ETAPA 7: Cistierna-Gradefes


Pueblos vacios y romanico leonés.
Desayunamos en el Cruce, el lugar donde comimos el día anterior. Un servicio muy amable y eficaz a pesar de estar bastante lleno el local. Salimos todavía recorriendo el pueblo un tramo más (que pueblo más largo) y cruzando la zona de institutos. Parece ser que el resto de días no lloverá así que Isidro se deshace del paraguas, que tenía Jon en el coche, por encima de una valla. Al fin se ve liberado de semejante peso.
Nos adentramos en un camino que se interna en una zona de cereal hasta cruzar el puente sobre el río. De nuevo nos dividimos en grupos, a unos pocos metros de distancia, inmersos en las diferentes  conversaciones. En el otro margen nos espera una senda entre la vegetación, que  miembros de la Asociación del Camino de Cistierna han marcado recientemente. Paralelo a la carretera pero más agradable de andar.
Salimos de la senda en Modino donde vemos correr unos perros a lo lejos que luego se empeñan en hacer camino con nosotros, ante el enfado del dueño. Seguimos por una pista parcelaria  prácticamente llana, que a veces da un giro brusco de 90º para regresar de nuevo a la dirección correcta.  Circulamos por la CV-131 para cruzar Santibañez de Rueda, donde tampoco vemos ni un alma. En poco diferenciamos un pueblo de otro, casi fantasmagóricos y sin ningún atributo significativo. La verdad es que circulamos en modo “piloto automático”.
Más calzada hasta pasar Cabral de Rueda, donde tenemos una duda entre sendero y carretera, que solucionamos a la vieja usanza: con el mapa en la mano. Nos adentramos en la parcelaria, que vuelve a lindar con el río. Y Llegamos hasta Villacidayo.
El calor aprieta bastante y aprovechamos para hacer una parada junto a la fuente, refrescarnos y aligerarnos de ropa. Nos apetecería tomar algo fresco, pero no hay ningún establecimiento por la zona. El muyayo comienza un peregrinar por las casas en busca de unas cervezas o refrescos. Al fin alguien le atiende y viene hacia nosotros un hombre, llave en mano, a abrirnos la casa rural. Saca del interior unas cervezas que degustamos en los bancos de la plaza. Aparece también quien suponemos que es su madre, la señora Amor, que tiene que sufrir los intentos de provocación política por parte de algunos. No se la ve a disgusto con la jarana que nos traemos, debe de ser aburrido vivir en ese pueblo tan monótono. La mayor parte de las casa nuevas pertenecen a veraneantes y ese nos comenta que es el momento álgido del pueblo, cuando regresan los emigrados.  La señora, por último,  nos aconseja visitar las maravillas del románico de la zona. Nos despedimos, tras pagar las consumiciones, agradeciéndoles su hospitalidad y reemprendemos la marcha hacia Gradefes.
Cuatro kilómetros de un anodino camino parcelario entre sembrados nos separa de nuestro pueblo de acogida por hoy. El albergue está situado al final del pueblo, por lo que no paramos hasta la puerta. Marcos está dentro pero no nos oye al estar duchándose, así que dejamos las mochilas y vamos a por la llave al ayuntamiento.

Después de descansar un rato vamos a visitar el monasterio de Santa María. Compramos unos dulces, con más fama que calidad, y entramos dentro de la iglesia. Una monja nos invita a conocer el claustro. Es una mujer bastante pequeña de estatura que desconoce bastantes cosas del lugar donde vive enclaustrada. El monasterio cisterciense del siglo XII ha sufrido bastante deterioro y cuando se ha realizado la reciente remodelación han podido salvar pocos elementos escultóricos en capiteles y arquerías. Nos cuenta que se habían cegado la mayoría de los arcos para evitar el frio de la zona y que ahora que disfrutan de las comodidades del siglo han decidido reabrirlos. Como resulta nos encontramos con una renovación más pragmática que bella. Muchos elementos escultóricos, de difícil valoración artística por el deterioro,  se encuentran recolocados por el suelo. Descubrimos un libro de cantos muy bello, dentro de una urna, en una capilla que nos comenta la monja que no usan para el rezo. Completamos la visita a la iglesia y nos despedimos del lugar con una buena sesión de fotos en el jardín.

La tarde es muy soleada y aprovechamos para tomar unas cervezas en una terraza. Poco más hay que hacer en ese pueblo que sin embargo nos resultó más agradable que Cistierna, quizás  la climatología más benigna ayudó. Regresamos al albergue y nos encontramos con la peregrina ucraniana. Hacemos la cena entre risas y con la música de la mini cadena a toda marcha. Estamos de buen humor aunque tristes porque se acerca el fin del trayecto.



ALBERGUE  GRADEFES
¡Atención! Cuando fuimos a recoger las llaves nos informaron que no había ningún sitio en el  pueblo donde sirvieran comidas, así que es obligatorio pasar por el supermercado local, si está abierto.
Visto el edificio por fuera, y después de la nefasta experiencia del día anterior, nos temíamos lo peor.  Las llaves se pueden recoger en los dos bares del pueblo, donde a Marcos ni le inscribieron en un registro, o en el ayuntamiento. Al franquear la puerta del primer piso, donde se enclava el albergue, una sensación de alivio primero y de satisfacción después por unas instalaciones pequeñas pero en un muy buen estado. Una amplia cocina con todo tipo de electrodomésticos, un salón coqueto, dos terrazas y un par de habitaciones, cada una con su baño, provistas de literas. Capacidad total 10 personas. Las sobrecamas eran igual que las de Potes (de esas hipoalergénicas) pero esta vez no molestaban tanto, quizás porque los radiadores tampoco permitían caldear en exceso la habitación. Como crítica constructiva decir que una de las duchas no desaguaba correctamente, lo que empantanaba media casa; saltaba el diferencial de la luz con facilidad si tenías enchufado algo más que los radiadores; y que apenas tenía cuatro sillas para los nueve que estábamos. Lo demás perfecto.
A la hora de comer tiramos de embutido con pan, por no esforzarnos demasiado, y a la hora de la cena de pasta con tomate o en ensalada. Todo bien regado por supuesto. Fácil y sencillo. Y en buena compañía. Además de Marcos se nos unió una ucraniana abrumada por las muestras de hospitalidad kangrenas, y superada por nuestros tonos vocales fuertes, jocosos e incomprensibles para ella. La pobre, desconcertada, hundió sus ojos en la pantalla del móvil en busca de un poco de intimidad o al menos de intimidad.
El desayuno también fue fantástico, como nos gustan a nosotros, abundantes y con buen ambiente para el último día de caminata.
El lujo de la sencillez 

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