Nueva etapa corta, más o menos obligada, para enlazar con un núcleo, más o menos, grande.
Salimos, como no, picando hacia arriba, y más aún al llegar a La Mesa.
Allí conversamos con el encargado del albergue sobre la mala fama, de sitio frío, que tiene el pueblo; sobre nuestra anfitriona en Berducedo; y sobre los planes de futuro del villorrio, con un nuevo albergue privado en marcha.
A partir de ese lugar la carretera comienza a tomar la verticalidad de manera notable. Además la niebla se fue cerrando mientras ascendíamos, con el lógico peligro al no ser visibles para los conductores.
Al comenzar el fuerte descenso hasta el embalse se fue despejando y el camino se hacía muy llevadero. Una pista ancha de piedras nos llevará hacia la presa, que ya logramos ver, a lo lejos, tras un recodo del camino.
Desde que salimos de la pedregosa pista, a unos dos kilómetros de la presa, hasta que casi llegamos a Grandas estuvimos andando por la carretera. El sol apretaba y andar por el asfalto resultaba duro y nada estimulante. Grupos de motoristas subían y bajaban por la calzada, en la que apenas había arcén. Paramos a tomar algo en un hotel con vistas al embalse, nos atendieron bien y apuntamos la dirección para un posible regreso. En su enorme terraza se sentía una gran tranquilidad.
Seguimos rumbo a Grandas de Salime, donde llegamos antes de la hora de comer.
A la tarde, después de almorzar y de la perceptiva siesta, visitamos el museo etnográfico local. Era el día de los museos y, aparte de la muy surtida exposición permanente, ofrecían una demostración practica de las antiquísimas formas de labrar útiles domésticos en madera. El experto era uno de los fundadores del museo y su demostración obnubiló a algún kangrena que soñó de niño, y no tan niño, con vivir rodeado de virutas y serrín.
CRÍTICA CHICOTERA: Restaurante A Reigada (Grandas) Sin duda el mejor menú del Camino Primitivo, y servido con la mayor eficiencia, que ya estábamos faltos de ella. El menú diario cumple, en cuanto a cantidad y calidad, con las altas exigencias kangreneras. Yo me decanté por la fabada, fuera de menú, y estaba extraordinaria. Muy recomendable.
Guisos caseros y raciones propias de una madre
0 CHICOTES
CRÍTICA CHICOTERA: Hostal Bar Occidente Tras mucho deliberar decidimos cenar algo ligero en el bar del propio hostal. El ambiente cargado debió desaconsejarnoslo pero decidimos seguir adelante. La cocina tan solo estaba separada del comedor por un biombo, y carecía de salida de humos, por lo que la experiencia gastronómica fue completa, desde el principio hasta el final. Creo que el olor a fritanga todavía no se me ha quitado de la ropa.
La frugal cena se convirtió en unos platos llenos de grasa (huevos, chorizo y patatas). Los más sibaritas nos decidimos por la especialidad de la casa, el pulpo. El cefalópodo a feira estaba correcto, sin alardes, y creo que los demás comensales no quedaron del todo descontentos con la orgia de colesterol.
Si te dejas la pituitaria en casa mejor

Vistos los problemas de demanda de camas, y para evitar disgustos de ultima hora en el albergue municipal, decidimos reservar en el hostal. Eran unas habitaciones, dobles y triples, con muebles viejisimos y con unos extraños empalmes eléctricos por las vigas de madera de la habitación. Ya a estas alturas estábamos curados de espanto y el lugar parecía de lo más acogedor.
No parecía excesivamente limpio, ni demasiado sucio. Además el nutritivo olor de la cocina se filtraba por el entablado hasta llegar al piso en el que estábamos alojados, por lo que a alguno el chorizo le repitió toda la noche.
¿Repetir?, en ese sitio él único que repite es el chorizo


Salimos, como no, picando hacia arriba, y más aún al llegar a La Mesa.
Allí conversamos con el encargado del albergue sobre la mala fama, de sitio frío, que tiene el pueblo; sobre nuestra anfitriona en Berducedo; y sobre los planes de futuro del villorrio, con un nuevo albergue privado en marcha.
A partir de ese lugar la carretera comienza a tomar la verticalidad de manera notable. Además la niebla se fue cerrando mientras ascendíamos, con el lógico peligro al no ser visibles para los conductores.
Al comenzar el fuerte descenso hasta el embalse se fue despejando y el camino se hacía muy llevadero. Una pista ancha de piedras nos llevará hacia la presa, que ya logramos ver, a lo lejos, tras un recodo del camino.
Desde que salimos de la pedregosa pista, a unos dos kilómetros de la presa, hasta que casi llegamos a Grandas estuvimos andando por la carretera. El sol apretaba y andar por el asfalto resultaba duro y nada estimulante. Grupos de motoristas subían y bajaban por la calzada, en la que apenas había arcén. Paramos a tomar algo en un hotel con vistas al embalse, nos atendieron bien y apuntamos la dirección para un posible regreso. En su enorme terraza se sentía una gran tranquilidad.
Seguimos rumbo a Grandas de Salime, donde llegamos antes de la hora de comer.
A la tarde, después de almorzar y de la perceptiva siesta, visitamos el museo etnográfico local. Era el día de los museos y, aparte de la muy surtida exposición permanente, ofrecían una demostración practica de las antiquísimas formas de labrar útiles domésticos en madera. El experto era uno de los fundadores del museo y su demostración obnubiló a algún kangrena que soñó de niño, y no tan niño, con vivir rodeado de virutas y serrín.
CRÍTICA CHICOTERA: Restaurante A Reigada (Grandas) Sin duda el mejor menú del Camino Primitivo, y servido con la mayor eficiencia, que ya estábamos faltos de ella. El menú diario cumple, en cuanto a cantidad y calidad, con las altas exigencias kangreneras. Yo me decanté por la fabada, fuera de menú, y estaba extraordinaria. Muy recomendable.Guisos caseros y raciones propias de una madre
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CRÍTICA CHICOTERA: Hostal Bar Occidente Tras mucho deliberar decidimos cenar algo ligero en el bar del propio hostal. El ambiente cargado debió desaconsejarnoslo pero decidimos seguir adelante. La cocina tan solo estaba separada del comedor por un biombo, y carecía de salida de humos, por lo que la experiencia gastronómica fue completa, desde el principio hasta el final. Creo que el olor a fritanga todavía no se me ha quitado de la ropa.La frugal cena se convirtió en unos platos llenos de grasa (huevos, chorizo y patatas). Los más sibaritas nos decidimos por la especialidad de la casa, el pulpo. El cefalópodo a feira estaba correcto, sin alardes, y creo que los demás comensales no quedaron del todo descontentos con la orgia de colesterol.
Si te dejas la pituitaria en casa mejor

Vistos los problemas de demanda de camas, y para evitar disgustos de ultima hora en el albergue municipal, decidimos reservar en el hostal. Eran unas habitaciones, dobles y triples, con muebles viejisimos y con unos extraños empalmes eléctricos por las vigas de madera de la habitación. Ya a estas alturas estábamos curados de espanto y el lugar parecía de lo más acogedor.
No parecía excesivamente limpio, ni demasiado sucio. Además el nutritivo olor de la cocina se filtraba por el entablado hasta llegar al piso en el que estábamos alojados, por lo que a alguno el chorizo le repitió toda la noche.
¿Repetir?, en ese sitio él único que repite es el chorizo



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