ETAPA 1: San Vicente de la Barquera-Lafuente



Para comenzar nada como 28 kilometros a buen ritmo, y un poco de ayuno para el cuerpo. Todavía por las noches se nos aparece el cocido de Lafuente que sigue engordando y creciendo, amenazando la misma existencia humana.

La cita era en la plaza Mayor de San Vicente de la Barquera. Sábado 09.00h. El cielo amenazaba agua y el parte auguraba un fin de semana muy duro en lo climatológico. Eso generó más dudas a la hora de hacer la escueta mochila que nos acompañaría esa semana.
Los canarios habían aterrizado días antes en Santander y habían seguido el trazado, muy asfaltado, del Camino del Norte hasta la localidad marinera. Por el camino Aythami se había lesionado en la planta del pie y apenas podía caminar. Por ello Isidro solicitó un coche de apoyo, para que pudiera hacer el recorrido de forma más cómoda, tanto él como algún otro como veremos. Una de las principales máximas de los Kangrenas se rompía, eso sí por causa de fuerza mayor.
Los representantes vasco-madrileños (El Doc y el recién prejubilado Xabier) habían viajado la tarde antes a Cantabria en un autobús. Sin duda les servirá de experiencia para futuros viajes a Benidorm con el INSERSO. Llegaron casi de noche y se instalaron en el hotel junto a los canarios.
Los catalanes habían decidido volar a Bilbao y pasar junto al Payi el viernes. Disfrutaron de un recorrido turístico por la costa vizcaína y una interesante jornada gastronómica a base de alubias con sacramentos, al mediodía, y pintxopote a la hora de la cena. A la mañana siguiente salieron de Bilbao con la fresca en el Seat León, que se convertiría en el noveno expedicionario durante algunas jornadas.
Las nueve de la mañana y que el grueso de kangrenas no llegaba. Una llamada y una petición: acercar más el coche al inválido, incapaz de recorrer los 500 metros que separaban el hotel de la plaza. Unos breves y sentidos abrazos y nos ponemos en marcha. Algunos deciden volcar su carga, o al menos parte de ella, en el maletero del coche. Otra máxima no escrita de los kangrenas que se rompe, y aún no hemos salido.
Ligeros por la falta de peso en sus espaldas recorren los metros hasta la salida oficial del camino de este año. Allí  nos tomamos una foto antes de pasar por un arco de piedra y ascender una escalinata que será la primera dificultad de la jornada. Aythami hará un recorrido alternativo con el coche y nos esperará en algún punto estratégico sin determinar.
El camino continúa con una cuesta arriba muy acentuada, donde nos encontramos con un numeroso grupo de senderistas que apenas pueden seguir nuestro ritmo. En un momento las casas del pueblo desaparecen y andamos por una carretera comarcal sin tráfico que serpentea arriba y abajo entre suaves colinas. La suave lluvia del cantábrico hace su aparición tan efímera como perenne. Las grandes campas de verde hierba con vacas pastando enmarcan un paisaje que disfrutan sobre todo los miembros más meridionales del grupo.
