63 Kms. La jornada
corta que todos los años se complica, esta vez por la lluvia y el barro.
Transitamos por el Camino Aragonés, en sentido contrario, y con el pantano de
Yesa como testigo mudo.
Uno de nuestros lemas kangreneros
es que no hay etapa sencilla. Y esta etapa se cumplió al cien por cien. La
etapa más corta, que iba a servir como recuperación de esfuerzos anteriores, y
preparación para posteriores, se iba a complicar hasta convertirse en una pesadilla.
Salimos de Sangüesa, donde la noche anterior ya había caído
una fuerte tormenta, con el cielo amenazando lluvia. La ruta que había trazado
yo salía por un sitio diferente al track
normal, con el que se juntaba poco más adelante, en el Camino Aragonés. Por
ello dimos un poco de vuelta por la “circunvalación” de Sangüesa.
El camino es pedregoso pero se puede rodar bien. Vamos en contra
dirección pero apenas hay peregrinos, por lo que no encontramos dificultad
alguna. La noche anterior encontramos un uruguayo en el albergue, además de un
extraño tipo que venía de Barcelona. Iba en bicicleta cargando mucho peso y sin
apenas equipación adecuada. Isidro, tan atento siempre con los peregrinos, le
regaló un culotte que él acepta con
gran alegría, aunque le esté enorme.
Rodamos con la vista siempre atenta al cielo. Nos adentramos
en Aragón cerca de Undués de Lerda, donde comienza una ascensión de unos cinco
kilómetros, por pista. A mitad de esfuerzo comienza a llover y encontramos una
borda donde refugiarnos por un momento. El suelo está acolchado por bosta seca,
que aunque inodora, no hace agradable la estancia allí. Por lo que decidimos
salir de nuevo a pesar que continúe lloviendo. El suelo es arcilloso y recoge
rápidamente la lluvia, convirtiendo el camino en intransitable por el barro rojizo.
Lo que para algunos se convierte en un divertimento, para otros se convierte en
un incordio cansino y para Carol y su máquina, en una trampa. El peso de la
bici la hace inamovible en esas circunstancias. Aythami la auxilia rápidamente.
Isidro, después de ayudar a Auxi, también va a ayudarla. Nos cuesta bastante
salir hacia una zona de asfalto, y una vez en un piso más estable tratamos de
buscar una forma de salir de allí por una pista cementada. Mientras decidimos
el cielo se ha aclarado, se ha secado el intransitable camino y vemos aparecer
al uruguayo que circula sin dificultad alguna por donde a nosotros nos ha sido
imposible.

En compañía del sudamericano decidimos afrontar la bajada
por el camino. La pista es muy ancha y el descenso no tiene ninguna dificultad técnica,
por lo que lo hacemos velozmente. Llegamos a una carreterita, en bastante mal
estado, que nos dirige hacia las ruinas del castillo de Ruesta, imponente
mirador al pantano. El de Yesa es un imponente mar interior que vació la escasa
población de la zona, mientras llenaba su cauce de agua.
Aprovechamos la nueva carretera de servicio del pantano, de
anchura desmedida para el nulo tráfico de la zona, de asfalto casi virgen.
Rodamos muy rápidos mientras el uruguayo nos cuenta sus planes de dirigirse
hasta Dinamarca con un colega con el que coincidirá en Jaca. Su peculiar estilo
de vida, de viajar por todo el mundo sin apenas ingresos, seduce más de uno de
nuestro grupo. Aunque vivir sin responsabilidades, más de una semana, a estas
alturas de la vida a muchos nos parece imposible.
Cerca de Artieda abandonamos la solitaria carretera y nos
adentramos en un camino que por momentos se estrecha, se embarranca y que
dificulta el circular. El cielo sigue amenazando lluvia y esta senda se puede
volver a convertir en una trampa, así que trato de buscar una carretera
comarcal que nos acerque al objetivo. Es inútil. Todas las carreteras menores
van a parar a la N-240, de alta densidad circulatoria.
De vez en cuando el paisaje cambia bajo nuestros pies y se
asemeja a un paisaje desértico, con chimeneas de roca blanquecina arenisca,
mientras de fondo enmarca todo el agua del embalse.
Sin poder pertrecharnos de agua potable, vemos a lo lejos
diminutos pueblos, mientras la senda circula por tierra de nadie entre el río y
la sierra. Los canarios, incluso, consiguen algo de agua en una finca y beben
el líquido del grifo, a pesar de los reparos habituales a ingerir agua que no
esté embotellada. A los que más nos ha costado salir del barrizal anterior se
nos está empezando a atragantar la etapa, mucho más fatigados por las horas de
esfuerzo que por los exiguos kilómetros recorridos. Puente la Reina de Jaca es
el lugar elegido para almorzar y avituallarnos para la noche. Aunque lo sabemos
cercano se esconde entre el río Aragón y la carretera, lo cual nos desespera
aún más.
Al fin llegamos. En un cruce de las antiguas carreteras
nacionales, salvando el rio por un ancho puente, aparece el pueblo. Apenas unas
cuantas casas de tres y cuatro alturas que parecen vacías. El hostal está
cerrado, aunque encontramos refugio en otro bar aledaño con un gran
aparcamiento. Allí comeremos, quitaremos los últimos vestigios del barro y
compraremos en la pequeña tienda local, cuyo encargado amablemente nos llevará
el pedido hasta la casa rural donde pernoctaremos. Apenas un par de kilómetros
nos separan del centro vacacional donde está la casa pero comienza a llover
fuertemente, y esta vez parece que no tiene intención de parar.
MESON ANAYA
(Puente La Reina de Jaca): El comedor estaba lleno por lo que tuvimos que
esperar. La verdad es que llegamos un poco tarde lo que significó dos cosas:
que se habían terminados algunos de los platos del menú, y que el servicio
estaba ya un poco cansado. Aún así es de esos lugares donde te “tiran” los
platos, más que servirlos, y donde el empleado, o dueño, sabe seguro su puesto
de trabajo y no se esmera en demasía con el cliente. La comida muy regulera
para un precio nada barato. Ni recuerdo lo que comí de lo muy olvidable que
sería. Cuando la falta de competencia es
tu mejor virtud como local…
CASA RURAL
EL BOSQUE (Santa Cilia de Jaca): El camping estaba cerrado y
vacio, pero la guardesa fue muy amable donando algo de jabón para que
pudiéramos hacer una colada. La casa rural era un lujo: nueva, toda en madera, cocina
completa, con habitaciones dobles con baño, y un enorme salón comedor que disfrutamos
toda la tarde. La única gotera que tenía el tejado cayó sobre mi cama por unos
momentos. Por lo demás todo demasiado bien, así nos mal acostumbramos a lo
bueno. Ideal para un fin de semana, entre amigos, truncado por la aparición
del asesino psicópata del pueblo.
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