ETAPA 7 TAMARITE - LA FIGUEROSA

82 Kms. Lo que se llama de toda la vida “etapa de transición”. No destaca ni por el paisaje, ni por sus desniveles, ni por su kilometraje. Eso sí el final nos reservaba una maravillosa estancia.


La mañana era fría, muy fría, sobre todo para los miembros más meridionales del grupo, por no decir africanos. Incluso a “Electric Woman” se le pasó por la cabeza abandonar la ruta. Pero el radiante sol calentó rápido, al menos para algunos de nosotros.
Salimos de Tamarite, sin excesiva pena por abandonarlo, quizás para siempre, por un camino ancho, cerca de los colegios locales y rodeados de pequeñas explotaciones agrícolas. En apenas unos kilómetros volvimos a la carretera para cruzar la línea imaginaria (por el momento) que separa la Comunidad aragonesa de Cataluña.
Seguro que Alfarrás tiene mucho que mostrar al mundo, pero nosotros ni siquiera lo intuimos. Un paso rápido por la localidad y tan solo a lo lejos pudimos ver la majestuosidad de la torre de su iglesia. Enseguida tomamos un camino a la derecha y nos encontramos con una enorme acequia, y su correspondiente camino de servicio, que nos servirá para rodar raudos durante bastantes kilómetros. Sin duda la pista del canal, con enormes campos cultivados al otro lado y una pequeña crestería montañosa al fondo, no es el lugar más maravilloso para pasar la mañana, pero el ánimo es bueno, la conversación fluye y tragamos lo kilómetros con facilidad.
Después de unos veinte kilómetros una valla pone fin a nuestras andanzas a la ribera del canal, y nos dirigimos hacia Castelló de Farfanya y la C-26. Después de tomar algo en un bar, que parecía que hubiera abierto para nosotros, retomamos la marcha. Salimos del pueblo, escalamos un pequeño altozano y tomamos una salida a la izquierda para acceder a una pista que transcurre paralela a la carretera. En un momento la pista se acaba en un campo de cereal y no da más opción a seguir. Intentamos buscar una salida en la dirección que marcan los GPS pero parece imposible. Damos marcha atrás y observamos que la antigua pista que queríamos seguir ha sido sustituida por otra paralela, que está indicada como GR.
Entramos a Balaguer por una puertecilla de su imponente muralla. Recorremos lo que no parece el mejor barrio de la ciudad, siempre en cuesta abajo hacia el rio. Cruzamos el Segre por un puente y quedo desorientado del rumbo adecuado para continuar, hacia arriba o abajo del cauce. Al final nos indican la dirección adecuada, cerca del puente y con vistas al Castell y a la iglesia del Sant Crist.
Es tan bella la estampa inicial, por la que entramos, de Balaguer como fea la zona por la que la abandonamos. Una enorme recta con edificios grises y una zona industrial.
Tomamos dos rotondas antes de acceder al camino rural que lleva a Linyola. Una enorme recta, plana, de unos diez kilómetros, con cultivos de regadío por doquier. El hambre y la llanura siempre se alinean perfectamente para un rápido transcurrir de los tramos del mediodía.
Cuando llegamos a Linyola nos encontramos un pueblo semidesértico. Es la hora de comer pero aún así sorprende la falta de actividad en las calles. Tratamos de hacer varios recados y buscar un lugar para comer, que al fin encontramos cuando estábamos decidiendo en que parque descansar.

BAR-RESTAURANTE L´ATENEU (Linyola): establecimiento de menús del día y bocadillos. El personal que nos atendió resultó de lo más desconcertante. Tardó mucho en tomarnos nota, o en cerciorarse que estábamos en la terraza, y cuando lo hizo su retranca nos dejó bastante descolocados a la mayoría. Mezcla de vacile y mala leche, no parecía que hubiéramos acertado con el sitio. Pero llegaron los bocatas, y las raciones que habíamos encargado, y la verdad es que estaban muy buenos, incluso hubo quien repitió. Comida barata que sirve para salvar el hambre, cocinada con gusto y productos locales de calidad. Ideal para quien disfrute del humor del camarero encabronado mientras saborea un bocata de butifarra y cebolla caramelizada


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Tras la comida, y a pesar de que el sol aprieta, el humor parece mejorar. De nuevo otra larga recta, con el mismo paisaje llano, nos lleva hasta La Fulliola. Allí entra El Hierro anunciando a voz en grito “que llegan los tanques de la libertad” y que somos “la avanzadilla de la independencia de Catalunya”. Pero ni con esas parece querer el pueblo salir de su letargo post almuerzo.
Cruzamos la carretera, para seguir por el otro margen, y de nuevo una larga recta, que pasa por Tornabous, para tomar dirección noreste antes de llegar al extrarradio de Tarrega. Cruzamos la C-14 y encontramos una nueva pista, esta vez más pequeña, que transcurre por zonas de monte bajo y cañadas. Mucho más bonita. Tenemos dudas de si ir por la que circula más cerca de Altet o si la que va por el pequeño riachuelo, tomando con éxito esta última. Los carteles de senderismo lo confirman. Por un momento se estrecha bastante entre dos muros de piedras pero enseguida observamos el pueblo de La Figuerosa a lo lejos.
Tampoco parece haber nadie en el pueblo, de hecho descubriremos que está semiabandonado, al menos entre semana. El pueblo, en principio, cuenta con poco a primera vista pero las gentes del lugar nos ayudaran a pasar una tarde inolvidable. Destacan arquitectónicamente unos arcos en la Plaza de la Iglesia y otros, aún más bellos, en la fachada de la casa rural donde nos alojamos, La Esgolfa.
Como no hay tienda en el pueblo, nuestro casero se ofrece a llevarnos al supermercado de Tarrega. Allí compraremos las vituallas para cenar. Visitamos  el único bar del pueblo para tomar algo con los parroquianos, en animada conversación, y acabamos jugando un partidillo de futbol contra los niños del pueblo, en el que se demostrará que a los canarios se les da mejor la bici que el balón redondo. Una paella memorable cocinada por Paco, bien regada por supuesto, pondrá colofón a una etapa “aburrida”, pero un día inolvidable
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CASA L´ESGOLFA (La Figuerosa): hermosísima casa rural, reconstruida con mucho gusto. Si el mobiliario es una maravilla, la terraza lo es aún más. Las habitaciones sencillas y minimalistas pero con mucha clase. Todo sería bueno si no fuera porque la hospitalidad de los anfitriones eleva la nota hasta el infinito. Una casa apartada para pasar un fin de semana en contacto con lo auténtico, sin duda. El paraíso de la ruralidad catalana


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