ETAPA 4: ALCAUDETE-CASTRO DEL RÍO

El milagro de Doña Mencía



Salimos con el sol ya imperial en el cielo. Los olivos como único paisaje. A miles, a millones, alineados por unos campos difíciles de ciclar por el continuo traqueteo. Aún así el camino es un espectáculo precioso, inimaginable para los foráneos rodeados de tanto olivar.
Es difícil, en un lugar tan similar marcar algo en específico pero el desvío estaba claro, después de la laguna del Conde. Con ese nombre nos imaginábamos algo bastante diferente a los que encontramos. No es que no fuera un lugar singular, que lo es, no es que no fuera un lugar bello, que lo es, es que a lo sumo lo imaginábamos con más agua. O al menos con algo de agua.  Tras una bajada nos encontramos con esta laguna, de grandes dimensiones, pero carente de agua incluso en primavera. La rodeamos para poder seguir el camino y enseguida encontramos el enlace con la Vía Verde de la Penibética. Una ruta muy preparada y que discurre por las faldas de esa sierra. Es un trazado muy largo, pero hoy solo utilizaremos el enlace entre la Laguna y Doña Mencía.


A diferencia del irregular piso del labrado anterior, circular por la vía nos resulta tan sencillo y rápido como monótono. El paisaje, una vez más, ayuda a sobrellevar las largas horas montados en las bicicletas. En mitad de la nada aparece una antigua estación de tren, reconvertida en restaurante y parada obligatoria en cualquier salida ciclista de fin de semana (y como no, de los kangrenas).
Después de unas fotos en un antiguo vagón, posiblemente del tren que recorría esa ruta, nos volvemos a poner en marcha. Poco a poco nos vamos acercando a las paredes rocosas. A lo lejos divisamos un castillo enrocado en una pared bastante vertical. Es el pueblo de Zuheros. 


La subida pedestre está bien señalizada, pero resulta bastante difícil y nos hacemos un lío para encontrar la carretera de acceso. Aun así, decidimos acercarnos a la villa. La rampa de entrada al pueblo es digna de un Tour de Flandes. Cuesta recorrer los pocos metros que llevan desde la carretera hasta la plaza del Castillo. El lugar está animado, es día de feria y hay una visita colegial en el castillo. Nosotros, como siempre, decidimos optar más por la parada de refresco que por la cultural. Hay que pagar por entrar en la empinada alcazaba y los kangrenas prefieren descansar en la plaza, desde donde se observa un infinito paisaje de olivos.


Recuperamos la vía verde, esta vez con menos dificultad, y seguimos ciclando por ella hasta abandonarla en Doña Mencía. Aquí enlazamos con el ramal del Camino Mozárabe que viene desde Málaga. Un carril bici, que es más una intención que una realidad, nos saluda al entrar en la localidad. Callejeamos, un poco perdidos, hasta que un lugareño nos indica cual es la salida. Un durísimo kilómetro, que muchos de nosotros recorremos a pie, es la despedida de este pueblo cuyo nombre los kangrenas tardarán en olvidar.
Al final de la dura cuesta nos reagrupamos para comenzar el descenso que nos llevará a Baena. La pista es ancha, muy vertical, pero tiene algunos resaltos. En uno de ellos Paco pierde el control de la bicicleta y cae al suelo golpeándose la cabeza contra un murete bajo. Durante un momento pierde la consciencia y después se encuentra desorientado. Para colmo no hay cobertura y el Doc, que ha bajado más rápido, está ilocalizable. Salva, un poco bastante nervioso, se hace cargo de atenderle mientras Jon busca un poco de red para llamar así a las urgencias, hay que evacuar por precaución. El 112 resulta de todo menos efectivo, no se acaba nunca la sucesión de sanitarios en busca de un informe y la ambulancia no llega a salir, así que se decide montarlo en un coche que pasa por allí y acercarlo hasta el centro de salud del pueblo. Salva marcha con él. Los demás, tras una breve reunión, decidimos continuar, buscar a Jesús, y llegar hasta Baena donde esperaremos noticias. Desde el dispensario derivan a Paco al hospital de Cabra para poder hacerle pruebas. Mientras los demás hemos localizado a Jesús, que esperaba a la sombra en la parte baja de la colina, y nos dirigimos raudos hasta Baena.
Para entrar en Baena hay que hacer un nuevo esfuerzo de escalador. Otro kilómetro y medio muy duro hasta llegar al centro de la villa. Una vez allí ponemos las bicis a resguardo del duro sol y nos aprestamos a comer, con el ánimo un poco bajo.

Restaurante El Primero de la Mañana, Baena



Recobrados en parte del susto  decidimos refugiarnos del duro sol del mediodía en la terraza cubierta de este local. El cartel de menú del día, un tanto cutre, contrasta con una especie de Jaima perfectamente acondicionada. Apenas hay gente y el servicio es ágil, pero eso no quita para que los contrastes sean máximos. Un par de mesas más hacia el centro se descorcha una botella de champagne francés mientras nosotros, sudorosos y sedientos, damos cuenta de un vino de la casa con limonada. La comida estaba bien servida, cocinada y presentada, aunque la cantidad era bastante escasa. En estos casos el pan suele ser el más valioso amigo del glotón y a fe que dimos buena cuenta tanto del pan como del tinto de verano.

Ideal para combinar el costumbrismo de menú proletario con la "gente guapa" de Baena.




