Después de haber superado la
etapa reina del Camino 2018 llegan lo que podemos entender como etapas de
transición, muy del estilo del Camino Francés: Espacios abiertos, muchos tramos
por carretera o andaderos casi paralelos. Llano, llano y más llano. Eso no
desmerecerá un ápice las ganas de aventura, el buen ambiente del grupo y
algunas experiencias muy interesantes.
Salimos sin desayunar de Boca. El
lugar donde habíamos dormido no nos dio demasiadas ganas de comer allí, así que
se decidió andar antes de probar bocado y llegar a Riaño para el almuerzo.
Rociaba a esa primera hora del
día, a veces incluso parecía nieve de lo frías que estaban las gotas. A nuestro
alrededor veíamos altas montañas nevadas de donde seguro procedían esas
partículas que apenas nos mojaban pero evitaban que calentáramos el cuerpo.
Transitábamos por el margen de la carretera, ya que es la única vía para
acceder al reconstruido pueblo leonés.
Pronto vimos los campos inundados
en la cola del inmenso pantano. La primavera ha sido tan pluviosa que le ha
regalado un nivel muy alto de agua al embalse. Apenas pasan coches por la
calzada y vamos alegremente hablando de nuestras cosas. Poco más se puede
reseñar en un trazado tan poco atractivo para el peregrino.
Entramos a Riaño que semeja un
pueblo fantasma, apenas se ve actividad. Con un urbanismo tan funcional como
artificioso, Riaño es el pueblo más grande de la zona. Originariamente se
encontraba más abajo pero la construcción del pantano obligó a reubicarlo y
rediseñarlo. Las calles tan anchas, vacías de coches, son muy significativas.
Nos cuesta encontrar algún comercio abierto a pesar de que ya son cerca de las
nueve por lo que deducimos que debe de ser fiesta en la localidad. Encontramos
un bar, bastante pequeño, donde la gente se apiña para comer tortilla.
Decidimos entrar y en poco tiempo nos hacemos fuertes en el local, logrando
incluso sillas y mesas. El producto estrella no está mal pero tampoco merece el
ansia parroquiana, de todas maneras nos comemos un buen pedazo de tortilla para
romper el ayuno de la mañana.
Salimos de la tasca y nos
disponemos a seguir nuestra ruta, esta vez cuesta abajo en busca del puente.
Atravesamos el pantano por el inmenso viaducto y una vez allí se plantea la
posibilidad de seguir por las colinas anexas o por la carretera. Decidimos
seguir por el margen de la N-621. Sigue sin haber mucha actividad
automovilística por lo que lo tedioso del recorrido se compensa con la
velocidad a la que podemos desplazarnos por una vía en tan buenas condiciones. Apenas
un largo túnel, y algún tramo de camino, rompe nuestro monótono andar.
Jesús plantea de mientras un tema
trascendental: “la inmortalidad” y nos va dando cuenta de conferencias sobre
los últimas teorías científicas sobre el tema, ganándose la atención de un buen
número de kangrenas durante un par de horas. Cuando llegamos a la inmensa pared
que represa tanta agua, nos introducimos
en un túnel y descendemos hasta la base de la construcción. Allí la inmensa
mole acuática se convierte en un riachuelo pequeño y tranquilo, plagado de
vegetación en sus lindes.
Enlazamos ahora con una vía
romana que transcurrirá por el margen izquierdo del Esla hasta casi el final de
la etapa, la Vía Romana de la Conquista. Trazada en el siglo Ia.c. por las
huestes de Augusto en sus guerras contra los cántabros. Pertenece al GR1 que
une Ampurias, en el Mediterráneo,
con el Atlántico gallego. El camino está
rehabilitado hace poco más de una década y no está nada mal para andar, sobre
todo para dejar el monótono asfalto detrás. Siete kilómetros nos separan de Crémenes.
Jesús sigue llevando la voz
cantante de la jornada y los demás nos apelotonamos a sus alrededor como los
roedores en Hamelin. El día está despejado y las condiciones del terreno son
favorables así que llegaremos pronto a nuestro destino. Tenemos paredes calizas
a nuestra izquierda y el valle se va abriendo poco a poco sobre todo en la
ribera derecha. Observamos a un hombre que trabaja con unos platicos en un
terreno de paja segada. Es uno de los
poco humanos que hemos cruzado en toda
la mañana y no podemos evitar charlar con él. Tiene ganas de hablar aunque su
cháchara no nos convence demasiado ya que tratamos de fajarnos de su
conversación enseguida. Nos cuenta que era maestro de secundaria hasta que las
reformas de educación le dejaron en el paro por carecer de titulación. También
que tiene un proyecto para hacer de guía a escolares por los enormes riscos que
nos rodean, y que él bien conoce. Nos parece muy lejano a la pedagogía actual
eso de llevar a adolescentes por montañas que no dan demasiada seguridad, pero
él en su desesperación laboral se muestra convencido. Nos despedimos como
podemos, dejándole un poco con la palabra en la boca y continuamos. Lo
volveremos a encontrar en breve, en el bar de Crémenes.
Salimos de la vía romana muy
cerca del pueblo y nada más cruzar nos encontramos con nuestra meta.
Después de comer, ducharnos y descansar
damos una vuelta por el pueblo que no nos regala más que soledad y desinterés.
Entramos a un bar a tomar una cerveza. La displicente acogida de la dueña, que
apoyada en la barra pone una mueca de fastidio al vernos entrar, el extraño y
poco atractivo olor del local, y un recuerdo de Franco en la pared hacen que
nos demos media vuelta y volvamos al seguro refugio del hostal para no volver a
abandonarlo.
EL TRACK
HOSTAL HUELDE, CREMENES
Como tampoco había muchas más
opciones en la zona y el precio inicial nos pareció alto, con respecto a
nuestros limitados presupuestos, Isidro negoció un “todo incluido” que nos
salió mucho mejor de precio.
Decidimos comer también allí,
unos bocadillos y unos platos combinados como en jornadas anteriores. Estuvo
bastante correcto y servido con prestancia, destacaron por su buena acogida las
patatas fritas caseras.
La cena estaba incluida en el
precio, así como el pantagruélico desayuno que nos calzamos la mañana
siguiente. Un menú arreglado con un puré de verdura, que tuvo bastante éxito, y
una sopa de pescado bastante insípida. Los segundos fueron normales, sin tirar
cohetes pero sin queja alguna. Muy parecido a lo que nos ofrecieron la noche
anterior en Boca de Huérgano. A los “borrachuzos” que quedamos tomando la
penúltima incluso nos invitó a un “licorsito de esos buenos que ya tú sabes”,
¡qué más se puede pedir!.
Las habitaciones eran amplias,
limpias, con baño individual grande, y nuevas. De un nivel superior al esperado
la verdad. Disponía también de un saloncito para poder reunirnos.
Pero lo mejor de todo fue el
servicio. El dueño se desvivió para
atendernos y estaba siempre cercano para cualquier cosa que necesitáramos,
sobre todo con la televisión satélite. Todo esto tuvo como colofón un fantástico
desayuno, como hemos comentado, donde el caballero no hacía más que sacar más y
más tostadas, que disfrutamos con un tomate mezclado con ajo maravilloso.
Salimos desayunados, comidos y cenados, al menos por unas pocas horas.
A veces lo “caro” resulta barato.
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