ETAPA 6: LLANOS DE SOMERÓN-POLADURA DE TERCIA

 LLANOS-POLADURA DE TERCIA


Una de las conversaciones del día anterior giraba sobre la ruta de hoy. Habíamos reservado la comida en el punto de llegada, Poladura de Tercia, y no teníamos muy claro si íbamos a llegar a tiempo. Se trataba de la etapa reina y más de 1.000 metros de ascenso acumulado. Pablo, el hospitalero de Llanos, nos tranquilizó comentando que era una etapa que solían hacer sin problemas los peregrinos, así que nosotros, en principio con más capacidad, la solventaríamos sin demasiados problemas.

Y los problemas se presentaron a las primeras de cambio. Nos fiamos de la señalización del GR y nada más salir del pueblo estábamos fuera de ruta. Finalmente desandamos hasta la puerta del mismo albergue y tras alguna duda más en la señalización, entre dos sendas muy similares en anchura, conseguimos dar con nuestro camino. 

El bosque se cerró sobre nosotros y apenas entraban débilmente algunos rayos de sol. La senda es estrecha y tiende a bajar, lo que nos hace prever que tendremos que remontar en breve lo descendido. Atravesamos varias cancelas. Algunas,como le indicó el ganadero a Pablo, estaban abiertas y había marcas de caballo. En un recodo observamos una enorme deposición que no es de humano ni de herbívoro. Podría ser de un oso, aunque nunca lo sabremos.

Cuando llegamos a la ermita de Santa Marina, nos cruzamos con varios peregrinos alemanes. Descendemos hasta la ribera del río para encontrarnos con un animoso grupo de mujeres mayores. Vienen del pueblo de Pajares, que no alcanzaremos por consejo de Pablo. Una de ellas entabla conversación con Paco de forma muy efusiva. Sus compañeras pronto la reclaman para que no quede descolgada y seguimos cada grupo nuestro camino. Nosotros seguimos caminando por la orilla izquierda del río Valgrande en San Miguel del Río. Nos ahorramos la cuesta hasta el pueblo de Pajares. 

Seguimos la vereda del río hasta que en una curva lo perdemos de vista y comenzamos a ascender sin remedio. La pista es ancha y el porcentaje llevadero por lo que caminamos bastante ligeros. 



Al rato cambiamos de ladera y vemos a lo lejos una enorme construcción que resultará ser la Venta Casimiro, pero a lo lejos simula uno de esos castillos alemanes donde se esconden los nazis o los enemigos de James Bond. El bosque ha dejado paso, con la altura, a los helechos. El mugido de una vaca enorme pone en sobreaviso a un mastín gigantesco que nos aborda a un lado del camino. Nos pastorea con ladridos para que circulemos por el lado derecho del estrecho camino, lejos de las vacas que pastan en el izquierdo. 

Recuperados de la impresión producida por el mastín, vemos como nos acercamos cada vez más al asfalto de la Nacional 630.

Cruzamos al otro lado de la transitada carretera y circulamos por el arcén durante un kilómetro. Enormes camiones descienden cuidadosamente por la calzada.  A nuestra derecha observamos a lo lejos la pequeña estación de esquí de Valgrande- Pajares, que los kangrenas más “palilleros” desconocían que existiera.

Llegamos, al fin, al límite territorial de Asturias con la provincia de León en la misma cima. Continuamos por el arcén de la nacional, ahora convertida en una enorme recta donde pasan zumbando algunas motos, hasta llegar a Arbas del Puerto. Allí abandonamos la vía para buscar la senda en una pequeña colina de vegetación rala, debido a la nieve recurrente en la zona. Una nueva duda sobre la dirección adecuada, y la diferencia de interpretación de los GPS, nos obliga a parar. 



Al fin encontramos la pista adecuada a nuestras necesidades. Es bastante ancha y nos muestra una ruta muy montañera, con varias cimas a nuestro alrededor. Detrás de nosotros observamos enormes picos calizos, en el occidente asturiano. A nuestra izquierda, más allá de la cada vez más lejana carretera y del río Bernesga, las altas cumbres del oriente leonés, que se funden en el horizonte con las cimas asturianas. Delante unas colinas, más bajas, decoradas con pinares, donde observamos la pista que debemos seguir, serpenteando a lo lejos. Una vez superada la primera cota, la más baja, descendemos hasta un pequeño arroyo y comenzamos a ascender la segunda con más dificultades. Esta es más dura y el pedregoso camino se hace más pesado. El grupo se va deshaciendo en parejas o tríos, mientras Paco, una vez más, enfila en solitario la cuesta arriba. 



