El milagro de Doña Mencía





Salimos con el sol ya imperial en el cielo. Los olivos como
único paisaje. A miles, a millones, alineados por unos campos difíciles de
ciclar por el continuo traqueteo. Aún así el camino es un espectáculo precioso,
inimaginable para los foráneos rodeados de tanto olivar.
Es difícil, en un lugar tan similar marcar algo en específico pero el desvío estaba claro, después de la laguna del Conde. Con ese nombre nos
imaginábamos algo bastante diferente a los que encontramos. No es que no fuera un lugar
singular, que lo es, no es que no fuera un lugar bello, que lo es, es que a lo
sumo lo imaginábamos con más agua. O al menos con algo de agua. Tras una bajada nos encontramos con esta
laguna, de grandes dimensiones, pero carente de agua incluso en primavera. La
rodeamos para poder seguir el camino y enseguida encontramos el enlace con la
Vía Verde de la Penibética. Una ruta muy preparada y que discurre por las
faldas de esa sierra. Es un trazado muy largo, pero hoy solo utilizaremos el
enlace entre la Laguna y Doña Mencía.

A diferencia del irregular piso del labrado anterior,
circular por la vía nos resulta tan sencillo y rápido como monótono. El
paisaje, una vez más, ayuda a sobrellevar las largas horas montados en las
bicicletas. En mitad de la nada aparece una antigua estación de tren,
reconvertida en restaurante y parada obligatoria en cualquier salida ciclista
de fin de semana (y como no, de los kangrenas).
Después de unas fotos en un antiguo vagón, posiblemente del tren que
recorría esa ruta, nos volvemos a poner en marcha. Poco a poco nos vamos
acercando a las paredes rocosas. A lo lejos divisamos un castillo enrocado en
una pared bastante vertical. Es el pueblo de Zuheros.

La subida pedestre está
bien señalizada, pero resulta bastante difícil y nos hacemos un lío para encontrar
la carretera de acceso. Aun así, decidimos acercarnos a la villa. La rampa de
entrada al pueblo es digna de un Tour de Flandes. Cuesta recorrer los pocos metros que
llevan desde la carretera hasta la plaza del Castillo. El lugar está animado,
es día de feria y hay una visita colegial en el castillo. Nosotros, como
siempre, decidimos optar más por la parada de refresco que por la cultural. Hay que
pagar por entrar en la empinada alcazaba y los kangrenas prefieren descansar en la
plaza, desde donde se observa un infinito paisaje de olivos.
Recuperamos la vía verde, esta vez con menos dificultad, y
seguimos ciclando por ella hasta abandonarla en Doña Mencía. Aquí enlazamos con
el ramal del Camino Mozárabe que viene desde Málaga. Un carril bici, que es más
una intención que una realidad, nos saluda al entrar en la localidad.
Callejeamos, un poco perdidos, hasta que un lugareño nos indica cual es la
salida. Un durísimo kilómetro, que muchos de nosotros recorremos a pie, es la
despedida de este pueblo cuyo nombre los kangrenas tardarán en olvidar.
Al final de la dura cuesta nos reagrupamos para comenzar el
descenso que nos llevará a Baena. La pista es ancha, muy vertical, pero tiene
algunos resaltos. En uno de ellos Paco pierde el control de la bicicleta y cae
al suelo golpeándose la cabeza contra un murete bajo. Durante un momento pierde
la consciencia y después se encuentra desorientado. Para colmo no hay cobertura
y el Doc, que ha bajado más rápido, está ilocalizable. Salva, un poco bastante nervioso,
se hace cargo de atenderle mientras Jon busca un poco de red para llamar así a
las urgencias, hay que evacuar por precaución. El 112 resulta de todo menos
efectivo, no se acaba nunca la sucesión de sanitarios en busca de un informe y
la ambulancia no llega a salir, así que se decide montarlo en un coche que pasa
por allí y acercarlo hasta el centro de salud del pueblo. Salva marcha con él.
Los demás, tras una breve reunión, decidimos continuar, buscar a Jesús, y
llegar hasta Baena donde esperaremos noticias. Desde el dispensario derivan a
Paco al hospital de Cabra para poder hacerle pruebas. Mientras los demás hemos
localizado a Jesús, que esperaba a la sombra en la parte baja de la colina, y
nos dirigimos raudos hasta Baena.
Para entrar en Baena hay que hacer un nuevo esfuerzo de escalador.
Otro kilómetro y medio muy duro hasta llegar al centro de la villa. Una vez
allí ponemos las bicis a resguardo del duro sol y nos aprestamos a comer, con el
ánimo un poco bajo.
Restaurante El Primero de la Mañana, Baena

Recobrados en parte del susto decidimos refugiarnos del duro sol del mediodía en la terraza cubierta
de este local. El cartel de menú del día, un tanto cutre, contrasta con una especie de Jaima
perfectamente acondicionada. Apenas hay gente y el servicio es ágil, pero eso
no quita para que los contrastes sean máximos. Un par de mesas más hacia el
centro se descorcha una botella de champagne francés mientras nosotros,
sudorosos y sedientos, damos cuenta de un vino de la casa con limonada. La
comida estaba bien servida, cocinada y presentada, aunque la cantidad era
bastante escasa. En estos casos el pan suele ser el más valioso amigo del
glotón y a fe que dimos buena cuenta tanto del pan como del tinto de verano.
Ideal para combinar el
costumbrismo de menú proletario con la "gente guapa" de Baena.