Reanudamos la marcha y enseguida nos encontramos en el campo de nuevo. Ahora los olivos, cada vez menos presentes, van dejando espacio a los campos de cereal. Marchamos pendientes del móvil y de las nuevas noticias sobre Paco que de tanto en tanto nos remite Salva. O incluso el mismo Paco que nos llama personalmente para contarnos que las pruebas han ido bien, que no tiene nada grave y que le darán el alta en breve. Deberán regresar en ambulancia y desde allí procurarse un transporte, para ellos y las bicis, hasta el final de etapa en Castro del Río.

Estas nuevas noticias alteran el preocupado ambiente y vuelven las desenfadadas conversaciones kangrenas de “sobremesa”. Jesús y Jon hablan de los respectivos proyectos de vacaciones, mientras Isidro juega a rodar agarrado a la bici eléctrica de Auxi. El paisaje, menos frondoso, es una maravilla y la luminosidad de la tarde, una vez más, nos llama la atención y llena nuestras baterías. Apenas hay alguna mínima subida así que rodamos muy rápidos. Al principio por una pista de tierra y después por una carretera local, con un asfalto bastante estropeado.
Observamos, a lo lejos, un grupo de peregrinos o turistas. Son cuatro, van montados en bici, pero por la velocidad parece que van de paseo. Apenas llevan equipaje, pero a pesar de ello los alcanzamos rápidamente. Son los primeros que vemos aunque, extrañamente, no entablamos conversación con ellos. Al rebasarlos alguno de ellos se pica y trata de seguir nuestro ritmo, aunque enseguida se nota que no está capacitado.

Nos detenemos en la entrada de Castro y buscamos la dirección del alojamiento. Al rato llegan los peregrinos que habíamos dejado atrás. Parecen más desorientados que nosotros. Por el extrarradio del pueblo, tras cruzar un polígono, encontramos la pensión que será nuestro hogar por un día.

EL OFF ROAD

Hemos llegado bastante pronto, a pesar de las vueltas al trazado y al accidente, así que después de ducharnos, lavar un poco la ropa (los canarios consiguen que una señora, al otro lado de la calle, les lave la ropa ante la perplejidad de su marido), y hacer alguna comprilla por el pueblo, nos queda una tarde larga para descansar tomando cervezas en la terraza de al lado de la pensión. El trato no es demasiado amable, la cerveza no es demasiado buena, pero lo tenemos cerca. Así que para qué cambiar. Cuando llega la fresca la terraza, situada exactamente dentro de la calzada, se va llenando de gente que disfruta de caracoles cocinados a la manera local. Deben de ser un manjar, por cómo se deleitan, pero demasiado arriesgado quizás para unos foráneos con demasiados prejuicios.
Recibimos más noticias de los dos rezagados. No han encontrado transporte y vienen, montados en las bicis, por la carretera (desoyendo los consejos médicos). Están ya cerca de Castro e Isidro decide, con más ganas de hacer kilómetros en su bici que de localizarlos, ir a buscarlos. Como es de esperar volverá sin ellos ya que decidió ir por el Camino en vez de por la carretera, y encima sin móvil.
Aythami va a buscarlos a la entrada de la población. Al reencontrarnos abrazos y risas al ver que una situación complicada, una vez más, se ha resuelto sin demasiados problemas. Como recompensa Paco recibe un casco nuevo, para sustituir al suyo, que ya realizó su labor de una forma eficiente. Incluso habíamos mirado una bicicleta nueva, en la tienda de bicis Picbike que estaba justo al lado de la pensión. Aunque Paco decidió que ya habría tiempo para jubilar su “hierro” a su regreso a casa.

Pizzeria Arezzo, Castro del Río

Después de una nueva búsqueda por internet decidimos recorrernos todo el pueblo para llegar a esta pizzería. Por el camino nos encontramos con la hermana del dueño de otra pizzería en el pueblo que lamentó, al ver nuestro número y nuestras barrigas, no hubiéramos escogido el local familiar.

Cuando llegamos nos dio mala espina: vacío, con todo apagado y con algunas carencias en la carta (sobre todo cervezas en el año del sibaritismo cervecil). Todo parecía que estaba en nuestra contra y que comeriamos precocinados grasientos. Pero la comida no estaba nada mal, para ser una pizzería. Poco a poco el local se fue animando, con ese tardío horario tan sureño, y acabó con casi un over booking. El servicio fue quizás lo más flojo. Fue un poco diesel, le costó arrancar pero cuando cogió la velocidad crucero fue de lo más eficiente (la freidora debía de contaminar como los famosos motores turbo diesel europeos).

Ideal para meriendas escolares y para cuando te has quedado dormido, viendo el telediario, y te despiertas hambriento a medianoche.

Pensión A Ka la Sole, Castro del Río 

En cuanto a atención al cliente es lo peor del año. Estuvimos esperando bastante tiempo en la calle a que nos atendieran, después nos hicieron un rápido checkin, con mucho interés en nuestra documentación y sin demasiadas explicaciones de las posibilidades del establecimiento. Las bicicletas mal apiñadas en un desierto comedor, algún pequeño desmadre nocturno. A la mañana siguiente tuvimos que llamar para saber que el desayuno se daba en el bar de al lado, que era de los mismos dueños. Un desastre.

Las habitaciones estaban bien, limpias y bastante nuevas, pero era un poco desconcertante no ver a nadie de la pensión por ningún lado.

Ideal para que la gerencia del negocio haga un “toma el dinero y corre”.




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