Una vez llegada al collado de Canto la Tusa, de 1567 metros (el punto más elevado del camino de este año) hacemos un pequeño descanso para avituallarnos. Todavía nos quedan algunos restos de la compra en Ros-Mar, que no llegarán más allá. A lo lejos observamos el último de los pasos antes de comenzar el descenso y una enorme oquedad en una de las paredes de la pared, un poco más al sur. La enorme sima ejerce una atracción visual enorme. Nuestra mirada se centra en ella mientras realizamos un pequeño descenso hasta las estribaciones del último collado. A duras penas podemos dejar de observar las maravillas naturales de la zona que nos envuelve. El día es muy claro y la temperatura alienta al esfuerzo cuando nos disponemos a atacar la última ascensión del día. 



Tras varios quiebros en la senda, alcanzamos sin dificultad el Alto de los Romeros. Sin descanso afrontamos el descenso mientras dejamos atrás a un padre que espera paciente a que su hija, un poco entrada en carnes, supere los últimos metros de la subida. 

En la otra vertiente del collado hace más frío. Girones de  niebla humedecen el ambiente y las piedras del camino, volviéndolo más peligroso. Salva, que ha superado sin dificultad la cuesta arriba,  camina con dificultad en la pedregosa cuesta abajo. Un pequeño valle se va abriendo a nuestros pies, pero todavía tenemos que recorrer varios kilómetros, entre veredas estrechas y argomas, hasta  hallar tras un recodo nuestro destino, Poladura de Tercia. Hemos cumplido con el objetivo y llegamos al pueblo con tiempo suficiente para solazarnos con la comida.



A la tarde nos decidimos a dar una vuelta por los alrededores del pueblo. El tiempo es cambiante y las nubes que se asientan en las cimas parecen amenazar con tormentas que no acaban de producirse. Seguimos el barranco de la Carbona, un bello paraje de montaña, donde observamos un grupo de caballos. Salva conversa con el dueño, que ha venido a comprobar su estado. Es uno de esos diálogos imposibles a los que tan acostumbrados nos tiene Salva. El hombre, sordo como una tapia, le explica al catalán las vicisitudes de su yeguada. Salva asiente interesado y luego nos explica una leyenda sobre árboles malditos donde la muerte se esconde bajo su sombra. Todos sonreímos con los dedos entrecruzados.

Regresamos y disfrutamos del final de la tarde sentados en la terraza con un peregrino de Puerto Rico muy hablador. Nos narra sus experiencias en el Camino, sus problemas de pareja, las dificultades en el trabajo para poder librar los días necesarios y sus planes de futuro a corto, medio y largo plazo. ¡Cómo debía ser el tipo para que apenas nosotros podamos intervenir en su monólogo! De todas formas nos interesa lo qué cuenta y nos gusta cómo lo hace. 

Entramos en el comedor para la temprana cena y tras la misma se monta una animada tertulia en una de las salas comunes. El tema (¿son todas las opiniones respetables?) da para polémica y elevados tonos de voz durante un buen rato, aunque ningún otro peregrino se queja.



POSADA EL EMBRUJO




Cómo tampoco había muchas más opciones en el pueblo, lo habíamos reservado previamente. El albergue municipal estaba abierto, pero ya nos habían informado en Llanos que no estaba demasiado bien adecentado. Aunque fueron muy tajantes, por teléfono, con el tema de los horarios de la comida, después la cosa tampoco era para tanto. El menú era cerrado; las raciones muy, pero que muy, generosas; comida casera pero bien elaborada; servicio muy profesional y ambiente muy distendido. Disfrutamos de la compañía de un numeroso grupo de señoras de mediana edad. A esas alturas de la pandemia todavía nos resultaba chocante ver a más de diez personas compartiendo mesa.

Las habitaciones estaban limpias. Quizás, como único pero, eran un poco pequeñas.

La cena discurrió de la misma forma que la comida. Mucha comida, bien elaborada y servida con premura y cordialidad. Tan sólo echamos de menos la banda sonora femenina.

Ideal para dejarte llevar, descansar hasta de tomar las decisiones más triviales y dejarse envolver por el ambiente rural.




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