POLA DE SIERO-OVIEDO
Estábamos, bien lo sabíamos, ante la etapa más corta y menos satisfactoria del año, pero estas etapas de enlace suelen ser necesarias. Nuestro único objetivo para ese día era llegar a Oviedo lo antes posible y a poder ser sin mojarnos demasiado, ya que la mañana se despertó con “orbayu”.
Nada más comenzar nos rodean las fábricas del pueblo, pero enseguida salimos a un entorno más rural. No es que tenga la belleza de los días anteriores, pero tampoco está tan mal. Observamos pequeños barrios a ambos lados del camino, soportamos la intermitente lluvia, que a veces se ensaña contra nosotros con fuerza, y anhelamos la ciudad que se resiste a aparecer en el horizonte.
A partir de la urbanización Puente Romano el ambiente es plenamente urbano. Circulamos por una acera casi todo el tiempo, aunque al menos la climatología acompaña un poco más. Sidrerías primero, polígonos después y finalmente las calles de Oviedo. Una larga recta, inacabable, y un tramo final en subida nos llevan hasta la catedral, cuyas altas torres observábamos desde un par de kilómetros antes.
Visitamos la oficina de turismo, donde todavía se acordaban de Paco y Salva, y decidimos almorzar a la espera de que se nos unieran el resto de los expedicionarios.
Los madrileños han tomado un tren a primera hora de la mañana. El viaje es largo, pero les espera una sorpresa agradable. Llegados a León les comunican que la vía férrea está cortada y que deben tomar un autobús para llegar a Oviedo. Esto les ahorra bastante tiempo, porque el viaje por carretera es bastante más corto, así que se plantan en Oviedo a media mañana.
Tras los abrazos y las valoraciones sobre el viaje y del momento de forma, decidimos hacer una visita a la catedral. Abandonamos las mochilas en un rincón discreto y hacemos un tour guiado por Jon, que va repitiendo lo que le transmite la audioguía. Observamos las joyas que conserva en su interior, la Cruz de la Victoria entre ellas, y así vamos haciendo hambre.
Antes de comer, nos citamos con el dueño del apartamento que hemos alquilado cerca de la catedral. El sitio está bastante bien y es muy céntrico. Pero no hay camas para todos. Tratamos de abrir un sofá cama, pero no lo conseguimos y en un momento una de las piezas da un enorme golpe contra el suelo. El dueño, que estaba en el piso de abajo, sube para inspeccionar y nos corrige, el sofá no se abre más. Ya nos apañamos.
Una vez instalados, decidimos adecentarnos y salir a comer.
SIDRERÍA EL + ANTIGUO
Nos decidimos a comer en este local porque nos gustó la carta tan variada. El sitio estaba lleno, lo que siempre da confianza, así que tuvimos que esperar un poco a que nos prepararan una mesa. Tomamos unas cervezas en la terraza con el frío y la humedad escalando por nuestra columna.
Muchos platos en el menú del día, camareros eficientes, pero los platos resultaron bastante planos, como la decoración del local. Un aprobado raspado para las pochas con almejas, sobrecocidas, y un pescado bastante insípido. El resto de comensales tampoco acertaron demasiado con la comanda.
Ideal para comedores poco exigentes y lectores compulsivos de menús del día.
0 CHICOTESDe regreso aprovechamos para descansar, para hacer una colada en una lavadora con la puerta rota y poner un tenderete para colgarla. La tarde estaba tormentosa y decidimos salir a visitar la ciudad, así como realizar varios recados. Visita a la estatua de Woody Allen, a la de la Regenta, a la Foncalada, pero también al Decathlon.
Unas sidras y, visto que al día siguiente era festivo en la ciudad, buscamos un lugar para cenar. Lo encontramos, pero tendríamos que aceptar el primer turno de comidas y con el estómago lleno no apetece demasiado.
SIDRERÍA TIERRA ASTUR GASCONA
El local tenía una típica decoración de sidrería asturiana de principios de la década de los 20, del siglo XXI. Todo resultaba tan asturiano como creado en un Mac de un decorador de interiores. La carta era eterna, parecía un compendio de toda la gastronomía local. Los camareros fueron atentos y eficientes, aunque el tema de escanciar la sidra les supera casi siempre y un visitante no acierta nunca con el ritmo del trago de sidra. Es una ciencia ancestral, ese de escanciar correctamente, que te permite beber sólo cuando pasa el camarero.
Sin demasiadas ganas de cenar, pedimos una tabla variada para compartir que necesitaba de un levantador de piedras para ser transportada. Cuando vimos tal cantidad de comida, el rictus nos cambió a todos y se nos achicó, aún más, el estómago: quesos, embutidos, picadillo, patatas, tortos grasientos…
En un momento dado, apagaron las luces del local y comenzaron a cantar los camareros y los clientes el himno asturiano. No supimos si era por la festividad del día siguiente o si era una costumbre del establecimiento. Daba más la impresión de una atracción “made in USA” que de sentimiento patriótico.
Finalmente pedimos una bolsa para llevar todo lo que nos había sobrado y salimos del local con un espíritu de rendición incondicional.
Ideal para tragones inconmensurables, ávidos lectores de cartas de restaurantes y barítonos frustrados.
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Con la tripa pidiendo a gritos tregua, fuimos a dar una vuelta por la zona de la Catedral. Los ovetenses habían tomado la calle como antes de la pandemia y disfrutaban de la fiesta de San Mateo. Numerosas casetas en la plaza de la Catedral y la de Porlier, con música festiva y todo tipo de bebidas espirituosas, atraían a los jóvenes y no tan jóvenes a celebrar oficiosamente el final de la pandemia. Decidimos sumarnos y tomar un mojito. Nos resulta extraño beber en la calle, después de estos meses, pero la algarabía nos rodea y resulta embriagadora. Decidimos recogernos prudentemente para preparar la larga etapa del día siguiente.




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