CRÓNICA TRANSANDALUS ETAPA 3

Otro nuevo día luminoso se abría ante nuestros ojos, con la espuma del mar rompiendo en pequeñas olas de viento, mientras recorríamos las dunas de Conil. Una hermosa forma de comenzar quizás la mañana de lunes más atípica del año. Apenas 5 kilómetros entre bancos de arena, vegetación baja y con la linea del mar al alcance de la mano coloreada en mil tonalidades entre azul y verde. Nos sentimos unos privilegiados por esa experiencia tan sencilla y tan llena de matices.
Nada más abandonar la arena, enfilamos la carreterita que bordea la playa del Palmar. Las decenas de chiringuitos aún no se habían recuperado de la noche y aparecían ante nosotros abandonados a la intemperie.
Entre caminos llegamos hasta la carretera que lleva a Caños de Meca. Intentamos poner orden y hacer un pelotón compacto que se defienda bien del aire que nos empieza a entrar suavemente de cara. Rodamos cómodamente hasta la entrada del faro Trafalgar, donde paramos para hacer una visita turística. El acceso está cortado porque la arena ha tapado la carretera, formando alguna duna grande. Esta será la primera pista de lo que nos espera durante el día. Por si fuera poco un instructor de kite surf, que anda por allí, nos avisa de la peligrosidad de la carretera hacía Zahara.
Después de un par de fotos lejanas partimos hacia Caños, donde nos espera la primera tachuela del camino. Apenas un kilómetro de pendiente después de abandonar el nucleo de Caños. El GR de la TransAndalus se dirige por dentro del parque, aunque observamos que alguna valla de acceso está cerrada con cadenas. Nosotros subimos por la carretera, buscando la localidad de Barbate 
Un rápido paso por la localidad popularizada por Chiquito de la Calzada para tomar la opción de llegar a Zahara por la carretera. A ambos lados de la misma se sitúa terreno militar y es imposible el acceso. También se puede ciclar por la playa, por la parte más cercana al agua, pero no nos fiamos de que con tanto peso no se convierta en una trampa.
Pero al final trampa será la carretera, ya que al abandonar la protección de las casas comenzó a soplar un viento muy fuerte, con rachas incluso más violentas. Jamás ninguno había luchado contra un viento igual, ni se había sentido tan desprotegido montando en bicicleta. La mayoría del tremendo esfuerzo estaba dirigido a mantenerse en equilibrio con la bici y en evitar que esta no se fuera hacia el centro de una calzada con bastante trafico. Diseminados, cada uno luchó como pudo para recorrer los 13 kilometros más complicados y peligrosos a los que nos habíamos enfrentado. Espe incluso llegó a caer, con suerte de no sufrir mucho más de un gran  susto.
La etapa más sencilla, en el mapa, se complicaba en sobremanera. 
Uno a uno fuimos llegando al refugio que suponía el pueblo de Zahara de los Atunes. En la pequeña localidad pesquera "asaltamos" una pequeña cafetería con el fin de recuperar fuerzas para lo que se avecinaba. Tan solo tenía patatas fritas y aceitunas, el pobre señor desbordado que nos atendió, así que tiramos de las siempre socorridas barritas energéticas. 
Un poco más  protegidos por las urbanizaciones, que pueblan la costa en esa zona, marchamos ahora más ligeros hacia la famosa playa de Bolonia. Atravesamos la lujosa urbanización de Atlanterra y Juanjo y yo, que vamos por delante, nos pegamos un calenton con una cuesta al no encontrar el desvío adecuado. Reponemos fuerza y partimos hacia el faro, que nos indica la dirección correcta. Al llegar al faro, por una carreterita, nos desviamos a la izquierda para entrar en una zona de pista. Esta, a pesar de lo que nos explico de manera telegráfica un avezado ciclista que andaba por allí, es en subida, aunque facilmente ciclable. 
Desde el alto divisamos la famosa duna de la playa de Bolonía, tan bella como salvaje, alimentandose del poniente.
Un rápido descenso por una carretera, en bastante mal estado, nos deposita en la playa. 
Otra pequeña tachuela, de apenas tres kilómetros, que recorta el horizonte terrestre, parece ser el último escollo antes de alcanzar la ciudad de Tarifa. De nuevo el furioso viento hará de freno, y como juguetes del dios Eolo bailamos sobre la bicicleta para evitar la caída. 
El alto lo marca un bar de carretera. Hasta él accedemos nuevamente de uno en uno, agotados por el esfuerzo de una pendiente mínima y un vendaval máximo. Trasegamos unos refrescos en la terraza y montamos sobre nuestras bicicletas. Con fuerzas renovadas tras el parón, esperando la protección del nuevo valle que se abre a nuestros pies, y al horizonte un final de etapa cercano, descendemos.
Al acabar la bajada llegamos hasta la carretera nacional, que nos dirigirá hacía Tarifa. Parece que el viento no puede atravesar las barreras montañosas que enmarcan el valle, pero poco a poco estas irán distanciandose y menguando, hasta que vuelva a aparecer el mar a nuestra derecha y el Levante en contra dirección. 
El cansancio divide los grupos y hay que para varias veces para reagrupar. En una de las paradas JP queda sorprendido por el cartel anunciador del establecimiento. "Casa de Porros" dice el cartel rojiblanco de la puerta, y teniendo en cuenta la fama de los nuevos pobladores de Tarifa y alrededores nos sonreímos ante el equivoco letrero.
La carretera se vuelve muy peligrosa. El ciclón nos dirige hacia el centro de una calzada ocupada por multitud de coches, camiones y autobuses. Probamos por un andadero que discurre tras la valla "quita miedos" pero es estrecha, llena de obstáculos y enseguida se funde con la carretera.
Estos últimos kilómetros, de nuevo, serán un infierno que cada uno recorrerá como buenamente pueda.


