Al día siguiente más que amainar, el viento soplaba aún más fuerte. El GR de la TransAndalus discurre por una loma muy cercana al mar, lo que nos pareció un poco arriesgado viendo las condiciones. Por ello, de nuevo, la decisión nos llevaba por la carretera.Y esta carretera, que sube al puerto del Bujeo, no es una cualquiera. Muy transitada, sobre todo por camiones que se dirigen al puerto de Algeciras, se convirtió en una nueva tortura, sobre todo para los menos acostumbrados a rodar por el asfalto. El viento nos ponía nuevamente en apuros , queriendo desplazarnos hacía el centro de la calzada, mientras ascendíamos lentamente el puerto. En una parada intermedia para reagrupar Juanjo se da cuenta de que quizás se olvidó en Tarifa su cartera. Él, que con tanto esmero la guarda colgada de su infinito cuello, nota su ausencia, su vacío, en la levedad de su escote. Falsa alarma, la encuentra en una de sus alforjas y se compromete a pagar una ronda como promesa. Pronto lo cumplirá.
Llegamos al Mirador de África, donde autobuses de vetustos turistas tratan de hacerse un hueco en el exiguo aparcamiento. El día no permite una foto clara del continente contiguo. El viento azota sin remisión en el balcón. Nos abrigamos y partimos.El puerto todavía sube un poco más, para descender brevemente y acabar escalando, suavemente, sus últimos dos kilómetros. Al llegar al alto, reagrupamiento y vertiginoso descenso hacia Algeciras.
Si pestoso resultó el ascenso al Bujeo por la carretera, no lo será menos el transito por la populosa ciudad de Algeciras. Después de un buen rato circulando, nos costó encontrar la forma de salir de la urbe sin tener que acceder a la autovía, "ingeniosa" solución que nos recomendó hasta la policía municipal. Al fin encontramos una indicación correcta, y tras ascender varias empinadas cuestas, encontramos la paz en una carretera comarcal poco transitada.
Buscamos la población de Los Barrios mientras Isidro y yo jugábamos encima de la bici. Yo pegando demarrajes, demasiado ingenuos para el ciclista canario, y él rematándome con un relevo matador.
Así llegamos a Los Barrios. El Levante había desaparecido y el calor hacía acto de presencia, mientras decidimos qué hacer para comer. La ruta hasta aquí se había alargado en demasía y era esa hora del día demasiado temprana para comer, y quizás no encontrasemos donde hacerlo a una hora decente.
Con las vacías casetas de la feria como testigos, visitamos el Mercadona para aprovisionarnos.
Los víveres en las alforjas y partimos hacía nuestro destino. La sierra de Cadiz se va adivinando a lo lejos y para abrir boca nos deleita con una suave ascensión, ideal para irnos aclimatando. La colina sube por una carretera secundaria sin apenas trafico y muy agradable de ciclar. Un poco de toboganes para enlazar con otra subida y un rápido descenso nos dejará en el barrio Estación Férrea de San Roque.
CRÍTICA CHICOTERA: Restaurante Los Timbales (Estación Férrea) nos aprovisionamos en el Mercadona, con el fin de contener los gastos del viaje, pero los margenes de la carretera no parecían muy acogedores, así que acabamos pidiendo asilo en este lugar.
A cambio de unas bebidas pudimos hacer un poco de picnic en su terraza, a salvo del cálido sol del mediodía.
Por ello nada podemos citar de las bondades culinarias del lugar, eso sí mucho de la amabilidad en el trato dispensado.
Pero mira como beben.......
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Por una vez frugal es el almuerzo, lo que facilitará el reanudar la marcha, en tan caluroso día.
Un carril bici, que discurre por el margen de la llana carretera, será el siguiente tramo. El ritmo es constante y decente, lo que permite recortar tiempo a una etapa ya condicionada.
Antes de llegar a Castellar, en una rotonda, paramos a decidir si subimos al castillo o seguimos de frente hacia Jimena, punto final de la etapa. Isidro y algún otro siguen dando vueltas a la rotonda mientras los demás deliberan. Las opiniones están divididas, así que se impone la de seguir todos juntos, por la carretera hasta el camping. Rodamos y en seguida se oyen voces de desilusión por no poder afrontar la parte más entretenida de la etapa. Paramos, lo repensamos y decidimos partir el grupo en dos, algo inédito hasta la fecha: Los que se vean capaces de subir los siete kilómetros hasta la peña; y los que no, que marcharán por la carretera para cumplimentar la última parte. Como yo fui de los primeros nada puedo contar de lo sucedido en el transito por la vía, por lo que continúo mi relato poniendo el foco en los "grinpeurs".
Cuatro subimos: Juanjo, Isidro, Jesús y yo mismo. La primera parte del ascenso es bastante cómoda y azuzados por las ganas, subimos con el plato grande, a un buen ritmo. Después de una ligera bajada, que termina junto a una posada, observamos, a lo lejos, la peña en la que se sitúa el castillo de Castellar de la Frontera. La diferencia de desnivel entre la fortaleza y donde nos situábamos, presagiaba unos tres últimos kilómetros exigentes. Y así fueron. El sol y el calor hacían más dura la subida, pero la vista mientras ascendíamos merecía la pena. La carretera picaba fuerte hacía arriba pero nuestros músculos respondieron muy bien y ascendimos con rapidez hasta la puerta del castillo.
