Después del esfuerzo de los últimos días al fin haremos una etapa corta, hasta Los Arcos. 21 kilómetros no parecen mucho, comparados con las etapas anteriores, pero ya tenemos suficiente experiencia como para menospreciar cualquier trayecto.
Decidimos desayunar en la cafetería aneja al hostel. Es un desayuno sin florituras, de cafetería de estación, pero nos sirve para vaguear un poco y retrasar la salida hacia la fría mañana de Lizarra. A la salida de Estella encontramos a un peregrino que ha dormido en nuestro hostel. Se llama Roberto, es de Valencia y comenzó, o mejor dicho retomó, el Francés en Pamplona. La subida hasta el monasterio de Iratxe la hacemos charlando sobre podcasting y sus esperanzas en un proyecto laboral futuro. Distraídos como vamos apenas notamos la cuesta. Tras la típica parada para la foto en la fuente del vino, donde llenamos mi bidón ciclista del caldo emanado de la fuente, nos separamos en varios grupos. Paco y Joseba marchan hacia adelante. Isidro, Roberto y yo vamos más retrasados. Roberto aprovecha la parada para sellar en Azqueta y se queda a desayunar allí. Sobrepasamos varios grupos de peregrinos. Un padre con su hija, que camina ya con dificultad y tiene que aliviar cargando parte del peso de su mochila; una joven rubia nórdica, que cambiará de acompañante los siguientes días; una pareja de chicas italianas, que con el afán de acortar tratan de atravesar en diagonal un sembrado; los veteranos peregrinos, de Valencia y Madrid, que nos aconsejaron en el restaurante la noche anterior… El camino, dentro de la escasez de gente, va adquiriendo otro color.
En la entrada a Monjardín nos esperan los dos adelantados y vamos juntos a almorzar al bar Ilarria, situado frente al frontón. No hay demasiada variedad de viandas, pero pedimos unos bocadillos para compartir, de jamón “pasado” y de la inevitable txistorra. Los peregrinos van llegando y toman asiento en la plaza junto a nosotros. El sol calienta lo suficiente como para que la estancia sea de lo más agradable. Los peregrinos veteranos comparten su chorizo y su pan con nosotros, que a esas alturas hemos ingerido más kilocalorías de las que hemos gastado. Los últimos en aparecer son los integrantes de la grupetta del “Geyaüer” que se toman la ruta con mayor tranquilidad que nosotros, disfrutando mejor así de las vistas.
Nos ponemos de nuevo en marcha. Deseamos ser de los primeros en llegar hasta Los arcos porque hoy, por primera vez, no hemos reservado albergue. Volamos en esos 12 kilómetros, sin detenernos para nada. El paisaje ha ido cambiando y las vides son ya omnipresentes.
Llegamos a Los Arcos sobre las 14h y nos dirigimos directamente al albergue Casa de la Abuela. Isidro tiene un grato recuerdo porque estuvo alojado allí, el año que inauguraron, con Auxi. En internet no quedaban plazas, pero al llamar al teléfono descubrimos que había sitio para todo el que lo demandó. Unas parejas de mediana edad hacen una barbacoa en mitad de la calle mientras esperamos. El humo impregna esa parte del pueblo. En la puerta hay otro peregrino esperando y al poco llega un bicigrino, catalán y veterano, que dice andar rodando en maratonianas jornadas hasta las nueve de la noche. En el Camino hay gente para todo.
La hospitalera nos instala en una habitación de cuatro camas y sin ducharnos salimos a tomar algo. En la Plaza hay un bar que dispone de una soleada terraza. El bar Buen Camino resulta ser una agradable parada para todos los caminantes que van llegando con cuentagotas. Cerveza tras cerveza me decido a comer un plato combinado que ya ni recuerdo. Los peregrinos veteranos dan buena cuenta de numerosos “tintos de verano”, mientras uno de ellos habla sobre sus numerosos maratones. Solo Paco puede hacerle sombra en ese terreno.
Llega también Roberto, que ya se ha instalado en el albergue. Llegan las italianas “recortadoras”. Llega el “hombre Mercadona”. Llegan los “geyaüers”, que serán bautizados así durante la siesta de esa tarde. Llega la “youtuber”, a quien también le será impuesto su apodo esa misma tarde al descubrir que está haciendo el camino teletrabajando y que por ello carga con un portátil. Pasan de largo varios bicigrinos, el “cascomío” (porque al ser amonestado por mi por no llevar casco, contesta así al vernos jamando) y una chica que lleva un perro en una caja de fruta en la parrilla… En definitiva, esto ya parece otra cosa.
Nos aseamos y descansamos en la habitación. Han dispuesto al otro grupo numeroso en la habitación contigua y nos comunicamos a gritos e indirectas. Decidimos salir a dar una breve vuelta por el pueblo para descubrir un lugar donde cenar. En el deambular callejero descubrimos una imagen impactante, un veterano peregrino que se asemeja al Padre Abraham, el que cantaba con los pitufos, le “mete el morro” a una joven peregrina que no para de reír. No sabemos si por la estrambótica situación o por los efectos de alguna sustancia ilegal.
Finalmente retornamos a la seguridad de nuestra plaza y al mismo bar. Las mesas cercan una fuente central que parece buscar una utilidad que no encuentra. Más cervezas. La “youtuber” pasa la tarde sentada en una mesa haciendo videoconferencias, los veteranos siguen con el tinto de verano, charlamos con nuestro grupo alter ego sobre las vicisitudes del camino.
De repente aparece un peregrino inesperado, Gregorio o algo así, a quien a partir de ese día conoceremos como “el Piedrafita”. Joseba, a quien Isidro insiste en pronunciar con “J” su nombre, nos habló de él por la chapa importante que le había metido en Roncesvalles, donde coincidimos. Según el ibartarra salía a correr una hora antes de comenzar la etapa. Ese día se ha hecho cuarenta kilómetros para poder estar al día siguiente en Logroño, donde ha dejado aparcado su coche. Es el único que no ha encontrado plaza en nuestro albergue y se hospeda en el Casa de Austria.
Un poco aburridos, y alcoholizados, decidimos ir a cenar al bar Mavi que nos han aconsejado en el albergue. La comida no está mal, tampoco demasiado bien, y el ambiente en la mesa es agradable. De repente el “Piedrafita”, sin venir a cuento, empieza con su retahíla de paraciencias, de la que ya nos había advertido Joseba. Yo le pongo en su sitio de manera vehemente. A Isidro no le gusta el tono y el resto se ríe por dentro El chaval, la verdad, queda un poco tocado y se aferra a la primera oportunidad que da la discusión para arriar la bandera blanca. Suelto la presa y nos vamos de regreso al albergue. De camino, Isidro critica mi comportamiento y otros lo defienden con matices.
Mañana será otro día, pero será difícil que sea tan pintoresco como el que dejamos atrás.
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