ETAPA 3: Potes-Espinama


LLuvia, frio, salidas de ruta y carretera. 

Hoy sí, la lluvia será un factor determinante en la etapa. Después de unos días mirando la información meteorológica, y salvando la lluvia por minutos, acertará de pleno. Tendremos que desempaquetar los ponchos y acostumbrarnos a andar con las zapatillas mojadas.
Desayunamos en un bar a la salida de Potes. Había bastante gente y el servicio se vio agobiado por la masiva petición de tostadas, así que la cosa se demoró un poco. Nuestra primera parada será el monasterio de Liébana que se encuentra a unos tres kilómetros cuesta arriba. Para que accedan cómodamente los peregrinos han construido recientemente un andadero. Casi llegando al monasterio de Santo Toribio avistamos al holandés y le pasamos como motos. Con las piernas todavía frescas llegamos enseguida al monasterio que se encuentra cerrado a esas horas. Un taxi llega hasta el parking y la conductora hace de guía para la clienta. Aprovechamos para que nos saque una foto frente a la puerta jubilar. Poco más podemos atisbar de este importante centro de culto, y propaganda política, durante los primeros años de la “Reconquista cristiana” de la península. Dentro se guardan el lignum crucis y los escritos de Beato pero tendrá que ser para otra vez la visita, ya que el horario no parece pensado para el peregrino vadiniense que busca descansar en la todavía lejana Fuente Dé.
En un recodo observamos un hito con las marcas roja y amarilla de los dos caminos, lebaniego y vadiniense. Lo seguimos cuesta arriba mientras la lluvia arrecia. Nos lleva a la abandonada, desacralizada y vaciada ermita de Santa Catalina, justo encima de Santo Toribio. Al llegar a las ruinas no encontramos más señales, así que seguimos  la dirección lógica por una vereda estrecha llena de arbustos y árgomas. Isidro y Jesús van delante y se topan con un obstáculo casi insalvable: un desnivel de unos cuatro metros sin agarres aparentes. Jesús, más habilidoso, lo consigue pero los demás tenemos que retroceder hacia el monasterio y alcanzar la ermita de San Miguel, que ya tocábamos con los dedos, por la carretera. Total un par de kilómetros más a nuestras espaldas.
La carretera se extingue en las puertas de la ermita y se convierte en una pista asfaltada que baja por Congarna hasta cruzar la carretera en Beares. Tras pasar la CA-185 comienza un terreno más irregular, con subidas y bajadas, mucho más senderista. No encontramos marcas claras y pocos metros más allá, en una bifurcación, decidimos seguir adelante dirección Lon, a  pesar de que no aparezca tal nombre en el mapa de la ruta. Subimos poco a poco por un sendero boscoso hasta que al girar en un recodo vemos que el pequeño valle se aleja mucho de nuestra dirección y está cerrado por una pared de piedra y nieve. Observamos así por primera vez los Picos de Europa en su gélida grandiosidad.
Tras hacer varias comprobaciones desandamos el camino descendiendo hasta San Pelayo. Otro nuevo contratiempo en la jornada. Encontramos las marcas en el pueblo y seguimos ruta. Por un momento el camino nos guía por la vereda del río Deva, hasta que nos vuelve a dirigir colina arriba por un sotobosque. La verdad es que si no fuera por las salidas de ruta, y por el mal tiempo, estaríamos disfrutando del bello paisaje montañoso que nos ofrece la zona. Una pista a la derecha continúa ascendiendo hasta que da un giro de 180º y nos cambia a una pista más pequeña que desciende drásticamente para, tras superar un puentecillo, regalarnos un ascenso con  porcentaje de final dolomítico del Giro.
Alcanzamos las casas que oteábamos desde abajo y de nuevo desaparecen las marcas. En esas estamos cuando vemos aparecer a nuestro “compañero” holandés. Jesús decide ir por el camino y el resto vamos por la carretera. Al final los dos lugares  convergen en el mismo cruce, cerca de la torre de Mogrovejo. “El pueblo donde se rodó Heidi”, así reza uno de los carteles a la entrada del pueblo. La verdad es que el paisaje podía recordar vagamente  a los Alpes. La película no se ha estrenado todavía por “problemas de producción” y aunque lucen muy orgullosos ese título honorifico hubo muchas críticas locales porque  en un reportaje se hablaba del “caos absoluto” del rodaje “en una región desfavorecida” de España.



BAR MOGROVEJO, MOGROVEJO
Cuando suspirábamos por un reparador cocido, o al menos un bocadillo de panceta calentito, nos encontramos con este sencillo bar en el pueblo. Lo único que servían era bocadillos fríos, de embutido o queso. La verdad es que el chorizo local no estaba mal pero no era para nada lo que ansiábamos y necesitábamos. Los bocadillos y bebidas fueron reamtados por unos dulces de la zona más secos que el hormigón.
Atendían la barra dos personas: Una más mayor, que tenía pinta de ser la matriarca, nos miró con desconfianza al entrar y le costó abrirse a decir las obviedades que se esperan de cualquiera que se gane la vida al otro lado de una barra; la otra era la hija, empeñada en informarnos que ella no vivía en ese pueblo de mala muerta, sino en la cosmopolita Santander. Total que mientras el bocadillo menguaba la lengua de las hosteleras crecía hasta llegar a apetecer volver a salir al frio y a la lluvia. Como remate alguno confundió la foto de la hermana, que estaba de buen ver, con la tasquera. Esto no pareció hacerla mucha gracia.
Más conversación que gastronomía. Más chorizo que chicha.