CRÍTICA CHICOTERA: Bar El Torreón  (Tarifa) llegamos exhaustos, tarde y con hambre, así que cualquier cosa nos hubiera bastado. A pesar de todo, con nuestro espíritu crítico habitual, notamos que el camarero lejos de darnos toda la carta, nos aconsejaba unos platos combinados, sin duda más fáciles de resolver para la cocina.
Una vez más nos armamos de paciencia, y de cervezas, y esperamos a que fuera saliendo la comida, sentados en la terraza cubierta del local.
Comida sencilla, en mi caso, a base de pasta y huevos con jamón. De aprobado raspado. Alguno tuvo más problemas con su pedido e incluso le sacaron algún postre cambiado.
En resumen comida justita y servicio lento e ineficaz, aunque visto la manada que le llegó alguno yo creo que se echó a temblar. Y con razón
Del Torreón al Torpedón:







Entre comida y comida decidimos hacer un poco de turismo. Las estrechas callejuelas de la ciudad antigua parece que tampoco puedan detener el brioso viento, que corre libre por toda la ciudad.
La historia de Guzman, el Bueno, impregna toda la ciudad de leyenda y propaganda pro cristiana. El castillo, escenario del mito, se levanta imponente defendiendo la bocana del puerto. Sus puertas están cerradas.
Para conseguir llegar hasta el islote de las Palomas, el punto más meridional de Europa como rezaba el cartel, para regocijo nuestro e indignación canariona. Como decía, para conseguir llegar al islote hay que atravesar una carretera, contra la que luchan dos mares, uno a cada lado, y en la que en esa ocasión campeaba el fuerte viento que levantaba el agua salada y la arena para arrojarla contra nosotros. Parecía como si quisiera evitar que nadie accediera hasta aquel recóndito paraje. Reclamo turístico o anhelo vital según se le observe desde una orilla u otra del Estrecho.




CRÍTICA CHICOTERA: Pizzeria Desconocida (Tarifa) después de dar muchas vueltas y ver numerosos restaurantes vacíos, o casi, nos decantamos por una pizzeria regentada por un italiano, que como todos nos ofrecía verdadera comida italiana, cocinada en horno de leña. No sabíamos que la leña tuviera enchufe y funcionara con gas....
La cena discurrió en una carpa cubierta en una plazoleta cerca de la calle Reyes Católicos. 
Estuvo bastante bien, tanto el trato como la calidad de la comida, teniendo en cuenta que no solemos visitar los templos gastronómicos locales. 
Algunos acertaron con su pedido, otros no tanto.  A destacar la Fruti di Mare (que vino con su correspondiente chiste de Paco), servida con las cascaras de mejillones. Muy curioso y poco practico. El vino de la casa, baratisimo, se dejaba beber.
Todo bastante bien hasta que llegó el momento que separa una trattoria italiano de una franquicia de pizzerias: el tiramisú. Y allí la decepción fue general y mayúscula. Tampoco la mousse de chocolate estaba muy bien, así que allí cayó nuestra valoración.
Ma como?, io arrivo di Como:
 







CRÍTICA CHICOTERA: Hostal Africa   Muy simpática y dicharachera la bilbaína propietaria que nos atendió a la llegada. Agradable hostal con un precioso hall. 
Lo mejor es que en su terraza, que domina los tejados de la parte intramuros de la ciudad, han creado un espacio muy agradable, tipo chill out, donde disfrutar sobre todo al atardecer, protegido del poderoso viento de la zona.
Con anterioridad a nuestra legada habían tenido un problema de inundación en alguna de las habitaciones, así que la de cuatro que nos asignaron, arriba en el palomar, era demasiado pequeña, y el baño resultaba minúsculo, hasta para una pareja recién ennoviada. Otros compañeros tuvieron más suerte y su habitación resultó más adecuada a sus necesidades. 
Lo peor las empinadas escaleras, que en nuestro caso para llegar a la habitación había que escalar bastante.
Starways to heaven:
0 CHICOTES
 

Comentarios

  1. Pues es verdad, Jon: Yo tampoco he podido recordar el nombre de la pizzería a la que nos llevaron desde la Piccola Tentazione previa visita guiada a la cocina. Tampoco figura en los directorios comerciales de Tarifa. En fin, como tampoco quedó libre de Chicotes así que...

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