ETAPA 8 LA FIGUEROSA - MONISTROL

86 Kms Otra de las etapas “reinas” que al final no resultó ser tan dura gracias a la elección del recorrido y al ímpetu de los kangrenas.

Nos costó desperezarnos y abandonar La Figuerosa. Allí habíamos disfrutado una noche pero el lugar se merecía alguna más. Tras cruzar al otro lado de la carretera de Tarrega llegamos a una pista en buenas condiciones. Los conejos y las perdices se despertaban asustadas ante nuestro paso, y se apuraban para refugiarse lejos del camino. En la diminuta población de Canós nos equivocamos y en vez de seguir más hacia el sur, dirección Tordera, circulamos por una pequeña carretera en buenas condiciones que no nos acercará tanto a Cervera. Para acceder a la capital de la Segarra, patria chica de los motociclistas Marquez, tenemos que subir un tramo de un kilometro de una pendiente regular. El paso por la localidad es rápido porque acabamos de arrancar y aunque necesitamos de un taller mecánico para el Hierro es aún demasiado temprano. Así que decidimos seguir.
Salimos de Cervera y tomamos la N-II, que ha quedado convertida en una carretera auxiliar de la A-2, que circula paralela. El firme es nuevo, el tráfico escaso y la pendiente apenas se nota, así que llegamos al puerto de La Panadella como auténticos aviones. Este de la Panadella es el primer puerto de montaña del día pero apenas nos ha costado esfuerzo coronarlo por esta vertiente. En el zona del área de servicio se celebra un mercadillo de segunda mano y vemos pasar bastantes ciclistas y moteros. Tan solo nos detenemos para abrigarnos.
El descenso es largo, de unos veinte kilómetros. Se compone de una primera parte, que la abordamos por la calzada, y pica bastante hacia abajo; Otra segunda, después de Santa María del Camí, que discurre por un carril bici anexo a la nacional, con una pendiente menor. Abandonando la N-II en Sant Genís para entrar directamente a Igualada, todavía en clara cuesta abajo.
Ya en Igualada buscamos un taller de bicicletas. Un primero está cerrado, así que un viandante nos indica la localización de otro.


DR PEDALS (Igualada). La parroquia charla sobre bicis cuando entramos nosotros, apremiando la reparación. Son muy amables y enseguida nos atienden. De mientras aclaramos algunas dudas sobre el resto de la etapa, o no, porque parecía que conociéramos las carreteras locales mejor que alguno de ellos. Ultimo paso por taller y parece que todo solucionado eficientemente.


Mientras estábamos arreglando el hierro de Paco, los demás “disfrutaban” de un almuerzo en un bar cercano, única carga calórica hasta el final del día, ya que es mejor subir puertos con el estomago medio vacío y en verdad no sabíamos a qué atenernos con el puerto.



CAFETERIA EL BLAU (Igualada): bocatas y bebidas para salir del paso. Mucho colesterol y nada verde en unos bocadillos bastante escasos, lo que provocó que algunos repitieran. El servicio, eso sí, fue bastante bueno a pesar de estar una pobre chica en la barra y la cocina a la vez. Ideal para poner un puesto de Danacol, y un desfibrilador, a la salida.








