75 kms. Etapa reina, para
comenzar fuerte, con tres escaladas por los montes vizcaínos y vía verde en la
llanada alavesa, en el tramo final.
El lugar elegido para dar la primera pedalada es la plaza
dedicada al más insigne escritor bilbaíno, Unamuno. Desde allí nos dirigimos
por la empedrada calle Somera, todavía vacía a esas horas tempranas. Una breve
parada para tomarnos la foto inicial en el puente de San Antón, lugar de
fundación de la ciudad hace ya más de 700 años, y unos de los iconos de la
ciudad, y ya estamos listos para partir.
Las rampas se vuelven durísimas enseguida y prueban, ya
desde los primeros kilómetros, el estado físico de los expedicionarios kangrenas. Dos kilómetros, entre pista y
sendero, para llegar a la primera cota del día. Apenas 200 metros de altitud
sufridos y sudados, más cuando la mayoría todavía no nos hemos hecho a la
bicicleta con el lastre que supone el peso de las alforjas.
Al fin damos con la pista y respiro un poco. A partir de
aquí conozco más la ruta. Es una senda ancha con bastante piedra suelta y porcentajes
altos. Quizás los tres kilómetros más exigentes que debamos afrontar en toda la
semana. El grupo se va dispersando, cada uno asciende como puede, y decidimos
quedar arriba. A esas horas no encontramos a nadie en nuestro camino, a pesar
de ser una zona muy frecuentada por excursionistas amantes de la montaña. Un
bosque de coníferas nos aporta algo de sombra, frente al sol del mediodía. A nuestra derecha las peñas del monte
Pagomakurre que van destapando, metro a metro de ascensión, la cumbre cónica
del Gorbea. Un espectáculo visual que, como casi siempre, apenas oteamos
centrados en las piedras del camino y el esfuerzo contra el manillar.
Ubidea es otro pueblo con grandes casas construidas con
enormes bloques de piedra gris, donde los líquenes han anidado gracias a la
alta humedad del ambiente todo el año. Preguntamos en uno de los pocos bares
que tiene el pueblo y nos ofrecen un menú demasiado caro para nuestro
presupuesto, así que decidimos acercarnos hasta Legutio, nueva patria chica del
ausente Xabi, que nos ha recomendado un bar más ajustado a nuestras necesidades
TABERNA DOVELA (Legutio): local de bocadillos, platos combinados y menú
del día. Servicio rápido, amable, paciente y competente. Euskal musika a todo
meter en la terraza exterior. Comida decente y jarras de cerveza copiosas.
Ideal para saciar el hambre que entra con el segundo katxi y el tercer peta. 0 CHICOTES
Bien comidos y bebidos salimos por la carretera hacia nuestro destino, Vitoria. Nada más dejar el pueblo tomamos un camino a la izquierda que nos lleva por una carretera vecinal dirección al campo de golf de Larrabea. Luego de dudar un par de veces y de precipitarme, saliendo antes de lo que tocaba en Landa, logramos dar con la vía verde que nos llevará hasta el centro de la capital vasca.
TABERNA EN CALLE KUTXI (Vitoria): local de bebidas donde sirven sándwiches, hamburguesas, etc.. en las mesas del fondo. Servicio rápido, amable y competente. Comida decente, aunque las raciones un tanto escasas. Un tanto ruidoso, aunque para ser sábado y estar en la zona más popular no nos esperábamos otra cosa. Ideal para invitar a cenar a tu nueva novieta borroka y hablar del cambio climático.
PENSIÓN
EGUILETA (Vitoria): sucursal
low coast del “afamado” hotel
Desiderio. La ubicación en una de las
más conocidas calles del centro histórico vitoriano, más el exiguo precio, y la
nota exótica del lavabo al pie de la cama, dejan a las claras cual ha sido la
función de las vetustas habitaciones, no demasiado bien preparadas para
disfrutar de ellas más allá de una hora. Una sola ducha para todos, y con el
mango estropeado. Algo de ruido nocturno, y ningún lujo extra, es justo lo que
nos habían ofrecido por teléfono y de lo que dispusimos. Ideal para breves pero intensas estancias.
