ETAPA 8: Gradefes-Masnilla de las Mulas



De la soledad del paramo a la lagarabía tumultuosa de la urbe.

Salimos de Gradefes con muchas dudas: Algunos querían llegar a León, otros se conformaban con alcanzar el final del Vadiniense en Mansilla de las Mulas; Unos que si por el camino más corto, otros que si por la ruta de los monasterios. Al final decidimos lo más simple, acabar juntos lo que empezamos juntos.

Salimos del pueblo por la LE-213. Apenas encontramos unos pocos pueblos y campos de cultivo en una llanura. Lo que en otras circunstancias podría parecer un apetecible lugar donde transitar, después de lo vivido, nos parece monótono y poco llamativo: Cifuentes, Casasola y andar por la parcelaria. A veces la ruta nos da un inesperado rodeo como para alargar nuestra jornada, pero pronto vuelve a la recta que no debió abandonar. Un cruce a la derecha y subimos 300 metros de colina hasta el monasterio de San Miguel  de Escalada.
Nos lo había recomendado visitar la señora Amor, el día anterior, así que el resultado fue un poco decepcionante. Estaba cerrado, un mal común en este camino 2018, y solo pudimos observarlo desde fuera. Reformado recientemente es un monasterio románico construido con materiales demasiado tendentes a la erosión. Es este un tipo arquitectónico que ofrece simplicidad y recogimiento frente a la desmesura urbana posterior del gótico. Poco podemos apreciar sus virtudes viendo la fachada exterior así que pronto nos volvemos a poner en marcha.
Seguimos nuestro camino casi paralelo a la carretera y pronto encontramos el desvío a la derecha que indica la “Ruta de los Monasterios” que sirve para llegar antes a la capital sin tener que pasar por Mansilla. Pero lo dejamos atrás por el bien común de la empresa propuesta: completar el Camino Vadiniense
Campos, campos y más campos de cereal recién plantado. Valle de Mansilla y Villacontilde. Desviamos hacía un canal. No encontramos ya más marcas. De repente aparece una patrulla de la Guardia Civil. Les extraña que circulemos por allí tan lejos del Camino Francés, tan bien señalizado. Tras un diálogo de sordos sacamos en claro que siguiendo el canal se llega a Mansilla, así que evitamos la N-625 lo máximo posible. Al fin, frente a un puticlub, se unen ambos caminos. El andadero del Francés nos parece una autopista llena de viandantes. Viniendo de la soledad casi absoluta nos empezamos a agobiar un poco.
Llegamos hasta la puerta de la localidad de Mansilla y nos sacamos la foto de “fin de camino”. Todavía tendremos que deambular un poco hasta encontrar alojamiento para Auxi e Isidro. En el albergue municipal nos tratan de lujo y nos localizan un albergue para dormir esa noche en León capital. Marcos, más previsor, tiene una habitación reservada hace días. La ciudad está en “overbooking”. A la fiebre habitual del Camino se le añade la fiebre de las despedidas de soltero, como comprobaremos esa misma tarde.

LA TABERNA DE GELO, MANSILLA
Los hospitaleros de Mansilla nos proporcionaron tanto el albergue en León como un sitio donde comer en el pueblo. El local contaba con un amplio comedor, un bar y una enorme terraza, donde se solazaban algunos peregrinos. Estaba casi vacío a pesar de ser horas de comer y estar en medio del Camino Francés lleno de peregrinos, lo que habla bien a las claras del cambio de tendencias en los usos y costumbres de los romeros. Un menú del día muy apañado en precio y bastante justito de calidad. Yo elegí el revuelto de setas y estaba bastante bien pero el pollo había pasado por el horno más veces que Isidro por Santiago. El postre quizás fue lo menos variado y más flojo. La camarera era muy dicharachera, a la par de diligente, y se divertía vacilándonos un poco mientras traía los platos.
En definitiva, otro restaurante de menú peregrino más en el Camino. Que no pasará a la gloria por nada en especial, lo cual en sí ya es muchas veces de agradecer viendo las vicisitudes para avituallarnos en muchos tramos del Vadiniense.
Comida recalentada para caminantes con el paladar atrofiado por el polvo del camino.






Después de comer, y mientras esperamos al autobús, nos refugiamos de sol tomando un “licorsito” en un bar aledaño al albergue. Se sienta con nosotros la hospitalera, mujer de carácter. Nos cuenta, con su peculiar estilo tan directo, sus experiencias con los orientales quienes han acaparado el Francés hasta hacerlo casi  impracticable. Mientras nos estamos regocijando con sus anécdotas sale del albergue un nutrido grupo de coreanas, que parecen un poco despistadas. Ella les indica donde está la tienda de alimentación más cercana. Significativo el cambio desde las primeras veces que pisamos el camino: mientras el restaurante de menú peregrino vacio, la cocina del refugio es un ir y venir constante de orientales cocinando en los escasos metros cuadrados del recinto. “La burbuja oriental del Camino de Santiago”.
Se acerca la hora y nos despedimos en la parada de autobús. Los canarios todavía completaran la jornada de mañana hasta León. Al resto nos queda una tarde en el “Barrio Humedo” leonés disfrutando de mala cerveza  y buenas tapas. Un gran final para un gran recorrido.


ALBERGUE SANTO TOMÁS DE CANTERBURY, LEON
Cien por cien de ocupación en la capital: peregrinos, turistas y despedidas de solteros se juntaban en el barrio Húmedo al calor de la ruta del tapeo más famosa de la península.
Resultado: tuvimos que alojarnos en un albergue privado a más de 3 kilómetros de la catedral, con el comodín que teníamos a nuestra disposición el coche de apoyo.
El albergue, más allá de su situación, es moderno, limpio y tiene unas muy buenas instalaciones. Dispone de habitación con literas segregadas por sexos y habitaciones más pequeñas para viajeros que buscan algo de intimidad. Un detalle muy bueno es que disponía de una vitrina con elementos básicos de ciclista a la venta. Siempre es un fastidio, y una pérdida de tiempo enorme, ir a buscar una tienda de ciclismo para comprar esas cámaras o  cables de freno necesarios para seguir la ruta. También disponen de un cuarto acondicionado para guardar las bicicletas.
El personal fue muy amable, nos indicó que entendía nuestra “hoja de ruta” y que podíamos regresar cuando quisiéramos, respetando el descanso de los demás lógicamente.
Yo personalmente dormí bastante mal. Hacía calor en la habitación, las literas se movían excesivamente y el personal, castigado por la próstata y la cerveza, no hacía más que levantarse al baño. Pero como no íbamos a andar al día siguiente tampoco me importó demasiado, de hecho sirvió para que añorara aún más el hogar.
El desayuno fue espectacular, pantagruélico, elefantiásico, con tostadas y bollería por doquier. Incluso regalamos algunas a unos canarios ciclistas que desayunaban en la mesa de al lado. El dueño se volcó aún más en este aspecto lo que nos dejó un recuerdo muy grato.
Calor tórrido, literas bailonas y desayuno interminable.







EL TRACK



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