ETAPA 2: PRIESCA-POLA DE SIERO

 PRIESCA-POLA DE SIERO

A pesar de que el día va a ser largo, nos tomamos con tranquilidad el desayuno. Nos da pereza partir y arrancamos casi a las 9 de la mañana. 

Camino a Villaviciosa nos encontramos, nada más salir, con un chico de Arenys de Munt que está haciendo el Camino del Norte sólo. Va haciendo etapas cortas. No porque no pueda hacer kilómetros, sino porque prefiere llegar pronto a los pueblos y visitarlos con tiempo. Ese día salió bien pronto de Colunga y se dirigía a Villaviciosa, tramo en el que fuimos animosamente compartiendo experiencias.

Después de un comienzo muy bonito, con un tramo de camino de tierra en descenso, enseguida nos encontramos con las moles rocosas de los pilares de la A-8. La carretera comarcal sube y baja continuamente hasta cerca de la parroquia de Santa Eulalia, donde la carretera comarcal se dirige hacia Villaviciosa cuesta abajo sin remisión. En esa zona sobrepasamos a las dos peregrinas que se habían alojado también en Priesca. Nuestro ritmo y nuestro tono alto les avisaron de nuestra llegada mucho antes de que llegáramos a su posición.

Cruzamos Villaviciosa y nos despedimos del catalán, que quería llegar al hostal para dejar la mochila al menos.

Después de una breve parada en la iglesia de Santa María de la Oliva, salimos por un parque y un andadero nuevo, que discurre paralelo a la ría, hasta salir de la localidad.


Tras un breve tramo llegamos al punto donde el Norte se divide: adelante camino a Gijón, lo más habitual, y al suroeste hacia Oviedo, nuestro destino. Hacemos una parada para sellar en la curiosa ermita de Casquita, cuya responsable sale amablemente de su casa para atendernos, informarnos del desvío correcto y sacarnos una foto. Nos emplazamos a volver a sacar una nueva foto cuando pasemos de nuevo por allí camino de Gijón. Algún día.

El valle sube y baja sin estridencias repleto de manzanos y perales. Salva no resiste a probar las apetecibles pero ácidas manzanas de sidra. El día es espléndido, una vez más, y el ánimo está al cien por cien. 

En un cruce surge una duda por la indicación que nos ha dado la señora de Casquita. Se produce un desencuentro entre Paco, que ha ido a preguntar a una casa cercana, y Jon, que busca y encuentra la flecha amarilla. Tras una disputa dialéctica saldada con los habituales “paleto” y “me cagon en…”, descendemos una notable pendiente hasta el fondo del valle de Valdediós. En ese tramo nos encontramos con un peregrino que marcha en sentido contrario, ¡a quien se le ocurre!



La pequeña carretera se vuelve más sinuosa, más oscura y más complicada de caminar. Finalmente llegamos a San Salvador de Valdediós, una de las joyas del prerrománico asturiano. El patio del monasterio parece abandonado. No encontramos nadie por la zona qué nos diga si podemos visitar la iglesia. Finalmente sale del monasterio un grupo de turistas que están haciendo la visita. Tenemos que esperar hasta que esta acabe para poder preguntarle a la guía si nos permite entrar a ver San Salvador. No permite la excepción peregrina, tan sólo se puede entrar con la visita guiada que comienza en veinte minutos. No podemos esperar, otra vez será. La espera, más la visita, demasiado y todavía nos queda media etapa.

Reanudamos la marcha y, esta vez sí, el camino se pone duro. Unos cazadores están apostados a los largo del camino para abatir los jabalíes que salgan de la protección del bosque, azuzados por los perros. La cuesta es a veces dura, otras muy dura.  Apenas tres kilómetros, pero que dejan nuestros cuerpos sudorosos por primera vez. 

Al llegar al alto preguntamos a una señora si hay bar en el siguiente pueblo (la gusa ya nos come) y nos dice que no, que más adelante. El camino serpentea cuesta abajo y paralelo a una carretera muy transitada por ciclistas hasta Figares. Allí cruzamos el pueblo con escándalo de perros y seguimos el valle hacia abajo. 

Al cruzar por un pequeño pueblo observamos una acera pintada de rojo para los peatones, pero decidimos seguir por el margen izquierdo por lo que somos recriminados por un par de “paletos” motorizados. Parece que el hecho de que un autobús aparcado ocupe la “acera” poco más adelante les preocupa menos que nuestro devenir.

Al fin, en un cruce, encontramos no sólo un bar que dan comidas, sino una mesa bien situada en la terraza. El camarero nos indica que si queremos comer algunos de los bocadillos o platos combinados, de increíble precio económico, tendremos que esperar una hora. Así que después de despachar la cerveza decidimos continuar con el convencimiento de no comer hasta llegar a Pola de Siero.