El lugar elegido para dar la primera pedalada es la plaza
dedicada al más insigne escritor bilbaíno, Unamuno. Desde allí nos dirigimos
por la empedrada calle Somera, todavía vacía a esas horas tempranas. Una breve
parada para tomarnos la foto inicial en el puente de San Antón, lugar de
fundación de la ciudad hace ya más de 700 años, y unos de los iconos de la
ciudad, y ya estamos listos para partir.
Desde el barrio de Atxuri sube una pendiente que nos lleva
al parque de La Peña. La ría se convierte en río, tras un meandro, y el asfalto
en piedra y luego en camino de tierra. Dado el interés por evitar al máximo la
carretera salimos de la ciudad por un lugar poco conocido incluso por los
lugareños, el parque de Montefuerte.
Las rampas se vuelven durísimas enseguida y prueban, ya
desde los primeros kilómetros, el estado físico de los expedicionarios kangrenas. Dos kilómetros, entre pista y
sendero, para llegar a la primera cota del día. Apenas 200 metros de altitud
sufridos y sudados, más cuando la mayoría todavía no nos hemos hecho a la
bicicleta con el lastre que supone el peso de las alforjas.
El día despejado nos permite ver el Cantábrico desde lejos.
Observamos también el valle del Gran Bilbao, con sus poblaciones apiñadas ente
la ría y las montañas, decreciendo en población e importancia desde hace más de
30 años y recordando glorias de hace más de un siglo.
La cuesta abajo es rápida. Una carreterita asfaltada, y un
carril bici, nos llevan veloces hasta Arrigorriaga. Se destensa un poco el
ambiente y disfrutamos de estos pocos kilómetros favorables.
Tenemos que tomar la carretera general durante un par de
kilómetros para poder dejar atrás el valle del Nervión. Es una carretera con
tráfico y sin arcén. Circulamos en pelotón. En mitad de la única subidita oigo
un ruido. Se ha soltado una tuerca del transportin. Nada grave aunque por el sonido
lo pareciera. A la entrada de Ugao nos detenemos y lo ajustamos
convenientemente. Ya no nos dará la lata en todo el viaje.
Desde Ugao comienza una carretera pequeña que nos lleva por
todo Zeberio hasta el valle de Arratia. Son diez kilómetros de falso llano
cuesta arriba, muy cómodos de ciclar, con un paisaje plenamente de la Bizkaia
verde y rural. Una ruta muy usada por los ciclistas, como pudimos descubrir
rápidamente. Una grupetta de unos cincuenta se hace notar desde mucho antes que nos
sobrepasara. La velocidad a la que circulan, con sus bicis de carretera, tan
solo está al alcance de los canarios que se instalan en su seno por unos
kilómetros, abandonando el fraccionado grupo kangrena. ¡En el fondo (muy en el
fondo) desean ser vascos!
Una vez reagrupados pedaleamos el último tramo de ascenso y
descendemos raudos hasta Artea.
Desde ese pequeño pueblo tomamos la carretera auxiliar que
enlaza los pueblos del valle, apenas transitada. Nos detenemos a visitar la
majestuosa plaza de Areatza con sus palacios blasonados en piedra, donde
algunos todavía conservan espectaculares frescos, borrados en la mayoría de los
casos por el clima y el tiempo.
Breve es el desplazamiento hasta Zeanuri. En su plaza nos
detenemos. Algunos aprovechan para ajustar la bicicleta y el resto para
almorzar tranquilamente al sol. Llega la parte más dura del día y hay que
recargar fuerzas y ánimos.
