Salimos casi al amanecer, sin meter demasiado ruido. Nos vestimos con toda la ropa de abrigo que disponemos. Los guantes se hacen más necesarios que nunca. Comenzamos el día, en ayunas, andando por las lindes de los cultivos y atisbamos las primeras parras. Sabemos que no podremos comer nada hasta Puente la Reina y hacía allí nos dirigimos con presteza.
En Óbanos, Joseba reconoce a un extraño trío que compartió autobús el viernes pasado hasta Roncesvalles con él. Una mujer con su hija y el amigo del marido ausente. El hombre y la chica fuman sentados en un bordillo a pesar de la temperatura. Es la avanzada de los romeros que salieron de Orreaga el sábado y a los que hemos “descontado” una etapa.
Una hora después de haber salido de Uterga, entramos en Puente, como dicen los locales, y nos decantamos por el primer local que vemos abierto. El bar, restaurante, albergue y hostal Zubi XXI parece más una estación de servicio que todo lo anterior. La barra recuerda a los locales de hostelería anejos a las gasolineras de las vías más transitadas. La tortilla se deja comer y el café calienta nuestros gélidos cuerpos. Isidro tiene un altercado con el camarero que prioriza atender a algún cliente habitual antes que a él. Una vez satisfechos todos nuestros instintos, cargamos la mochila y volvemos a salir al exterior.
Puente la Reina se despereza a nuestro paso. La siempre abarrotada de peregrinos calle Mayor se nos muestra desierta. Empieza a ser algo recurrente. Atravesamos el puente construido por el diablo, según la leyenda, y, mientras nos encaminamos a Mañeru, vemos pasar a nuestro lado los primeros bicigrinos desde que partimos de Saint Jean.
En Mañeru comenzamos a ver, y adelantar, peregrinos. Una obra impide el paso natural, así que tenemos que desviarnos ligeramente. Un hombre mayor, de larga barba blanca, camina resuelto apoyado en dos bastones. Apenas lleva una pequeña talega a la espalda. Me cuenta que es gallego y que viaja acompañado de su esposa que le lleva la maleta hasta el siguiente albergue. Alguien, llamado Roberto, unos días después le bautizará como “el hombre Mercadona” por su parecido con Juan Roig.
Al llegar a las empinadas calles de Cirauqui le dejamos atrás. En el punto más alto del pueblo una joven descansa junto a un soportal que hay que atravesar para seguir el camino. Mientras sellamos la credencial no perdemos la oportunidad de entablar conversación. La “youtuber”, como la bautizará varias jornadas después Joseba, se muestra dolorida de los tobillos y se ha colocado ella misma unas tiras, siguiendo los consejos virtuales de su fisio. Ha mandado sus enseres en taxi y se muestra preparada para continuar hasta Estella al menos.
Seguimos nuestro camino hasta Lorca. Tras superar la cuesta de acceso al pueblo, donde también dejamos atrás a varios grupos de peregrinos, nos decidimos a realizar un alto en el camino. Isidro observa el taller de un ebanista y departe con él brevemente sobre su afición por la talla de madera. El bar del pueblo está cerrado, pero parece que tiene éxito entre los caminantes una tetería que vende también productos naturales artesanos. El mayor éxito de Eztitzu es su cerveza con retrogusto a miel, que acompañamos con unos bocadillos de jamón. Cuando llegamos al local se encuentran allí viejos conocidos como la pareja eslovaca, que de nuevo ríe al ver entrar Isidro, y algún viajero extranjero con el que hemos coincidido anteriormente, pero también un grupo nuevo compuesto por un hombre bajo y muy repeinado, vestido a la última en moda deportiva; una catalana, impenitente fumadora; una jueza ítalo brasileña, que llenará el ojo de Paco; y un par de rubicundos anglosajones. Este grupo será nuestro alter ego, durante las siguientes jornadas jacobeas, en un continuo sobrepasar y ser superado.