En un descenso nos encontramos con tres peregrinos. Una chica y dos jóvenes treintañeros. A diferencia de nosotros iban mucho más equipados, con ropa de montaña y pesadas mochilas. Uno incluso llevaba las tan temidas botas para este tipo de recorridos, por los estragos que suelen provocar en los pies al pisar tanto tiempo por asfalto o superficies duras.
Nos contaron que seguían el itinerario lebaniego, por el cual marchábamos también nosotros, pero que iban más tranquilos porque tenían todo el puente del Primero de Mayo para completarlo. En animada charla desembocamos en una carretera más ancha. Allí en un recodo aparece el coche negro al mando de Aythami. Los pitidos del automóvil son contestados con vaciles por parte de los viandantes, antes de desaparecer el auto por la siguiente curva.
Unos metros más adelante llega el primer cruce de caminos. En Hortigal hay una bifurcación del camino Lebaniego más largo, y quizás más hermoso, que discurre por la orilla del Nansa. Encontramos bien las  indicaciones y seguimos por el más corto de los trayectos.
Cuando la cuesta se pone un poco más dura nuestros compañeros de camino deciden quedarse atrás, al ver innecesario continuar a un ritmo excesivo para los días que ellos cuentan para llegar al santuario cántabro.
Pasamos Gandarilla y a la derecha comienza una nueva subida, esta vez más sostenida, que lleva por una carretera comarcal al alto de Fuente Fría. Este será el hito principal de la jornada y eso que apenas tiene desnivel acumulado. Subimos separados en varios grupos pero de buen humor y con un ritmo notable.  De vez en cuando miramos hacia el horizonte y nos despedimos del mar Cantábrico, que nos regala una bella estampa de las marismas del Nansa en su desembocadura en San Vicente de la Barquera.
Reagrupamos en el alto y bajamos al mismo paso por la CA-850 rápidamente hasta Bielva. En el trayecto comentamos animadamente las últimas noticias surgidas a raíz de la dimisión de la presidenta madrileña por los consecutivos  Mastergate y  Eroskigate. Cerca de Bielva observamos, cual oasis en el desierto, un cartel de “bar” a la entrada de la localidad. El pueblo estás más lejos de lo que parecía y nos encontramos a unos senderistas que hacían el camino inverso, lo que nos dio mala espina.
Llegamos a un bar restaurante. Unos lugareños estaban en la entrada. Servían menú del día. Pero incompresiblemente nos dejamos engatusar por un viejo lenguaraz, griton, y que portaba un cayado. Nos dijo que ese establecimiento estaba cerrado, ante la incredulidad del hombre que barría el local con el fin de adecuarlo a unos clientes que parece que no llegarían. Le seguimos a otra tasca. Por el camino hay un cruce de chanzas sobre política regional, zoofilia y sobre Auxi (no la quería comprar por unos pocos cientos de euros). Pasamos por la joya del pueblo, la bolera del Zurdo, un personaje famoso y todavía muy admirado por los seguidores a los bolos cántabros. Entramos al bar “La bolera” a avituallarnos.


