De resaca, por cuestas improbables y olivares imposibles

Entramos en la localidad de Olivares, coherente nombre para un lugar donde los olivos se juntan con la montaña, y entramos tan rápido que Jesús pasa de largo mientras los demás decidimos hacer una parada para avituallarnos. El sol ya hace estragos así que nos refugiamos en un bar con aire acondicionado para tomar una cerveza y unas patatas fritas. El amable camarero nos regala una tapa de embutido. Al rato nos acordamos del Doc y le llamamos. Está sentado tranquilamente, un poco más adelante, disfrutando del ambiente rural. No se le ve demasiado preocupado, quizás esté buscando la trascendencia zen, o tan solo luchar contra los restos de los gintonics del día anterior.






Con un poco de desgana, como pocas veces, y sin mucha prisa,
como siempre, nos aprestamos a dejar la ciudad de Granada. Es este quizás uno
de los tramos menos edificantes de este año: Una salida larga, y muy urbana,
por diferentes zonas de polígono a medio construir, Nada que llame demasiado
la atención pero que permite que las piernas vayan calentando y la cabeza despejandose.
Dejamos a un lado una interesante muestra de arqueología
industrial, una chimenea de fábrica rodeada de ovejas pastando, para rodar por
la N-432 dirección Pinos Puente. En esta localidad hacemos una parada técnica
(banco, agua, etc.). Nos sigue dando pereza el día y no conseguimos coger el
ritmo.

Desde esta localidad tomamos, ahora sí, una pequeña
carretera que nos saca del tráfico y de las zonas más urbanizadas. Parece que
nos mejora el ánimo. Y más que lo hará
cuando pisemos, por primera vez, zona de olivares. El terreno está bastante
seco, y las máquinas han pasado recientemente, así que el traqueteo es constante.
El camino se va cerrando en un pequeño valle repleto de olivos a ambos lados.
Los canarios y Jesús, como liberados de una pesada losa de asfalto, disfrutan el terreno
como nadie. Los demás lo sobrellevamos.
Entramos en la localidad de Olivares, coherente nombre para un lugar donde los olivos se juntan con la montaña, y entramos tan rápido que Jesús pasa de largo mientras los demás decidimos hacer una parada para avituallarnos. El sol ya hace estragos así que nos refugiamos en un bar con aire acondicionado para tomar una cerveza y unas patatas fritas. El amable camarero nos regala una tapa de embutido. Al rato nos acordamos del Doc y le llamamos. Está sentado tranquilamente, un poco más adelante, disfrutando del ambiente rural. No se le ve demasiado preocupado, quizás esté buscando la trascendencia zen, o tan solo luchar contra los restos de los gintonics del día anterior.

Ya estábamos avisados que a partir de ese punto la pista se
ponía vertical, pero no nos imaginábamos hasta qué punto. Desde el pueblo mismo
ya oteamos el principio de la cuesta que nos espera, camino de Moclín. Apenas
dos kilómetros pero de un porcentaje durísimo, tan duro que la mayoría tenemos
que recorrerlos andando. Mientras subimos, penosamente, observamos como Isidro se
divierte subiendo y bajando con la bicicleta eléctrica de Auxi. La única tregua que concede la ascensión es una breve parada en
un impresionante mirador, desde donde podemos observar el valle donde se
asienta Granada y a lo lejos la Sierra Nevada, para recuperar las pulsaciones.
Es este, quizás, uno de los tramos más duros que hemos realizado en bicicleta
con alforjas y para el que pocos, como ya nos advirtieron en el bar, están
preparados.

Al final de la cuesta está el pueblo de Moclín con su
magnífica “alcazaba”. Forma parte de un conjunto de torres y fortalezas para
defender la frontera del antiguo reino de Granada e impresionan por la
dificultad para la construcción en unos riscos tan escarpados. Todo el pueblo
es cuesta arriba sin piedad. Al llegar arriba observamos el nuevo valle,
inundado de olivos, que se abre ante nosotros.
Al salir del pueblo decidimos, tras haber perdido mucho
tiempo en este tramo y con el fin de avanzar lo más posible antes de comer, abandonar la pista y, dando
un rodeo, seguir la carretera hasta unirnos a la N-432 dirección Alcalá la Real.
Es un tramo de carretera muy favorable y rodamos rápido aunque no satisface para nada nuestras expectativas.
Cafetería Alaska, Alcalá la Real

