ETAPA 5: POLA DE LENA-LLANOS DE SOMERÓN

 POLA DE LENA-LLANOS DE SOMERÓN


A pesar de que el comienzo de la jornada recordó mucho al día anterior, con profusión de aceras, carreteras y arcenes, bien sabíamos que nos enfrentabamos a una de las etapas más exigentes del Camino. Lo que no sabíamos es cuanto de exigente serían algunos tramos.

La lluvia nos acompañó en esos primeros tramos, aunque enseguida se fue a refugiar en las cimas de las altas montañas que nos rodeaban. A la derecha observamos el comienzo de la mítica ascensión de La Cobertoria, uno de los colosos clásicos de la Vuelta a España.

Al llegar a la zona de Santa Cristina, equivocamos la entrada por fiarnos de las flechas vistas la tarde anterior. Así que nos quedamos sin cruzar por la puerta de la ermita. Inés, la guardesa, vive en una casa cercana, nos saluda y nos saca de nuestro error. Debemos seguir dirección sur por un camino que discurre paralelo a la autovía. La senda es recta y bastante llana por lo que tratamos de combatir la monotonía con una animada conversación. 



El camino converge en un paseo acondicionado que transcurre paralelo al río Lena. Seguimos la vereda, como bien indica la señalización, hasta que se juntan las aguas del río Pajares con las del Lena, en Campomanes. Allí paramos para tomar una decisión importante. En el albergue tenemos reservada la cena, pero no la comida. Podemos almorzar algo en ese momento, cargar viandas hasta el refugio, 12 kilómetros más arriba, o incluso bajar en taxi a comer a Campomanes. Finalmente decidimos avituallarnos y transportar la comida cuesta arriba. Escogemos un pequeño establecimiento del pueblo, llamado Ros-Mar,  donde compramos embutidos, pan, fruta y algunos dulces. La dependienta (¿Mar? ¿Ros?) se muestra avasallada por nuestro ímpetu consumidor. Cuando ya hemos pagado y guardado convenientemente los comestibles, el dueño (¿Ros? ¿Mar?)  nos hace saber que él también va a subir al mismo albergue a llevar la comanda. ¡A menudas horas! Todos nos acordamos en esos momentos de Isidro. Él hubiera conseguido que nos subiera al albergue hasta una humeante fabada recién hecha. Los demás no tenemos esa habilidad y tendremos que penar con el macuto más lleno aún.



Tras una pequeña duda en un cruce, nos encaminamos a la salida del pueblo. Allí, hacia la derecha, sube una cuesta imposible, prácticamente vertical y llena de barro. Apenas 250 metros que logramos escalar como podemos y llegar al GR, un poco más adelante. La senda es ahora mucho más llevadera, pero para nada sencilla. El barro ha dejado algunas zonas de bosque de hayas y robles impracticables. La senda sigue estrechandose y decididamente nos dirige al collado de Pajares. A lo lejos observamos un estrecho valle partido por el río Pajares, que desciende hacia la cuenca del Caudal, la vía férrea y la carretera nacional que ascienden buscando la meseta. El paisaje, a pesar del impacto del hombre, es todavía muy bello. 

Nos cruzamos con varios grupos de peregrinos que han salido esta misma mañana del pueblo de Pajares o de Llanos de Somerón. Estos últimos, un matrimonio andaluz al parecer muy beato por las medallas que llevaban, nos hablan maravillas del albergue, a pesar de que la potente cena no les sentó demasiado bien.



En todo ese tramo apenas nos encontramos con un par de aldeas de montaña, Herías, La Barraca, que atravesamos sin detenernos, y Fresneo, donde una señalización nos conduce hacia abajo, hacia el río. Primero por un sombrío camino, peligroso por la humedad y los líquenes sobre las piedras, y después destrozado por el corrimiento de tierras y la vegetación. Con dificultades llegamos a la carretera y a un pequeño puente sobre el río. Allí nos surge una nueva duda: los GPS indican que el camino va más arriba, pero la señalización marca ascender por la acera de la nacional, donde observamos flechas amarillas pintadas en las farolas. Después conoceremos que la gente de la zona está adecentando una senda que va a media ladera, pero en el sentido que vamos no hemos localizado esa indicación. 

Mientras subimos observamos los restos arqueológicos industriales que ha dejado en los márgenes de la carretera la construcción de la autovía. Las antiguas fondas, donde descansaban los que penosamente ascendían el  puerto hacia la meseta, están abandonadas y sus fachadas muestran un inequívoco color gris, pintado por los tubos de escape de los vehículos durante décadas. Antes de llegar a Puente los Fierros, tomamos una carretera secundaria que nos llevará directamente hasta el final de etapa. 

Como siempre, cuando la ruta se pone dura, Paco toma la delantera y sube con facilidad. Los demás le observamos a lo lejos en algunos recodos de la carretera. En seguida nos toma casi medio kilómetro de ventaja, aunque cuando llegue tendrá que esperar.

La carretera no nos enseña nuestro destino hasta el último momento. A pesar de que hemos ascendido a buen ritmo, y sin aparente dificultad, estos últimos pasos se hacen interminables. 



Son apenas las dos del mediodía cuando llegamos a nuestro destino, donde nos espera nuestro particular “rey de la montaña”. Tomamos unas cervezas mientras hacemos el “check in”, comienza a llover un poco y nos refugiamos dentro. Decidimos comer en una de las mesas del comedor. Allí el dueño nos acompaña en la conversación, así como un chico de Logroño que está haciendo el Camino.

Decidimos descansar un rato, las normas de la casa así lo “obligan” y después nos disponemos a una tarde de cervezas y partidas de dominó.

Poco hay que hacer en el pueblo, pero la conversación es animada y los tertulianos muy simpáticos. Cada uno cuenta sus anécdotas del Camino. La música folk inunda la escena. Pablo, el hospitalero, es un joven con experiencia en la hostelería que decidió invertir en su pueblo y ha visto cómo la pandemia y algunas reticencias de los vecinos dificultan su sueño. Se lamenta de los pocos caminantes que pasan por la zona, mientras habla por teléfono con unos ganaderos que se quejan de que unos peregrinos a caballo han dejado abiertas varias cancelas. Los viejos usos, y los prejuicios, contra las nuevas oportunidades. Bien saben de eso los amantes y detractores de los osos de la zona, una de los tesoros de esas montañas que han chocado, chocan y chocaran contra la ganadería como forma de vida.

Llanos, o Chanos en asturianu, despide el día con una luz increíble sobre las montañas.




ALBERGUE CASCOXU




Albergue muy nuevo, muy bien dirigido por Pablo y que resulta un lugar increíble para descansar tras una larga jornada de montaña. Tanto los baños como la habitación están muy  limpios y disponen de todas las “comodidades” que puede necesitar un peregrino. La zona común está bien surtida de libros, revistas y juegos de mesa, ya que en esos pagos es complicado que las tardes permitan solazarse en el exterior. La cena es con producto local: ensalada, crema de hortalizas y unas alubias que sólo los más atrevidos se permitieron el lujo de repetir. El postre, también casero. Todo muy bien cocinado. A la mañana siguiente el desayuno fue también increíble con tostada, zumo, café y un bizcocho, también casero.

El trato es tan cercano que podríamos calificarlo de familiar. 

Ideal para el descanso del montañero que añora los platos caseros y el ambiente familiar.





Comentarios