BAR BOLERA, BIELVA
Cuando, siguiendo las indicaciones del peculiar aldeano, dejamos atrás el restaurante Casa Cesar poco podíamos imaginar que aquella sería la última oportunidad del día para comer algo decente. El anciano, al que Isidro bautizó como Revilla en honor al presidente autonómico, nos llevo a una taberna oscura, con encanto, cercana a la bolera local, donde se sitúa la estatua del héroe deportivo local, “el Zurdo”. Allí poco nos podían ofrecer, alguna tabla de embutido y una cazuela de chorizo y panceta, excesivamente salada. Justo antes de marcharnos ofrecieron a la concurrencia unos bocartes (o anchoas fritas) como tapa  que supieron a muy poco, aunque se notaban frescas y bien fritas.
Como brillante colofón a la parada nos llamaron la atención por hablar demasiado alto en un local plagado de gente que se relacionaba a gritos.

Mejor no hubiésemos seguido al señor Barragán







 Estábamos bastante fuera de ruta, así que los parroquianos del bar nos indicaron otro camino que, descendiendo un tramo largo de escaleras, nos situaba en la misma CA-850. La escalinata era mucho más larga de lo que creíamos y de admirar el “ingeniero” que la había trazado.
El camino cruza el río en Cades, allí mismo se vuelven a unir las dos variantes de la etapa que se bifurcaron en Hortigal. El estomago medio vacío, la caminata cerca del río Lamasón y una climatología que nos respetaba, hacía que anduviéramos ligeros de paso. Una subida pronunciada y enseguida nos esperaba Aythami, sentado en un banco,  con un poco de chorizo, queso y una buena Estrella 1906, a temperatura ambiente eso sí. La vista del río y el pantano era muy hermosa pero el hambre nos tiraba más hacia la contemplación del picante embutido.
La carretera picaba para arriba y poco a  poco las montañas, altas y rocosas, se iban juntando más hasta formar una garganta estrecha por donde circulaba la vía. Nadie paraba ya a admirar el paisaje, ni las caprichosas formas en las que el agua resbalaba por el musgo pegado a las paredes de la montaña. Solo andábamos mecánicamente en busca de nuestra meta diaria.
En el puente de Quintanilla los grupos iban ya muy separados, según las  facultades que poseyera cada uno a esas alturas de la tarde. Hacia la izquierda el único bar cercano, a la derecha Lafuente, ascendiendo dos largos y pesados kilómetros cuesta arriba por la misma carretera que traíamos desde Cades.
Al fondo unas casas, sin señal alguna de vida, una ermita románica y un barrio más lejano aún donde parece que se encuentra el albergue. Parece que no llegamos nunca. La lluvia nos ha dado tregua todo el día pero no está dispuesta a esperar cinco minutos más a que lleguemos a refugio. Corremos a guarecernos rápidamente mientras comienza a diluviar. En la casa, aparte del hospitalero, solo se alojaban un holandés que dormía a pierna suelta hasta que entró la marabunta kangrena y un joven madrileño de nombre Marcos. Pocos más peregrinos conoceremos en todos los días que nos quedaran por delante. Aunque es todavía no lo sabíamos.
La tarde será pasada por agua, así que con poco más que hacer, después de ducharnos y descansar, decidimos estrenar las ponchos del Decathlon e ir al bar, o mejor dicho al club social, que ha montado un señor en los bajos de su vivienda, sita en la plaza. Sin apenas luz en el local, pero con precios de bar con muchos neones. El tabernero atiende solicito, lento pero seguro. Tomamos varias rondas, con algún aperitivo que el señor sacaba cual mago de detrás de una cortina que da la impresión de ser el telón de una gran representación dramática, por el tempo que se tomaba entre la petición y el servicio al cliente.
Decidimos dar por finalizado el día, regresar al albergue, sorteando boñigas y charcos, y prepararnos para la ansiada cena.


ALBERGUE LA FUENTE
La estancia en el albergue local da para un completo manual de cómo no se puede gestionar una hospedería.
Cuando nos confirmaron que el precio por la estancia, más cena y desayuno,  era de 11€ algo debió hacernos sospechar. El lugar parecía limpio y se asemejaba a los albergues asturianos del Primitivo que aprovechan la infraestructura de las viejas escuelas locales. Hasta ahí todo perfecto, quizás con el único pero de lo poco comunicativo que resultaba el hospitalero, un joven polaco al que había que arrancar cada palabra de la boca.
La tan deseada cena (no habíamos comido nada caliente en todo el día) la sirvió a las 20:30h y despareció tras una puerta con llave con el cartel de “no molestar”. Ahí ya empezamos a desconfiar, sobre todo cuando destapamos las ollas y vimos la “comida”: una especie de aglomerado  a la que había añadido todo lo que había encontrado en conserva. Así junto al arroz había cocido lentejas, trigo, zanahorias, champiñones de lata e ingredientes más difíciles de reconocer. En estas condiciones siempre hay quien disfruta de la comida pero la mayoría tragamos, por puro espíritu de supervivencia, una comida insípida (había echado todo al agua hirviendo sin más) y que se solidificaba a una velocidad prodigiosa.
Una vez pasado este trago nos conformamos con esperar al desayuno para paliar el hambre, pero allí de nuevo nos sorprendió el individuo al cargo. Tampoco hizo acto de presencia, quizás porque se olía la falta de entusiasmo hacia su comida. Un agua sucia, al que vamos a llamar té, unos cereales con frutas, leche de soja, plátanos y chocolate. Inequívocamente calórico, inequívocamente poco deseable para la mayoría. Sin leche de verdad, ni un mísero trozo de pan o tostada, sin un café… un “nodesayuno” en pocas palabras porque yo personalmente seguí ayunando.

Llega comido, hablado, cenado y desayunado antes de pisar el albergue o tu impresión será nefasta













EL TRACK

 

Comentarios