseaba que le pagaramos porque tenía que irse a un entierro. La otra, su sobrina, trataba de reparar los malos modos de su tía como podía. Nos enseñó dónde estaban las cosas y nos prestó un poco de detergente para lavar.
Hacía tiempo que no visitábamos un auténtico antro y la verdad es que casi nos pareció enternecedor. Las habitaciones no estaban muy limpias, las mantas tenían más animales que los diminutos ácaros, el mobiliario era de hace décadas, las habitaciones apestaban a tabaco, las baldas estaban colocadas de cualquier forma poco segura, los carteles de no molestar estaban escritos a mano, la televisión estaba “anclada” con celos, las zonas comunes ni eran cómodas ni funcionales…
Habitaciones de otra época, que servían de refugio a los trabajadores temporales y que no han sabido, ni querido, modernizar y adecentar para los nuevos tiempos. Porque en este establecimiento, como en el resto del pueblo, el tiempo se detuvo hace muchos años.
Esta dura realidad se hizo visualmente más desagradable cuando colgamos la colada en improvisados tendederos. Aquello semejaba a una cárcel sudamericana. Todo un “corralito”.
Ideal si no te queda otra opción donde dormir y aún así deberías de pensarlo.
Salimos a dar un paseo, aunque la fealdad de la localidad no permitió el disfrute del mismo. Ese ambiente desértico post industrial lo inundaba todo. Esta ciudad, famosa por la línea de tren que comunica con Bilbao, es poco recomendable si no cuentas con allegados a los que dedicar el tiempo que pasas allí. Parecida sensación de abandono a la que tuvimos en Cistierna, el tren y poco más. No está tampoco preparada para los peregrinos y los dos establecimientos hosteleros apenas tienen capacidad para dar cobijo a los viajeros.
Decidimos cenar pizza y encontramos un local casi en la puerta del hostal.
PIZZERÍA VISSANI
No habíamos comido ningún día esta especialidad italiana, así que cumplimos con una cuasi tradición kangrena.
Pedimos 4 pizzas familiares y no conseguimos terminarlas. La pizza estaba más que correcta, con masa casera e ingredientes abundantes, aunque le faltaba un poco de gracia. Llenamos el estómago a gusto y volvimos a dar una paseo para bajar tanta cantidad de comida. Visto lo visto, a pesar de no ser tan poco una maravilla, la mejor experiencia en La Robla.
Ideal para comer pizza, mucha pizza, pero quizás no para cenarla.
Decidimos tomar un combinado espirituoso en la Plaza de la Constitución. Si no teníamos el estómago suficientemente abarrotado de comida nos sirvieron unas tapas con los combinados. En la zona son tradición, así que supongo que se esfuerzan en ofrecer a los clientes las mejores posibles para fidelizarlos. Algunos kangrenas tragaldabas se sintieron obligados a probarlas, a pesar de las circunstancias. El dueño del local hizo alarde de sus conocimientos con las bebidas espirituosas para vender unos combinados de alta gama, que bebimos con alta sed. Hacía bastante frío en la terraza, aunque aguantamos un buen rato hasta que conseguimos que nuestros estómagos dejaran de quejarse y regresamos al hotel a dormir.
León está ya muy cerca.






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