Pero el convencimiento dura el escaso kilómetro que nos separa de La Vega. Allí nos sentamos en una mesa dispuestos a que nos dieran bien de comer.


BAR LA CASUCA



Nos detuvimos a comer en este lugar porque pasamos por la puerta y nos dio buena impresión. Pedimos varios platos de la escueta carta (entrante, ensalada y cachopo para compartir más postre). La camarera fue muy amable y aunque tardó un poco al principio, después salió todo seguido con fluidez. La comida estaba buena, pero el precio nos pareció un poco excesivo para lo que habíamos comido.

Ideal para un domingo de tirarse un largo, no muy largo si no eres peregrino.


Con el estómago lleno afrontamos los últimos 10 kilómetros. Estamos cansados por el esfuerzo y nuestro andar es más mecánico. El valle es bastante llano y apenas cruzamos poblaciones, tan sólo vemos campos cultivados y frutales, aunque en menor cantidad que la frutal Villaviciosa. Antes de llegar a nuestro destino, cruzamos una zona boscosa bastante bonita hasta la ermita de La Bienvenida. Es un sube y baja continuo, pero sin demasiada dificultad.

Finalmente divisamos a lo lejos Pola de Siero. Cruzar los escasos dos kilómetros de calle principal se nos hace inacabable con el cansancio que arrastramos. El albergue se nos antoja demasiado lejano y la noche se está echando. Al final divisamos un caserío encalado con un pequeño jardín exterior.


ALBERGUE MUNICIPAL POLA DE SIERO



Casi en la salida del pueblo encontramos el albergue municipal. Allí nos recibe el presidente de la Asociación de amigos del Camino, Jose Luís para los amigos, que nos quiere explicar con pelos y señales el funcionamiento del albergue cuando tan sólo necesitamos soltar la mochila y una ducha. Resulta tan amable como poco dinámico. El albergue está nuevo y en esas fechas completo, ya que en el pueblo no hay casi hostales y el Camino tiene afluencia esos días. Además hay que sumar las restricciones por el COVID. Algunos baños estaban cerrados y reinaba un poco el caos para poder cumplir el protocolo. Daba la impresión que el bello edificio tenía problemas de logística, quizás porque desde el ayuntamiento no dotan del personal necesario para que funcione correctamente. Pero el peregrino no exige, agradece. Así que destacamos la amabilidad con que nos recibieron.

Finalmente nos colocaron en el salón. La enorme habitación será para nosotros tres solos. Un somier de muelles y un par de colchones delgados (con uno resultaba imposible descansar) nos permitieron dormir a cuerpo de rey en un albergue municipal, donde lo normal es que esté toda la noche circulando gente en dirección al baño.

Ideal para vivir el espíritu del camino y practicar sus virtudes.

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Cuando estamos ya duchados y todo aparece un malagueño que viene desde Cangas de Onís. Vestido con ropa y equipo de trail afirma que ha cruzado ese día los Picos de Europa de este a oeste, desde el Escudo hasta Cangas, lo que nos parece una hazaña imposible. Le invitamos a que cene con nosotros y nos cuente sus aventuras. Vive en Navarra y está esperando que le llamen para un trabajo y mientras tanto se dedica a hacer tramos enlazados de diferentes caminos, con una dificultad muy lejos de lo normal en un peregrino. Se sorprende de nuestra familiaridad, al ver como nos vacilamos, pero enseguida se suma al carro y la velada resulta muy amena. 


RESTAURANTE LA TEYA




En el mismo albergue nos dieron un “flyer” de este restaurante, donde ofrecían un menú al peregrino bastante económico. Como no teníamos demasiado tiempo, ni ganas, para buscar otra alternativa, fuimos directamente allí.

Había partido en la tele y el local estaba lleno. Por allí se paseaba Jose Luis que hizo de anfitrión, una vez más.

El menú tenía una variante vegana y otra tradicional. Algunos platos estaban logrados, como la paella de verduras, y otros, como los mejillones, pasaban sin pena ni gloria. Salva se enzarzó con el camarero por la salsa marinera, que en su pueblo se hace diferente (con tomate) según afirmaba él. En general más que aceptable menú peregrino, así como el servicio. Cumplía su objetivo de llenar estómagos, ofreciendo algo más que fritanga, aunque tampoco será una comida para recordar.

Ideal para un menú peregrino si no eres adicto al tomate ni a las discusiones bizantinas.

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Regresamos tras la cena, protegiéndonos de la lluvia y con una conversación sobre Baudelaire, el tema favorito de Salva.


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