Buen servicio, buenas raciones y un avituallamiento barato y
rápido. Esto es lo que se puede pedir cuando se decide parar en un lugar como
este, un bar de platos combinados y comida rápida, y lo que conseguimos aquel día. El camarero era uno de esos a los que el
mote de “jefe” le queda como un guante. A medio camino entre cotilla, vende
coches, puntito de machismo, mentalidad viejuna pero hiper eficiente en un trabajo mucho más
complicado de lo que parece a primera vista (como tratamos de explicar aquí). Pocas
expectativas y por lo tanto buen margen para una crítica favorable.
Ideal para “fast foodies”
admiradores de Bertín Osborne y José Manuel Soto.
Después del alto para comer decidimos seguir por el camino. Los
olivos “inundan” todo el paisaje de las laderas por donde circulamos. Todo nos
es tan ajeno y por ello quizás lo disfrutamos aún más.

Circulamos en las alturas,paralelos a la carretera nacional.
Llegado un momento, cerca de Castillo de Locubín, salimos de nuevo a una
carretera que desciende hasta la N-432. En la entrada a esta última surge un
debate porque no encontramos la flecha adecuada. Hay una marca pero señala en la
dirección opuesta a la que debería. GPS contra flecha, el eterno debate moderno del Camino. Al
final tomamos la dirección que nos ofrece la flecha, que rápidamente gira 180º
para subir una colina. Un rápido descenso y de nuevo entramos en la carretera a
la altura de Ventas del Carrizal. Allí mismo está el desvío del Camino, pero
los primeros, animados por la velocidad del descenso, no escuchan y siguen
hacia abajo por la misma carretera, así que les seguimos.
Seguro que este último tramo es muy interesante, por la
presencia constante del olivar, pero por esta incomunicación lo hacemos por la
carretera, que pica hacia arriba de una manera no muy pronunciada pero sí
constante, hasta llegar a nuestra meta en Alcaudete.
EL OFF ROAD
Después de adecentarnos, y de una buena tertulia con cervezas de por medio, nos
dirigimos a visitar el castillo de Alcaudete y la localidad en sí.

Aprieta el calor así que
Jon decide mojarse por completo en una fuente ornamental, de las de chorros
verticales que salen del suelo. En el pueblo no hay demasiada gente, o al menos
no se deja ver. Subimos hasta el castillo pero no lo podemos visitar por estar
cerrado. De todas maneras, nos impactan los paisajes cultivados que se observan
a sus pies.Arboles aceituneros por todos los lados. Al fondo se sitúa la sierra Penibética, que visitaremos
al día siguiente, y a lo lejos se intuye el valle del Guadalquivir donde se
enclava la ciudad de Córdoba. El viento sopla ligeramente y nos refresca lo
suficiente para que estemos en la cima del otero durante mucho tiempo,
descansando, relajándonos, disfrutando de la tranquilidad y el paisaje. En la paz. En la gloria.
Pension restaurante Hidalgo, Alcaudete
Un buen ejemplo de que, a
veces, los prejuicios no nos dejan ver la verdadera naturaleza del lugar. En un primer momento apreciamos la
típica parada de carretera, con olor a naftalina. Lo regentan un señor bastante
mayor, muy amable, y el que suponemos que es su hijo. Camisas blancas impolutas, trato correcto, más
que correcto, con esa corrección que se daba hace unas décadas y hoy se ha
perdido en un estúpido mar de tuteos. Ambiente de desarrollismo rural, podemos
decir de manera nada despectiva.

Las habitaciones estaban
bien para lo que es una pensión de su categoría. Limpias y correctas. Yo tuve
suerte y dormí solo por lo que mi percepción de la habitación quizás es mejor
que la de mis compañeros. A destacar el nuevo y maravilloso aire acondicionado
que dejaba en pañales los complejos norteños para con este aparato (lo iremos
viendo de aquí en adelante). Quizás el sueño más reparador de la semana.
Después de dar unas
vueltas al pueblo decidimos regresar a la pensión para cenar y la verdad es que
fue un acierto. De hecho era uno de los destacados en tripadvisor por lo que el
mérito tampoco es nuestro. Comida casera, en el menú nocturno, y buena calidad en los productos. Después de tanta tapa
y ración agradecimos esa cena, un punto más individualizada en cuanto a gustos.
Establecimiento multidisciplinar ideal para un salto en el
tiempo en busca de lo auténtico, en forma y fondo.
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