Una bella etapa de montaña jalonada con unos cocidos locales y una casi cocida kangrenera.
Al despertar advertimos que el
tiempo, a pesar de las nefastas previsiones, nos iba a dar una tregua. El sol
quería salir en ese pequeño pueblo encajado entre montañas.
Después del pavoroso desayuno que
nos prepara el ausente hospitalero, nos aprestamos a partir. Salimos por una
vereda que discurre por encima de las casas de Lafuente. El paisaje es casi
alpino. Al acabar la senda llegamos a una carretera que seguimos un tramo más,
hasta un desvío a la izquierda. Allí pasamos a una pista cementada con un
porcentaje destacable. Algunos aprovechan para aligerarse de ropa ya que el
calor del esfuerzo supera al frio de la mañana. Ascendemos a buen ritmo
interesados en la conversación sobre viajes que se propone, y donde quedan
reflejados los problemas que tuvo Luis (quien nos acompaño el año anterior en
la BB) con un apretón en medio de la sabana keniata. Jesús nos va contando las
maravillas de África durante gran parte de la mañana, y quedamos fascinados por
las experiencias tanto en montaña como en los safaris que narra.
Reagrupamos en el alto y bajamos
por la carretera hasta Cicera. Este
pueblo tiene más encanto que Lafuente y más establecimientos hosteleros, aunque
a esa primera hora de la mañana están todavía cerrados. Nos sacamos varias
fotos en el puente porque el paisaje de río montañoso merece mucho la pena.
Tomamos el desvío que marca “Desfiladero” con las dudas por el calzado, tan fácilmente humedecible, que llevamos la mayoría. Una pequeña vereda de tierra nos lleva a un enorme hayal. Allí, en un hermoso contexto, el agua se refugia en cada rincón. La cuesta se hace más que notable y comienzan las dificultades grandes del día. Tres kilómetros en los que escalamos más que andamos, las más de las veces, en fila de a uno. El grupo se va separando ya que el desfiladero, tan bello como intenso, no da tregua. En un recodo de la ascensión nos encontramos descansando al peregrino holandés que ha salido mucho antes que nosotros. Y eso que Isidro le descargó de todos los plátanos, de nuestro magro desayuno, que quiso llevarse. Los mismos que transporta Xabi en una exigua mochila de cuerdas y que al llegar al alto pide deshacerse de ellos.
Tomamos el desvío que marca “Desfiladero” con las dudas por el calzado, tan fácilmente humedecible, que llevamos la mayoría. Una pequeña vereda de tierra nos lleva a un enorme hayal. Allí, en un hermoso contexto, el agua se refugia en cada rincón. La cuesta se hace más que notable y comienzan las dificultades grandes del día. Tres kilómetros en los que escalamos más que andamos, las más de las veces, en fila de a uno. El grupo se va separando ya que el desfiladero, tan bello como intenso, no da tregua. En un recodo de la ascensión nos encontramos descansando al peregrino holandés que ha salido mucho antes que nosotros. Y eso que Isidro le descargó de todos los plátanos, de nuestro magro desayuno, que quiso llevarse. Los mismos que transporta Xabi en una exigua mochila de cuerdas y que al llegar al alto pide deshacerse de ellos.
Tras una mínima parada continuamos la marcha, esta
vez cuesta abajo durante unos cinco kilómetros por una pista que
progresivamente se va ampliando hasta desembocar en el siguiente pueblo. Antes
de llegar nos encontramos con un grupo de ciclistas de montaña a los que
hacemos unas bromas sobre intercambiar las mochilas por las bicicletas. Ya se
sabe que la cabra tira para la mountain bike. Se dirigen hacia el desfiladero
de la Hermida, que es un bello balcón a las montañas cántabras. Nosotros hacia
abajo, hacia Lebeña.
Sin pausa, y ante la alternativa de la carretera, seguimos por el
camino más complicado. Este toma altura enseguida entre bastante piedra suelta.