Después de la parada reanudar es aún más complicado: arrecia la lluvia, sentimos aun  más el frio en los huesos y las manos, y el camino en descenso por una carretera no ayuda a aumentar nuestra temperatura corporal. Regresamos  a la carretera y nos ponemos en modo automático. Cuatro kilómetros por el margen de una vía algo más transitada que las de días atrás. Vamos ganando altura poco a poco. Pasado Areños se abre un poco el cielo y contemplamos dos posibilidades: seguir por el camino, más largo  y sin duda bonito; o continuar por la carretera para alcanzar lo más rápido posible el albergue de Espinama. Aunque hay muchas dudas decidimos continuar todos juntos por el arcén de la CA-185, para llegar a Espinama tras seis tediosos kilómetros, mirando más el amenazador cielo que el paisaje circundante.
Tras recuperarnos un poco en el albergue nos dirigimos a Fuente Dé para subir en el teleférico. Como todos no entramos en un coche la dueña del establecimiento se ofrece a llevarnos a algunos. Al  llegar al parking la cima se ve despejada y parece que no hay mucha gente. A Isidro le parece carísimo el precio por el viaje pero aún así decidimos que la experiencia merece la pena. El taquillero, al ser preguntado sobre las condiciones del Camino para mañana, les cuenta que no hay ningún problema para subir y les narra sus experiencias descendiendo el monte en bicicleta. Nadie le cree. Mientras esperamos para embarcar observamos como la niebla se va cerrando cerca de la estación superior. En el trayecto Jesús va “leyendo” la montaña, buscando la ruta de ascenso a pie por la pared majestuosa. El paseo apenas dura cuatro minutos en los que salva un desnivel de 750 metros. Arriba las condiciones no son precisamente tropicales. Auxi es la que más lo sufre y apenas pone un pie fuera de la construcción. Fuera nieva copiosamente para el disfrute de los visitantes. Nos arrojamos bolas de nieve, entre la algarabía general, mientras arrecia la ventisca. No tenemos ropa demasiado adecuada para el frio que reina allí así que decidimos, como turistas japoneses, hacer una foto y retornar. Tardamos más en aguardar la cola para montar en la barquilla de vuelta que lo que estamos fuera disfrutando del paisaje que nos priva la niebla. Isidro aprovecha el ínterin para buscar un amable conductor que le lleve hasta Espinama, lo que será criticado por un tipo al lado suyo que escucha la petición.
Regresamos al pueblo. La pregunta de cómo estará el paso al día siguiente flota en el albergue. Aparte de nosotros harán el recorrido el holandés, una pelirroja ucraniana, un par de madrileños que nos son muy comunicativos y Marcos, al que hemos conocido en los albergues de Lafuente y Potes. Isidro, tan paternal siempre con los peregrinos, le ha reconvenido jocosamente que vaya solo con las malas condiciones que tenemos  y le invitamos a acompañarnos al día siguiente.  También se une a una cena con tema de conversación bastante picante, mientras nos mira un poco sorprendido al ver a gente de la edad de sus padres hablando de curiosas posturas eróticas.
Un guarda del parque, muy amable y acertadamente, nos informa de cómo está el ascenso desde Cosgaya, la ruta alternativa que hemos decidido para el día siguiente. Nuestras dudas se centran más en la escasez de equipo, sobre todo de botas adecuadas, que en nuestras capacidades físicas. Al final decidimos acometer la ruta por Cosgaya, más difícil pero no cerrada por la nieve.
 

HOSTAL RESTAURANTE NEVANDI, ESPINAMA
El pack que adquirimos en el albergue incluía, a un precio muy módico, la cena en este hostal. En general estaba bien. Todo limpio y el servicio fue bueno y eficiente. La cena era muy apañada y muy apropiada para el deportista: pasta en ensalada o boloñesa, y de segundo bacalao o carrillera. El primer plato sencillo  y abundante, dio para repetir lo que siempre se agradece después de haber comido un bocadillo frio, y estaba bien en términos generales. El segundo plato tuvo más detractores. El bacalao estaba decente pero a Aythami no le gustaron las carrilleras. Algo sorprendente y nunca visto: dejó el plato entero, algo propio de record Guiness. El postre tampoco pasó a la leyenda, como el vino peleón que regó la velada.
Si has hecho deporte, tienes buen apetito y poco paladar gourmet lo disfrutarás.

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ALBERGUE TURISTICO BRIZ, ESPINAMA
En pocos sitios nos han tratado tan bien como en el Briz. El servicio excelente: no solo nos ayudaron diligentemente con el tema del monte, también nos acercaron a Fuente Dé y el trato fue exquisito, cordial y cercano en todo momento. Y por no hablar del desayuno, ¡que desayuno!
Las habitaciones no eran demasiado nuevas y quizás eran un poco estrechas pero no estaban mal. Los baños limpios y funcionales. La parte del comedor era acogedora pero también un poco insuficiente si el albergue está muy concurrido.
Como punto curioso algún cliente se debió pensar que estaba en un hotel de lujo cuando empezamos a meter ruido a las ocho de la mañana. Quizás eran de esos que van a visitar las cosas a mediodía, cámara en mano.
Pero lo que le dio la máxima puntuación es el desayuno. Todavía seguiría allí sentado tomando café, un buen zumo y tostadas. Muchas tostadas. Pantagruélico es el único adjetivo adecuado para ese despertar culinario. La chica que regentaba el albergue se decepcionó cuando rehusamos la quinta, sexta o séptima tostada de pan de pueblo. ¡Para algo se había levantado a las seis de la mañana!
Duerme en la puerta si no hay sitio pero no te pierdas el desayuno. Acaba hasta con la gula de un kangrena.

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