Tras casi una hora, salimos de la plaza con el sol del
mediodía en lo más alto. Retomamos la misma carretera que esta vez sube hasta
llegar a la altura del pantano. En el cruce de Undurraga le hago caso al GPS,
en vez de a la corazonada de Jesús, y tomamos el desvío a la izquierda. Cuando
llegamos al cruce de la carretera general ya soy consciente de haberme
equivocado. La falta de costumbre con el sistema de posición y la escasa
información que reproduce el Garmin de muñeca hará que me equivoque varias
veces antes de comprender su lógica.
Regresamos al cruce, tomamos la carretera a Ipiñaburu, pero
todavía sigo desorientado. El asfalto pica hacia arriba sin remedio y me
preocupa el tener que retomar otra vez el camino correcto si vuelvo a
equivocarme. Paramos y confirmo la ruta con un sudamericano que está talando en
un cobertizo. No se ve nadie más por allí. Amablemente nos indica que la pista
que buscamos se toma en el cruce del hotel.
Seguimos un par de kilómetros ascendiendo por buena
carretera. Encontramos a otros lugareños y confirmo la información sin bajarme
de la bici. A esa velocidad que subimos se va a la par andando que ciclando.
Al fin damos con la pista y respiro un poco. A partir de
aquí conozco más la ruta. Es una senda ancha con bastante piedra suelta y porcentajes
altos. Quizás los tres kilómetros más exigentes que debamos afrontar en toda la
semana. El grupo se va dispersando, cada uno asciende como puede, y decidimos
quedar arriba. A esas horas no encontramos a nadie en nuestro camino, a pesar
de ser una zona muy frecuentada por excursionistas amantes de la montaña. Un
bosque de coníferas nos aporta algo de sombra, frente al sol del mediodía. A nuestra derecha las peñas del monte
Pagomakurre que van destapando, metro a metro de ascensión, la cumbre cónica
del Gorbea. Un espectáculo visual que, como casi siempre, apenas oteamos
centrados en las piedras del camino y el esfuerzo contra el manillar.
Llegamos bastante separados a la cima, pero todo el mundo
satisfecho por no haber puesto pie a tierra.
El parking de Saldropo está lleno, como casi todos los fines de semana
que el tiempo acompaña. Al pasar raudos percibimos los olores de las barbacoas
y el hambre comienza a mandar señales a nuestros fatigados cuerpos. Continuamos
por una pista de cemento que serpentea por el pinar. Cruce a la derecha y un
terreno más favorable. Ya queda menos para el próximo pueblo donde quizás
podamos descansar y avituallarnos.
Aún nos queda una subida pequeña, pero exigente, una vez
superado un hayal enmarcado por el regato conocido como Zubizabal. Sin duda un
bello paraje. En la cima de esta dura cuesta de apenas quinientos metros nos
hallamos, por fin, en la divisoria de aguas. A partir de aquí todos los regatos
y ríos se dirigirán al Ebro y al lejano Mediterráneo. Esto significa que
estamos en la meseta y que el ascenso se ha acabado.
Abordamos el descenso por una ancha pista, alfombrada por
agujas de pino, y en una curva sin aparente dificultad Jesús se cae. No parece
que revista gravedad porque la velocidad no era muy alta y el lugar no era muy
pedregoso. Los signos de dolor son evidentes pero el Doc monta en su bici y continúa la marcha hacia Ubidea.
Es preciosa la carreterita que lleva hasta el último pueblo
vizcaíno de nuestra ruta. Las campas, colmadas de hierba, van abriéndose paso
entre el bosque. El riachuelo ofrece estampas de recodos de roca y musgo en
algunos sombríos. Un espectáculo visual sobre todo para los kangrenas más sureños.