Después nos dirige por una senda estrecha, pero con mucho menos pendiente, que
discurre paralela a la N-621 que observamos bajo nuestros pies. Al cambiar de
vertiente la pared se afila y tenemos que pasar por un trecho más complicado.
Aunque existe una cuerda para asegurarse hay quien transita con bastante
dificultad y torpeza, como el Payi. Pocos
metros más adelante el sendero se
regulariza y vamos poco a poco descendiendo hasta la carretera.
Cruzamos la vía y nos adentramos
en otro camino que desemboca en una carreterita comarcal, que nos llevará por
un valle llano hasta Tama. La ruta
circula por el otro lado del río y durante un momento discutimos si merece la
pena cruzar el puente sobre el Deva y tomar algo allí o continuar camino. La
amenaza todavía lejana, y que más adelante se concretaría, de las nubes hacen
que sigamos la marcha sin detenernos.
La pista es continuación de la
calzada que traíamos pero ahora es de tierra y mucho más estrecha. Los
kilómetros pasan rápidos a pesar de que el hambre aprieta. Por un momento nos
parece que nos hemos equivocado de margen del río, cuando comenzamos a divisar
las primeras casas a lo largo de la N-621. Nosotros equivocadamente creemos que
ya pertenecen al municipio de Potes. Aparece un puente destruido cerca del camino
y las dudas se incrementan. Tras consultar con el GPS reanudamos la marcha con la
certidumbre que el final de etapa está muy cerca. Ascendemos por una rampita y
seguido bajamos por una carretera que nos deja en la zona escolar de Potes. Estamos
cruzando el puente sobre el río cuando comienzan a caer las primeras gotas, así
que corremos a refugiarnos en el primer chiringuito que vemos.
Tras muchas consultas decidimos
donde comer, antes de ir al albergue. Aythami aparece, tocando el claxon por
mitad del pueblo, después de haberse solazado con un buen cocido lebaniego. Los
demás nos conformamos con menos.
SIDRERIA EL CHE, POTES
De todas las opciones de menú del
día que nos ofrecía el pueblo elegimos este por su variedad y precio. Nos tocó
esperar más de lo que nos habían anunciado pero todo con tal de comer
decentemente, al fin.
En un día lluvioso y frío apetece
un buen plato de cuchara y ahí, aunque la ración no era muy grande, destacaba. Los
que optaron por las ensaladas se vieron más defraudados, con un fondo común de
lechuga aderezado con el ingrediente especifico. El segundo plato fue más de
batalla, aunque las patatas (congeladas eso sí) no estaban mal. El cachopo se
veía grande aunque no fue muy del gusto de los electores. Al ser de los últimos
no quedaron algunos postres. Salva equivocó al camarero, para variar, pero las
raciones eran más que generosas y empalagosas.
Un menú del día corriente, decente y moliente.
Las tarde noche depara una buena
sobremesa cervecera, un buen paseo por el pueblo (donde Isidro acabó enfrentado
a una furibunda oca), una visita a la Torre del Infantado y su exposición
permanente sobre “los Beatos”, y más cervezas en un agradable y repleto bar. La
noche también traería algún gin-tonic en terraza chill out, aunque el tiempo no acompañara demasiado.
PIZZERIA EN LA HIGUERA, POTES
Parecía un local nuevo y estaba
vacío, lo que siempre hace desconfiar al cliente. La carta era inmensa y
parecía inabarcable para la pequeña cocina que se oteaba tras el mostrador.
Pero la verdad es que el servicio fue rápido y eficaz, las pizzas estaban
bastante buenas, los ingredientes abundantes, no pusieron objeciones a estampar
un huevo frito en mitad de la pizza de Salva, y el precio era bastante normal,
así que poco se puede criticar del establecimiento.
Per mangiare bene, económmico e veloce
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ALBERGUE MUNICIPAL DE POTES
Vini,vidi, vinci… y sudé
EL TRACK





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