Pueblos vacios y romanico leonés.
Desayunamos en el Cruce, el lugar
donde comimos el día anterior. Un servicio muy amable y eficaz a pesar de estar
bastante lleno el local. Salimos todavía recorriendo el pueblo un tramo más (que
pueblo más largo) y cruzando la zona de institutos. Parece ser que el resto de
días no lloverá así que Isidro se deshace del paraguas, que tenía Jon en el
coche, por encima de una valla. Al fin se ve liberado de semejante peso.
Nos adentramos en un camino que
se interna en una zona de cereal hasta cruzar el puente sobre el río. De nuevo
nos dividimos en grupos, a unos pocos metros de distancia, inmersos en las
diferentes conversaciones. En el otro
margen nos espera una senda entre la vegetación, que miembros de la Asociación del Camino de
Cistierna han marcado recientemente. Paralelo a la carretera pero más agradable
de andar.
Salimos de la senda en Modino
donde vemos correr unos perros a lo lejos que luego se empeñan en hacer camino
con nosotros, ante el enfado del dueño. Seguimos por una pista parcelaria prácticamente llana, que a veces da un giro brusco
de 90º para regresar de nuevo a la dirección correcta. Circulamos por la CV-131 para cruzar
Santibañez de Rueda, donde tampoco vemos ni un alma. En poco diferenciamos un
pueblo de otro, casi fantasmagóricos y sin ningún atributo significativo. La verdad
es que circulamos en modo “piloto automático”.
Más calzada hasta pasar Cabral de
Rueda, donde tenemos una duda entre sendero y carretera, que solucionamos a la
vieja usanza: con el mapa en la mano. Nos adentramos en la parcelaria, que
vuelve a lindar con el río. Y Llegamos hasta Villacidayo.
El calor aprieta bastante y
aprovechamos para hacer una parada junto a la fuente, refrescarnos y
aligerarnos de ropa. Nos apetecería tomar algo fresco, pero no hay ningún
establecimiento por la zona. El muyayo
comienza un peregrinar por las casas en busca de unas cervezas o refrescos. Al
fin alguien le atiende y viene hacia nosotros un hombre, llave en mano, a
abrirnos la casa rural. Saca del interior unas cervezas que degustamos en los
bancos de la plaza. Aparece también quien suponemos que es su madre, la señora
Amor, que tiene que sufrir los intentos de provocación política por parte de
algunos. No se la ve a disgusto con la jarana que nos traemos, debe de ser
aburrido vivir en ese pueblo tan monótono. La mayor parte de las casa nuevas
pertenecen a veraneantes y ese nos comenta que es el momento álgido del pueblo,
cuando regresan los emigrados. La
señora, por último, nos aconseja visitar
las maravillas del románico de la zona. Nos despedimos, tras pagar las
consumiciones, agradeciéndoles su hospitalidad y reemprendemos la marcha hacia
Gradefes.
Cuatro kilómetros de un anodino
camino parcelario entre sembrados nos separa de nuestro pueblo de acogida por
hoy. El albergue está situado al final del pueblo, por lo que no paramos hasta
la puerta. Marcos está dentro pero no nos oye al estar duchándose, así que
dejamos las mochilas y vamos a por la llave al ayuntamiento.
Después de descansar un rato
vamos a visitar el monasterio de Santa María. Compramos unos dulces, con más
fama que calidad, y entramos dentro de la iglesia. Una monja nos invita a
conocer el claustro. Es una mujer bastante pequeña de estatura que desconoce
bastantes cosas del lugar donde vive enclaustrada. El monasterio cisterciense
del siglo XII ha sufrido bastante deterioro y cuando se ha realizado la
reciente remodelación han podido salvar pocos elementos escultóricos en
capiteles y arquerías. Nos cuenta que se habían cegado la mayoría de los arcos
para evitar el frio de la zona y que ahora que disfrutan de las comodidades del
siglo han decidido reabrirlos. Como resulta nos encontramos con una renovación
más pragmática que bella. Muchos elementos escultóricos, de difícil valoración
artística por el deterioro, se
encuentran recolocados por el suelo. Descubrimos un libro de cantos muy bello,
dentro de una urna, en una capilla que nos comenta la monja que no usan para el
rezo. Completamos la visita a la iglesia y nos despedimos del lugar con una
buena sesión de fotos en el jardín.
La tarde es muy soleada y
aprovechamos para tomar unas cervezas en una terraza. Poco más hay que hacer en
ese pueblo que sin embargo nos resultó más agradable que Cistierna, quizás la climatología más benigna ayudó. Regresamos
al albergue y nos encontramos con la peregrina ucraniana. Hacemos la cena entre
risas y con la música de la mini cadena a toda marcha. Estamos de buen humor
aunque tristes porque se acerca el fin del trayecto.
La tarde es muy soleada y
aprovechamos para tomar unas cervezas en una terraza. Poco más hay que hacer en
ese pueblo que sin embargo nos resultó más agradable que Cistierna, quizás la climatología más benigna ayudó. Regresamos
al albergue y nos encontramos con la peregrina ucraniana. Hacemos la cena entre
risas y con la música de la mini cadena a toda marcha. Estamos de buen humor
aunque tristes porque se acerca el fin del trayecto.
ALBERGUE GRADEFES
Visto el edificio por fuera, y
después de la nefasta experiencia del día anterior, nos temíamos lo peor. Las llaves se pueden recoger en los dos bares
del pueblo, donde a Marcos ni le inscribieron en un registro, o en el
ayuntamiento. Al franquear la puerta del primer piso, donde se enclava el
albergue, una sensación de alivio primero y de satisfacción después por unas
instalaciones pequeñas pero en un muy buen estado. Una amplia cocina con todo
tipo de electrodomésticos, un salón coqueto, dos terrazas y un par de
habitaciones, cada una con su baño, provistas de literas. Capacidad total 10
personas. Las sobrecamas eran igual que las de Potes (de esas hipoalergénicas)
pero esta vez no molestaban tanto, quizás porque los radiadores tampoco
permitían caldear en exceso la habitación. Como crítica constructiva decir que
una de las duchas no desaguaba correctamente, lo que empantanaba media casa; saltaba
el diferencial de la luz con facilidad si tenías enchufado algo más que los
radiadores; y que apenas tenía cuatro sillas para los nueve que estábamos. Lo
demás perfecto.
A la hora de comer tiramos de
embutido con pan, por no esforzarnos demasiado, y a la hora de la cena de pasta
con tomate o en ensalada. Todo bien regado por supuesto. Fácil y sencillo. Y en
buena compañía. Además de Marcos se nos unió una ucraniana abrumada por las
muestras de hospitalidad kangrenas, y superada por nuestros tonos vocales
fuertes, jocosos e incomprensibles para ella. La pobre, desconcertada, hundió
sus ojos en la pantalla del móvil en busca de un poco de intimidad o al menos
de intimidad.
El desayuno también fue
fantástico, como nos gustan a nosotros, abundantes y con buen ambiente para el
último día de caminata.
El lujo de la sencillez
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