RIBADESELLA-PRIESCA
Después de la tormentosa tarde, llegó la soleada mañana. Madrugamos bastante para comenzar una de las etapas maratonianas del año, 29 kilómetros que finalmente se convirtieron en 32. Y es que no habíamos recorrido un kilómetro y ya estábamos fuera de ruta.
Ribadesella no se había desperezado cuando cruzamos el puente sobre su ría. Nada más atravesarlo nos encontramos con una flecha amarilla que nos llevaba hacia la playa, pero nosotros, más listos, decidimos tirar hacia adelante y detenernos en un bar a tomar un café. Desde la ventana observamos cómo un alemán despistado había perdido el rumbo y buscaba la flecha tranquilizadora. Pero no aprendimos del error y nos confiamos. Al salir del local, girando a la izquierda, había una señal con un caminante, una mochila y un cayado, así que nos sentimos interpelados por la misma y la seguimos. Hay que decir, en nuestro descargo, que el primer día cuesta habituarse al ritmo del paso, al peso de la mochila y a la señalización, pero nosotros, que ya tenemos experiencia de sobra, no tenemos excusa. Seguimos la señal por un bonito parque junto a una marisma, paralelo a la playa, hasta que cruzamos un puente, la carretera general y ascendimos una pequeña loma. Desde allí la vista era magnífica, pero nos dimos cuenta que íbamos por el camino equivocado. Así que desandamos el camino hasta dar con la playa. En el arenal localizamos las flechas amarillas que seguimos, ahora sí, con devoción.
El camino asciende hasta hallar la costa elevada sobre el acantilado. El día era precioso y las vistas magníficas. Andábamos impetuosos sobrepasando a varios peregrinos veteranos con pinta de germanos.
Cerca de Vega descendimos hasta la playa. No había bañistas todavía y algunos peregrinos circulaban descalzos por la pesada arena. Nosotros, más prácticos, continuamos por el sendero marcado entre la hierba. El Norte nos saludaba con sus mejores galas. El ritmo era vivo y constante, así que decidimos que, en vez de seguir el itinerario normal, nos desviaríamos por el de Isla que transcurre paralelo al mar. El privilegiado marco de Isla iba a ser testigo de una boda y allí se dirigían, bien emperifollados de mañana, los novios y sus invitados.
Paramos a sellar en el albergue público y nos atendió una extrañada, por la temprana hora, empleada de limpieza que a disgusto cumplió con el requisito.
Continuamos por un camino rural más interior, aunque seguiamos olíamos la costa, hasta llegar a Colunga. Nada más pisar la localidad, nos detuvimos, por primera vez en el día, a tomar una cerveza y decidir dónde comeríamos.
CASA LAUREANO

Buscamos en internet un restaurante con menú del día y nos decidimos, sin más recomendación, por este. De camino, un venerable anciano nos recomendó el lugar con vehemencia, ya que el comía todos los días allí.
El interior del restaurante estaba vacío y nos acomodaron junto a la ventana, aunque hubiéramos preferido la carpa techada exterior. El camarero parecía distraído y no nos hizo demasiado caso al principio, quizás porque entendía que no había comenzado su turno laboral, hasta que el ruido de nuestras quejas le hizo reaccionar. El tipo era todo un personaje que se dedicaba a vacilar al personal, con bastante flema inglesa.
La fabada, perdón la comida, quería decir, estaba bastante bien. Buena relación calidad precio. Las raciones eran justas, con buen sabor y gracia al cocinarlas. Salva se decidió por un entrecot que le resultó gustoso y una postrecito casero.
Ideal para comer un buen menú mientras tratas de mantener una conversación coherente con un camarero digno de los Monty Phyton.
0 CHICOTESCon el estómago satisfecho emprendimos la segunda parte de la etapa. Sólo siete kilómetros hasta Priesca, pero que en esas circunstancias siempre se hacen más difíciles. Habíamos visto llover mientras comíamos, pero poco a poco la tarde se fue aclarando hasta volver a resultar radiante.
Dejamos atrás el mar para escalar las suaves colinas de la zona. La prisa era relativa porque no teníamos cerrado el alojamiento, aunque en el albergue nos habían asegurado que no tendríamos problema alguno. Recuperamos rápido el ritmo y nos plantamos en el albergue teniendo toda la tarde por delante para descansar.
Observamos, nada más cruzar la cancela, que allí se solazaba un grupo de alemanes, que festejaban el hecho incomprensible para ellos de que las cervezas Mahou valieran sólo un euro, y dos mujeres, una colombiana que escribe un diario del viaje y una rumana que parece que defiende el territorio cuando Paco se dirige a saludar a la sudamericana con demasiado interés.
Después de adecentarnos, acompañamos a la responsable del albergue a una visita guiada a la iglesia prerrománica de San Salvador. Una visita muy interesante, con una guía muy interesada en explicar al peregrino las maravillas de la zona. Departimos durante una hora sobre los avatares del prerrománico, de la sidra y de las peculiaridades del valle de Villaviciosa.
ALBERGUE LA RECTORAL

Habíamos visto las buenas reseñas del lugar, aunque teníamos dudas porque no había ningún lugar cerca donde tomar algo o cenar. A pesar de ello, y con el conocimiento que Villaviciosa estaba cerca, nos decidimos por La Rectoral.
El albergue es nuevo y posee un espacioso jardín que pudimos disfrutar en esa tarde, todavía, veraniega.
Las responsables nos indicaron que era la antigua vivienda del cura del pueblo, que pertenecía al obispado y que ellas la habían rentado para hacer un albergue privado moderno y funcional. Aunque se mostraban disgustadas por el auge de los “turistinos”, turistas haciéndose pasar por peregrinos que incluso aparcaban los coches en la puerta del albergue, que habían copado las plazas durante el verano.
Las mochilas y zapatos quedan en unos vestuarios en la planta baja, justo al lado de los baños, para cumplir las medidas anti COVID. Nos instalaron en una pequeña habitación de cuatro literas en la primera planta que estaba bastante bien. El albergue estaba muy limpio.
Con respecto a la comida y bebida la verdad es que no faltaba de nada. Una vieja alacena y un moderno frigorífico guardaban en su interior todo lo necesario para cocinar una buena cena a un precio muy asequible. Las cervezas y la sidra corrieron con ganas y la charla con las hospitaleras se prolongó hasta que algunos de los otros peregrinos se quejaron por el ruido.
Ideal para reconciliarse con el espíritu más clásico del Camino en un ambiente moderno y práctico.



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