Ubidea es otro pueblo con grandes casas construidas con
enormes bloques de piedra gris, donde los líquenes han anidado gracias a la
alta humedad del ambiente todo el año. Preguntamos en uno de los pocos bares
que tiene el pueblo y nos ofrecen un menú demasiado caro para nuestro
presupuesto, así que decidimos acercarnos hasta Legutio, nueva patria chica del
ausente Xabi, que nos ha recomendado un bar más ajustado a nuestras necesidades
Para poder llegar escogemos circular por la carretera N-240,
que tiene un arcén ancho y apenas tiene trafico a esas horas del mediodía. El
trayecto es corto y rápido, ya que la vía nos favorece. Días antes buscamos una
alternativa a la carretera pero el GR era poco ciclable y se desviaba bastante,
así que decidimos coger el camino más sencillo.
Lo primero que había que hacer en Legutiano lo hicimos nada
más llegar: tratar de asaltar la casa de veraneo de los Ylzarbe, aunque no
conseguimos nada ya que había dejado el muy zorro todo bien cerrado. Para
recuperarnos de ese fracaso nos instalamos en la plaza del pueblo a comer,
relajadamente a la sombra.
Bien comidos y bebidos salimos por la carretera hacia nuestro destino, Vitoria. Nada más dejar el pueblo tomamos un camino a la izquierda que nos lleva por una carretera vecinal dirección al campo de golf de Larrabea. Luego de dudar un par de veces y de precipitarme, saliendo antes de lo que tocaba en Landa, logramos dar con la vía verde que nos llevará hasta el centro de la capital vasca.
El paisaje ha cambiado notablemente, el horizonte se ha agrandado
y las montañas boscosas enmarcan el cuadro a lo lejos. Circulamos muy rápido,
con fuerzas todavía pero con ganas de descansar de este primer día agotador.
Entramos a Gasteiz desde el Buesa Arena y enfilamos hacia el centro, donde nos
alojaremos.
En la puerta del hotel nos espera Carolina. Equivocó el día
de viaje y tuvo que venir desde Bilbao en autobús. Encima le han dado una
bicicleta eléctrica en la tienda donde había alquilado por internet. Veremos
cómo se comportan maquina y piloto.
Nos duchamos, vestimos, visitamos al mecánico, al banco,
Luis aligera en gran medida sus pesadas alforjas, etc... Una vez terminados
todos los recados paseamos relajadamente por la bella parte vieja vitoriana,
muy concurrida ese sábado primaveral. La Catedral vieja, la Virgen Blanca, la
Catedral Nueva…. Una ruta guiada bastante completa. En la esquina de la calle
Dato nos encontramos con Jesús. Fue al hospital a hacerse pruebas y trae malas
noticas, que constatan sus temores. Una fractura costal le obliga a retirarse,
paradójicamente en la ciudad donde nació. Así son las casualidades, sobre todo
las malas. Lo sentimos mucho por él, y también por el grupo que notará su baja.
CICLOS SPORT (Vitoria): no he conseguido recoger referencias, así que aprobado al menos.
CICLOS SPORT (Vitoria): no he conseguido recoger referencias, así que aprobado al menos.
TABERNA EN CALLE KUTXI (Vitoria): local de bebidas donde sirven sándwiches, hamburguesas, etc.. en las mesas del fondo. Servicio rápido, amable y competente. Comida decente, aunque las raciones un tanto escasas. Un tanto ruidoso, aunque para ser sábado y estar en la zona más popular no nos esperábamos otra cosa. Ideal para invitar a cenar a tu nueva novieta borroka y hablar del cambio climático.
PENSIÓN
EGUILETA (Vitoria): sucursal
low coast del “afamado” hotel
Desiderio. La ubicación en una de las
más conocidas calles del centro histórico vitoriano, más el exiguo precio, y la
nota exótica del lavabo al pie de la cama, dejan a las claras cual ha sido la
función de las vetustas habitaciones, no demasiado bien preparadas para
disfrutar de ellas más allá de una hora. Una sola ducha para todos, y con el
mango estropeado. Algo de ruido nocturno, y ningún lujo extra, es justo lo que
nos habían ofrecido por teléfono y de lo que dispusimos. Ideal para breves pero intensas estancias.


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