Salimos de Igualada para ciclar el tramo más feo del día. Primero las calles estaban cortadas por un rally automovilístico, luego atravesamos una larga zona de polígonos, y como colofón un complicado nudo de carreteras para llegar hasta Castellolí, donde comienza el puerto del Bruc.
Las primeras rampas del puerto son las más complicadas. Enseguida llegamos a un puente sobre la A-2 y vemos que no vamos por buena dirección. Desandamos parte de la carretera y tras mirar, remirar, y preguntar tenemos dos opciones: quinientos metros por la A-2 hasta el siguiente puente o subir una pendiente de cincuenta metros empujando la bici. Nos decidimos por lo segundo, lo que requiere un esfuerzo grande y la sensación poco agradable de bajarse de la bicicleta.
Cuando accedemos al puente comienza el puerto de verdad. Se asciende muy bien, con un porcentaje muy suave, asfalto en buenas condiciones y alejados, cada vez más, del trafico de la autovía. Apenas cuatro kilómetros hasta la urbanización Montserrat Parc y a partir de ahí un sube y baja.
En un momento la carretera se bifurca y tomamos la de la izquierda. Tras una revuelta observamos por fin la crestería de Montserrat. Poco más adelante nuevo cruce y seguimos hacia la izquierda. Apenas doscientos metros de pendiente dura y volvemos a un porcentaje llevadero y constante, que nos coloca rápidamente en Sant Pau Vell, punto más elevado del día, donde reagrupamos. El viento es fuerte y nos quita el calor que habíamos generado con el esfuerzo del ascenso. El ánimo es alto ya que hemos superado la última, y una de las más destacadas, dificultad orográfica. Así que el grupo circula rápido por los sube y bajas de la otra vertiente, en busca del santuario, picándonos incluso con algún ciclista local que había salido a dar un paseo.
Llegamos al monasterio y hace verdadero frio. Hay mucha gente, como casi siempre. Desde su majestuosa posición podemos adivinar la complicada bajada que nos separa de nuestro destino del día. Paco nos comenta la ruta imposible de un trail que ha realizado, subiendo unas cuestas pronunciadísimas. Entramos a ver el santuario mariano, pero impone mucho más el terreno que lo circunda. Parece que en este siglo ha ganado la vertiente lúdica de la montaña a la más espiritual. O al menos están empatados. Escaladores bien equipados conviven con frailes meditando y turistas en busca de souvenirs.
La meteorología no invita a quedarse mucho más tiempo, y parece que viene lo peor, así que decidimos comenzar el descenso. Algunos tenemos más respeto a las pronunciadas rampas que nos esperan que a las cuestas que hemos tenido que remontar para llegar hasta Montserrat. Comenzamos sorteando peregrinos, turistas, autobuses y coches en el parking, lo cual a veces no resulta sencillo. Cuando llegamos al desvío tomamos la carretera de la derecha y comienza un vertiginoso descenso, sobre todo en la primera parte. El peso de las alforjas aumenta la velocidad, pero también el agarre al asfalto, por lo que la bajada es rápida pero más segura de lo que en un primer momento pudiera parecer.
En un momento llegamos, eso sí desperdigados por las diferentes habilidades en el descenso, hasta Monistrol. Buscamos el albergue y nos encontramos con la desagradable sorpresa de que el recepcionista, con exceso de celo profesional, retrasa bastante los trámites para acceder a las habitaciones.
Mientras nos acicalamos nos llevamos la gran sorpresa del día. Aparecen por la puerta tanto Salva, a quien esperábamos para cenar y dormir, como Cristina. Con ellos compartiremos la tarde noche en el pequeño pueblo, que no ofrece muchas más posibilidades que resguardarse del frio en los estrechos bares. Allí nos alargaremos en las tertulias y las cervezas hasta la hora de irse a descansar. 



RESTAURANTE BO2 (Monistrol): moderno restaurante de menú del día, bocadillos, etc… De esos que la literatura del plato seduce más que el alimento en sí. Todo correcto, sin estridencias, y bien regado en buena compañía. Teníamos hambre después de haber casi ayunado durante la jornada. Eso lo perdona casi todo. Ideal para paladear una zarzuela de viandas kilómetro cero, aderezadas con manjares refrigerados en los lejanos piélagos meridionales, y sazonadas con especias del lejano naciente y el cercano levante.











HOSTAL GUILLEUMES (Monistrol): después de la desagradable experiencia con el recepcionista nos encontramos con unas habitaciones nuevas y espaciosas. Habitaciones de cuatro camas, de tres, pero sin sensación de agobio. El baño no era acorde al resto de la estancia. El precio era bastante alto para lo que estamos acostumbrados pero el desayuno que incluía compensaba bastante la inversión. Ideal para excursiones montañeras burguesas; orgias, menos en el baño; clubes de fans del brunch; y estancias de amigos con la próstata en perfectas condiciones.











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