Ellos parten antes y nosotros quedamos degustando la cerveza. Cuando estamos saliendo Paco no puede evitar preguntar, a un pintor que se afana en restaurar una farola del pueblo, por el terremoto de Lorca, para el regocijo kangrena y desconcierto del lugareño.
Al entrar en Villatuerta sobrepasamos al grupo que nos precedía. Entablamos conversación con algunos de ellos y cantamos canciones espirituales, en claro homenaje al ausente Jesús, para regocijo del supuesto líder que nos graba con su móvil. Al tiempo será rebautizado como el “Geyaüer”. Enseguida nuestro ritmo se impone y llegamos al ayuntamiento del pueblo. Isidro y yo recordamos esa buena tarde de pelota a mano y cervezas en esa localidad, durante la Bilbao-Barcelona, y nos desviamos del camino para pasar por el bar de los jubilados y el pequeño frontón.
Estella parece que nunca llega y nos mostramos cansados y un poco hastiados de la jornada. Al atravesar el puente sobre el Ega todavía nos queda más de un kilómetro hasta llegar al alojamiento. El trayecto se hace fatigoso.
El Alda Estella Hostel se sitúa en la plaza Santiago, en el casco histórico de la ciudad. Es un establecimiento nuevo, funcional y muy cómodo. Nos ubicaron en dos habitaciones unidas, de dos camas cada una, y pudimos disfrutar, por una noche, de dormir a pierna suelta entre sábanas. Fueron muy amables ya que habíamos solicitado otro tipo de habitación, con una litera y dos camas.
Salimos a recorrer la ciudad y hacer varios recados, siempre hay que aprovechar cuando te encuentras en un sitio con todos los servicios, pero antes nos detuvimos a tomar unas cervezas en la plaza de los Fueros. Hacía bastante calor y con las cervezas tostadas haciendo sus efectos, decidimos regresar a descansar al hostel. Ya a media tarde salimos, de nuevo, dispuestos a comprar, hacer turismo y cenar. Isidro y yo nos equipamos con pantalones cortos, ya que se preveía que mejorara el tiempo. Isidro, siempre goloso, no se pudo resistir, como un niño, ante la puerta de una heladería y se comió un helado enorme.
Quisimos hacer una visita cultural, pero el claustro de San Pedro de la Rúa estaba cerrado por la pandemia. Así que nos conformamos con observarlo desde el exterior.
Si habíamos dado vueltas para llegar hasta el hostel, más dimos para localizar un lugar adecuado para cenar un menú. Apenas habíamos comido nada desde la mañana y deseábamos cenar convenientemente, así que no nos conformabamos con un bocadillo. Prácticamente en el último instante, antes de decantarnos por cualquier opción previamente descartada, encontramos en un cantón el Restaurante Casanova. El lugar a primera vista no transmite demasiada confianza, pero hay algunos peregrinos en la entrada y el comedor. Los que están cenando nos recomiendan quedarnos y comer las pochas navarras, bastante inapropiadas para cenar. Les hacemos caso en ambas sugerencias y la verdad es que es todo un acierto. Calidad/precio magnífico y un buen servicio. Poco más puede pedir el peregrino.
Los empleados están cenando cuando decidimos retornar al hostel. Es un buen día para “el kalimotxo” ya que en la planta de las habitaciones hay una sala multifuncional, salón y comedor, que puede servir a nuestros propósitos. Con las campanas de las diez sonando, la hora límite para la venta de alcohol, entramos en un chino y nos abastecemos de vino, Coca Cola, hielo y unos vasos de plástico. Ya en el hostel descorchamos el vino y nos disponemos a ver un programa flipante sobre forjadores de armas de acero. Los comentarios jocosos son constantes ante tal frikada. La TDT sí que no vino a mejorar nuestras vidas. Yo, exhausto, me retiro el primero. Los demás seguirán disfrutando del espectáculo de cercenar pollos, solomillos de cerdo y salmones.
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