Reanudamos la marcha y enseguida nos encontramos en el campo
de nuevo. Ahora los olivos, cada vez menos presentes, van dejando espacio a los
campos de cereal. Marchamos pendientes del móvil y de las nuevas noticias sobre
Paco que de tanto en tanto nos remite Salva. O incluso el mismo Paco que nos
llama personalmente para contarnos que las pruebas han ido bien, que no tiene
nada grave y que le darán el alta en breve. Deberán regresar en ambulancia y
desde allí procurarse un transporte, para ellos y las bicis, hasta el final de
etapa en Castro del Río.
Estas nuevas noticias alteran el preocupado ambiente y
vuelven las desenfadadas conversaciones kangrenas de “sobremesa”. Jesús y Jon
hablan de los respectivos proyectos de vacaciones, mientras Isidro juega a rodar
agarrado a la bici eléctrica de Auxi. El paisaje, menos frondoso, es una
maravilla y la luminosidad de la tarde, una vez más, nos llama la atención y
llena nuestras baterías. Apenas hay alguna mínima subida así que rodamos muy
rápidos. Al principio por una pista de tierra y después por una carretera
local, con un asfalto bastante estropeado.
Observamos, a lo lejos, un grupo de peregrinos o turistas.
Son cuatro, van montados en bici, pero por la velocidad parece que van de
paseo. Apenas llevan equipaje, pero a pesar de ello los alcanzamos rápidamente.
Son los primeros que vemos aunque, extrañamente, no entablamos conversación
con ellos. Al rebasarlos alguno de ellos se pica y trata de seguir nuestro
ritmo, aunque enseguida se nota que no está capacitado.

Nos detenemos en la entrada de Castro y buscamos la
dirección del alojamiento. Al rato llegan los peregrinos que habíamos dejado
atrás. Parecen más desorientados que nosotros. Por el extrarradio del pueblo,
tras cruzar un polígono, encontramos la pensión que será nuestro hogar por un día.
EL OFF ROAD
Hemos llegado bastante
pronto, a pesar de las vueltas al trazado y al accidente, así que después de
ducharnos, lavar un poco la ropa (los canarios consiguen que una señora, al
otro lado de la calle, les lave la ropa ante la perplejidad de su marido), y hacer
alguna comprilla por el pueblo, nos queda una tarde larga para descansar
tomando cervezas en la terraza de al lado de la pensión. El trato no es
demasiado amable, la cerveza no es demasiado buena, pero lo tenemos cerca. Así
que para qué cambiar. Cuando llega la fresca la terraza, situada exactamente
dentro de la calzada, se va llenando de gente que disfruta de caracoles
cocinados a la manera local. Deben de ser un manjar, por cómo se deleitan, pero
demasiado arriesgado quizás para unos foráneos con demasiados prejuicios.
Recibimos más noticias de
los dos rezagados. No han encontrado transporte y vienen, montados en las
bicis, por la carretera (desoyendo los consejos médicos). Están ya cerca de
Castro e Isidro decide, con más ganas de hacer kilómetros en su bici que de
localizarlos, ir a buscarlos. Como es de esperar volverá sin ellos ya que
decidió ir por el Camino en vez de por la carretera, y encima sin móvil.
Aythami va a buscarlos a
la entrada de la población. Al reencontrarnos abrazos y risas al ver que una
situación complicada, una vez más, se ha resuelto sin demasiados problemas.
Como recompensa Paco recibe un casco nuevo, para sustituir al suyo, que ya
realizó su labor de una forma eficiente. Incluso habíamos mirado una bicicleta
nueva, en la tienda de bicis Picbike que estaba justo al lado de la pensión.
Aunque Paco decidió que ya habría tiempo para jubilar su “hierro” a su regreso a casa.
Pizzeria Arezzo, Castro del Río
Después de una nueva
búsqueda por internet decidimos recorrernos todo el pueblo para llegar a esta
pizzería. Por el camino nos encontramos con la hermana del dueño de otra pizzería en el pueblo que lamentó, al ver nuestro número y nuestras
barrigas, no hubiéramos escogido el local familiar.
Cuando llegamos nos dio
mala espina: vacío, con todo apagado y con algunas carencias en la carta (sobre
todo cervezas en el año del sibaritismo cervecil). Todo parecía que estaba en
nuestra contra y que comeriamos precocinados grasientos. Pero la comida no
estaba nada mal, para ser una pizzería. Poco a poco el local se fue animando,
con ese tardío horario tan sureño, y acabó con casi un over booking. El
servicio fue quizás lo más flojo. Fue un poco diesel, le costó arrancar pero
cuando cogió la velocidad crucero fue de lo más eficiente (la freidora debía de
contaminar como los famosos motores turbo diesel europeos).
Ideal para meriendas
escolares y para cuando te has quedado dormido, viendo el telediario, y te despiertas
hambriento a medianoche.
Pensión A Ka la Sole, Castro del Río
En cuanto a atención al
cliente es lo peor del año. Estuvimos esperando bastante tiempo en la calle a
que nos atendieran, después nos hicieron un rápido checkin, con mucho interés en
nuestra documentación y sin demasiadas explicaciones de las posibilidades del
establecimiento. Las bicicletas mal apiñadas en un desierto comedor, algún pequeño desmadre nocturno. A la mañana siguiente
tuvimos que llamar para saber que el desayuno se daba en el bar de al lado, que
era de los mismos dueños. Un desastre.
Las habitaciones estaban
bien, limpias y bastante nuevas, pero era un poco desconcertante no ver a nadie
de la pensión por ningún lado.
Ideal para que la gerencia del negocio haga un “toma el
dinero y corre”.



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