ETAPA 9 MONISTROL - BARCELONA - CERDANYOLA

87 Kms. A grandes males, grandes remedios. De una etapa de homenaje a una preciosa llegada a nuestro destino.


Los últimos nueve caminos nuestras últimas etapas habían sido marchas cortas, de medio día, ideales para relajar músculos, comentar anecdotas y preparar el viaje de regreso con tiempo. Pero esta vez no fue así. En principio la etapa estaba diseñada para llegar hasta Molins de Rei, pero por problemas personales tuvimos que llegarnos hasta Cerdanyola para pasar la noche. Lejos de amilanarnos rediseñamos entre todos, durante el desayuno, una etapa que resultó preciosa. Como medida excepcional decidimos dejar las alforjas en el coche de Salva y rodar así con más facilidad.

Salimos de Monistrol cruzando el puente y accediendo al cauce del río Llobregat, y su GR. La pista, a diferencia de las de los últimos días, era de piedras más grandes y sueltas. Además estaba bastante llena de barro por la lluvia de la pasada tarde noche. La pista corre paralela al río y coincidimos con algunos senderistas domingueros que disfrutan del paisaje y la ruta. En un meandro muy marcado comienza a picar para arriba. Tan solo una larga cuesta pero nos pilla despistados, todavía desperezándonos. Tras el correspondiente descenso nos encontramos con la carretera C-55, por cuyo arcén circularemos hasta Olesa.
En Olesa tenemos varias dudas sobre la dirección adecuada. Al final encontramos la pequeña señal en un canalón y seguimos calle adelante hasta salir de la localidad por la BV-1201. No hay mucho tráfico y el terreno es bastante favorable, así que circulamos bastante compactos durante unos ocho kilómetros, hasta la altura de Martorell. Vamos buscando la entrada al sendero del rio pero vamos bastante rápidos. De repente el Payi, que va delante, ve tarde la señal del sendero y clava los frenos. Los demás frenan muy apurados para evitar la colisión y el grupo se salva por los pelos de una caída masiva. Un error que pudo costar caro el último día.
Accedemos al sendero del Llobregat, de nuevo, en un paisaje postindustrial dominado por la imponente sombra de la autovía y algunas líneas ferroviarias. Junto a un enorme descampado, bajo el puente de la autovía, que sirve de parking a un puticlub cercano, frente al casco antiguo de Martorell, encontramos el único elemento curioso de la ruta: el puente medieval que une la localidad con Castellbisbal. Un nuevo “Puente del Diablo” de tantos que pueblan la península. Será porque a los ingenieros medievales se les tenía por súcubos al servicio del maligno.
En el puente preguntamos a otro ciclista si el camino estaba practicable por el barro y nos confirma que sí, así que continuamos la ruta. Esta es una zona que bien conocen tanto Salva como Paco, ya que muchas veces les sirve de zona de entrenamiento para sus maratones. En sí es una pista arreglada de tierra compactada, que a intervalos regulares tiene un rebaje para facilitar la evacuación del agua hasta el cauce del rio. Es muy cómoda de ciclar pero resulta un tanto monótona. A la altura del Papiol están de obras así que buscamos otra salida por mitad del pasto, pero enseguida volvemos a enlazar con el camino original.
Abandonamos el río a la altura de Molins, en el kilómetro 30 del día,  que iba a ser el final de nuestra ruta anual, aunque todavía nos queda bastante por circular.
Atravesamos el casco urbano de Molins y enseguida, tras una rotonda, comienza el puerto de Santa Creu D´Olorda, unos seis kilómetros con un porcentaje entre el 5 y el 6%. La carreta es estrecha y cuanto más nos acercamos a la cumbre más tráfico tiene. La moral es alta por haber cumplido el objetivo global y la ascensión es a buen rimo, todos en un mismo grupo. Cuando llegamos a Santa Creu Salva ya nos está esperando allí, para entregar ropa de abrigo y comer en el merendero.



MERENDERO SANTA CREU D´OLORDA (Molins): bar restaurante donde poder disfrutar de bocadillos y algunas raciones, todas bien cubiertas de alioli. Muchas mesas, buen servicio y la comida es, exactamente, lo que uno se puede esperar. No pudimos disfrutar de la terraza porque el día era un poco desapacible. Ideal para tomar un bocata de panceta, tras hacer seis kilómetros de globero, y regresar a casa con cara de fatiga por una digestión difícil.


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Con fuerzas renovadas, o más concretamente con pereza renovada, atacamos el ultimo kilómetro y medio de ascenso. Una vez en el punto más alto del día nos toca una zona de sube y bajas por la sierra del Tibidabo y la Vallvidrera. De repente Barcelona se nos aparece, abajo en el valle. Una imagen inolvidable por la que nos hemos esforzado durante nueve días, el fruto a nuestro trabajo. Nos regocijamos, durante largo tiempo, en su contemplación.
El descenso es muy rápido hasta las primeras casas de la ciudad Condal, después la pendiente es parecida pero los semáforos frenan nuestra marcha continuamente. Es el puente del 1º de Mayo y no hay casi nadie en los barrios altos, ni en la Calle Muntaner, hasta que llegamos a la plaza Catalunya. A partir de aquí riadas de turistas no nos permiten ir subidos encima de la bici, así que caminamos en un tour guiado por Paco. Nada de lo que aparece en las guías dejamos de visitar con el Hierro de Cicerone. Especial, sin duda, fue la llegada a la Catedral del Mar, donde nos hicimos la protocolaria foto de fin de ruta. La sonrisa en cada uno de los rostros kangrenas era más que significativa. El reto estaba conseguido y había merecido la pena.
Después de la visita a la catedral tan solo quedaba ir hasta Cerdanyola a descansar, al menos para algunos ya que los madrileños quedaron hospedados en la propia ciudad, cerca de la estación de tren.
Los demás bajamos hasta el paseo marítimo del Puerto Olímpico, y seguimos por el carril bici del Forum, hasta llegar a la cuenca del río Besós. En su zona inundable han construido una zona de ocio enorme recorrida por un carril bici que nos llevará, corriente arriba, hasta Montcada, donde circularemos paralelos al río Ripoll hasta Cerdanyola. El Payi va tocado del estomago y sufre para hacer estos últimos quince kilómetros, que le parecen una eternidad. Los demás saborean el triunfo hasta la misma puerta de casa de Paco.



CAN PUNYETES (Barcelona): comida típica catalana en un restaurante de decoración vintage. Particularmente no pude disfrutar demasiado de la cena pero casi todo el mundo disfrutó de la cena, sobre todo el reencuentro con algún kangrena descarriado. Muchas veces el aspecto sentimental nubla la razón gastronómica y por ello nos resulta dar una crónica más exacta de nuestro paso por este restaurante. Ideal para celebrar reencuentros sentimentales y pergeñar planes de futuro difícilmente irrealizables.

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CASA PACO (Cerdanyola): Adosado que sirve de tapadera a un piso patera. Allí un montón de africanos se apiñaron, relacionándose primos con primos incluso, en una bacanal de olores embriagadores. El casero tenía un humor extraño, siempre tendente a la desconsideración femenina (o como se dice ahora micromachismo). Apenas dos baños para tanta gente, incluso alguno con problemas intestinales, hicieron imposible acicalarse convenientemente. La comida era entre escasa e inexistente por lo que el alcohol la sustituyó. También posee en la terraza un taller ilegal de peluquería regentada por una migrante. La calidad/precio es lo único que se salva. Ideal para un fin de semana si eres una vecina o algún amigo vasco del dueño que va a correr una carrera pedestre. Los demás abstenerse










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