Una vez arriba Isidro descubrió que estaba cerrado a las visitas, por lo que nos apremió para que partiéramos hacía abajo. Apenas tomar una foto y salir cuesta abajo.
Una primera parte del descenso se hace por una destartalada carretera. Donde esta se termina comienza un sendero bastante ancho y fácil de ciclar. Pero una vez atravesada una valla, la de la izquierda, el sendero se convierte en un barranco de grandes piedras, muy divertida para los amantes del MTB, pero un infierno para los rodadores, como yo.
Apenas dos kilómetros de torrentera, que yo hice bajando a pie y jurando en hebreo, por la tensión acumulada, y tras cruzar una nueva valla salida a una ancha pista. Esta era bastante irregular pero la tierra compactada permitía coger velocidad. Y así circulamos varios kilómetros a una velocidad alta, cercana a los 26km/h.
Unas vías de tren y un cruce en nuestro camino. Jesús trata de informarse en una cercana huerta, pero al verle el desconfiado labriego sale despavorido hacía la cabaña, donde seguramente guarda sus útiles. El GPS marca hacía adelante y por una vez le hacemos caso. De nuevo la pista permite ganar facilmente velocidad, por lo que devoramos velozmente los kilómetros entre bravuconadas.
Pero como todo no puede ser tan fácil, descubrimos que algún avispado agricultor había decidido plantar cereal en nuestro camino, por lo que tuvimos que cruzar un inabarcable campo de trigo, con las espigas apuntando al cielo desde ya muy arriba. Las agujas del cereal decidieron alojarse en nuestras cadenas y desviadores, sobre todo en la de Jesús, por lo que cada cierto tiempo, se veía obligado a detenerse y tratar de limpiar su provecta bicicleta.
Después del trigal, el río y una pista bastante sucia que serpenteaba estrecha entre la corriente y la vía del tren. Las interminables horas montados en la bici comenzaban a pesar y el cansancio aparece. Isidro ofreció buscar el camino más sencillo, y rápido, por la carretera, pero los demás estuvimos de acuerdo con circular por la pista.Algunas veces el track era difícil de seguir, ya que no se distinguía el camino, pero logramos encontrar la senda del río Hozgarganta, que nos llevaría hasta Jimena. El polvo, en esta ocasión, era el protagonista del camino, aunque empezamos a ver algo de gente lo que animó nuestra marcha.
Al cruzar el puente sobre el río creímos haber llegado a nuestro destino. Error fatal. Desconocíamos que para llegar al camping tendríamos que cruzar el pueblo entero, pero en vertical.
Casi 90 metros de desnivel, en apenas dos kilómetros. Esa era la trampa final del día. Encima había que transitar por calles estrechisimas, por lo que cuando aparecía un coche por detrás lo más oportuno era echar pie a tierra.
Cansados, con la bici llena de vegetación, y la ropa de polvo, aparecimos por el lugar que nos alojaría esa noche, el camping de Jimena.
CRÍTICA CHICOTERA: Bar Perez (Jimena de la Frontera) típico bar de pueblo de toda la vida. Nos decantamos por él al ver que ofrecían raciones variadas y montaditos, lo que prometía ser suficiente. Error. Esa noche, algunos de nosotros, descubrimos un nuevo concepto en nuestro caminar por las rutas ibéricas: la recena.
La comanda fue un despropósito, desapareciendo pedidos y transformándose algunas raciones en minúsculas tapas. sin duda la cocina se desbordó ante tal cantidad de clientes jamás vista (once!!) y decidió sacar lo que él buen señor quiso. Algún kangrena apenas probó bocado después de más de una hora sentados en el establecimiento.
Lo único salvable era el más joven, que aventuramos podría ser el hijo del dueño, que fue bastante diligente. Yo que tuve suerte pude comprobar que las raciones y montaditos no estaban mal, a pesar de su escasa presencia.
A falta de tapas buenas son raciones:
CRÍTICA CHICOTERA: Camping Los Alcornocales (Jimena de la Frontera) una vez alejados de la costa la oferta hostelera menguaba considerablemente, por lo que los gestores del viaje decidieron alquilar unos bungalows en el camping municipal.
Estos bungalows estaban bien cuidados y parecían bastante nuevos. Los mismos resultaban un poco pequeños para cuatro personas, pero en este tipo de alojamientos, la comodidad kangrena se choca de bruces con el exiguo presupuesto. Así que alguno tuvo que compartir la cama de matrimonio sin haber pasado por la vicaría, o el juzgado ya que ese tipo de uniones no están bendecidas.
Disponía de wifi y funcionaba bastante decentemente.
Ahora pasamos a lo negativo. Bar, restaurante y piscina cerrados lo que podían haber especificado previamente. Eso sí hubo por ello una pequeña rebaja en el precio estipulado.
Pero sobre todo el encargado del camping era lo peor del lugar. Más papista que Francisco I no dejaba ingresar en sus tierras a nadie sin haberse identificado, rellenado un parte para la Guardia Civil, realizado una exploración de esfínteres... De donde no hay no se puede sacar, se suele decir, pues este encargado estaba más que seco. a pesar de ver a fatigados viajeros no movió un ápice su postura para retrasar el papeleo hasta después de la reparadora ducha.
Proponemos nuevo nombre, camping El Alcornoque:




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