Calurosa se despertó la mañana en Sevilla. Todavía pululaban por la calle los últimos rezagados de la fiebre del viernes noche. Con ellos compartimos desayuno en una cercana plaza.
Allí el camarero estaba obsesionado con el orden perfecto y la simetría de las mesas, así que nos afeó el acto de arrastrar dos de las mismas con el único propósito de disfrutar, juntos, del primer desayuno.
La bocatería de la esquina faltó a su palabra del día anterior y abrió la persiana con legañas, y sin pan. Este contratiempo al final nos provocaría un quebranto importante, en forma de kilómetros, ya que faltando al plan inicial decidimos partir sin comida en el macuto.
Un breve posado para sacar foto frente a la catedral, y un largo paseo por las desiertas calles en la madrugada de Heliopolis. Las primeras pedaladas.
Pronto se desata el dilema, el clásico filosófico, ético y moral: el hombre contra la maquina. El track que llevamos en el GPS no nos lleva a la salida de la ciudad, o no sabemos seguir sus indicaciones, o no nos fiamos de sus indicaciones, o .... en fin que más da. La verdad es que no acertamos a salir del asfalto, a pesar de tener el río a nuestra vera.
Como en una novela de Corin Tellado, un hombre desconocido, montado a caballo, sale en nuestra ayuda. En un montículo, recortada su silueta por el sol, nos espera para indicarnos el cruce adecuado.
La pista es ancha y rápida, de arena compactada, y así será durante las próxima horas. El camino, con el río siempre a la derecha, se va llenando poco a poco de ciclistas locales, que salen a disfrutar de la mañana sabatina.
El grupo circula partido en dos, pero con velocidad, lo que promete que el retraso acumulado durante la salida de la urbe, pueda ser enjugado. Los menos acostumbrados a rodar circulan por detrás, tratando de coger ritmo. Mientras los kangrenas más fuertes hacen exhibición de estado de forma y ganas de ciclar.
La pista es plana, seca, solitaria y carece de cualquier servicio. Cuanto más se acerca el mediodía, más solos nos encontramos. Apenas una romería al borde del camino rompe la monotonía.
En el momento más insospechado, en una parada como cientos, a mi lado, cae JP. La escasa velocidad de la bicicleta en el momento del derrapaje, actua en su contra, infringiéndole un daño superior al que parecía en la primera impresión. Las magulladuras, heridas y golpes le lastraran todo la semana.
Se acerca la hora de comer, y sin ningún tipo de viandas, nos vemos en la obligación de tener que ir hasta Lebrija. Lo que se supone que es un fuera de pista de apenas un par de kilometros comienza a mosquearnos al no distinguir el pueblo en lontananza. Todos nos acordamos de los bocadillos que se quedaron en Sevilla y de como un pique nique en una sombra podían haber aligerado de kilómetros la larga etapa inicial.
Al final quince kilómetros de regalo, por una carretera siguiendo las acequias de regadío, hasta el polígono donde encontramos un bar donde comer
CRÍTICA CHICOTERA: Bar Poligono (Lebrija) Ambiente polígonero del cañí, con poster dedicado de "cantante" choni local y fotos de Sergio Ramos.
El dueño nos obsequió con numerosas ofertas en el menú y luego trajo lo que quiso. Tenía problemas para contar así que allí comenzamos a levantar los brazos, lo que a la larga a alguno le ha llevado a una baja medica por "codo de tenista".
El salmorejo era gazpacho y el pollo, lo pidieras como lo pidieras, tenía la capacidad de metamorfosearse en pollo al ¿ajillo? (estilo pekinés, muy cortadito para los nenes). Lo mejor la cantidad, más que suficiente por 8 eurazos.
Echame una mano prima (qué no se cuantos salmorejos han pedido):
Calor, mucho calor y pesadez, mucha pesadez. Así nos pusimos en marcha, con más pereza que a la mañana, por la carretera que une Lebrija con Trebujena.
El calor de mayo no agosta tanto, y con la suficiente velocidad el aire refrescaba un poco los cuerpos agotados por el esfuerzo y la digestión.
En la localidad de Trebujena tomamos una cuesta a la derecha y una cruce a la izquierda, que nos depositan en una pequeña carretera. Allí disfrutamos de la primera recompensa visual del camino: Las marismas del Guadalquivir, el "río grande" de Al Andalus, nos enseñan todo su verde esplendor desde lo lejos.
Bordearemos las marismas durante inacabables kilómetros, con apenas unas destartaladas barracas de pescadores, como testimonio de la civilización.
De repente arboles, un pinar. Nos adentramos, atravesando un cartel que indica Coto de Doñana, al pinar de la Algaida. Allí ciclamos por una camino de hormigón, estrecho pero rápido y cómodo, que discurre paralelo a la pista, llena de socabones, por donde pueden transitar los coches autorizados.
Al salir del pinar nos daremos de bruces con la urbanización masiva que prolifera en las costas y que durante unos kilómetros de carretera unirá, sin interrupción, varios núcleos hasta que lleguemos a la playa de Sanlucar de Barrameda.
En la larguisima barra de arena tomamos un descanso, mientras observamos el singular paisaje, por donde navegaron algunos de los más famosos conquistadores de América, para ir en busca de la gloria o la muerte.
El antiguo puerto de Bajo de Guía observa como once ciclistas buscan el camino hacia Chipiona. De nuevo el saber informático contra la capacidad de memoria humana. Al fin encontramos la salida de Sanlucar y la entrada a la vía verde de La Costa Noroeste
La vía resulta fácil y rápida pero aburrida y fatal para nuestras doloridas posaderas. Las nueve horas montados sobre la bicicleta, en un terreno que no da posibilidad de cambio de postura, magullan más que el más escarpado de los puertos de montaña. Nueve kilómetros que se harán eternos.
Un hortera letrero en una glorieta nos indica la entrada en la localidad chipionera. Entre el trafico buscamos la playa, con el omnipresente faro como guía. Al doblar una calle descubrimos, a la vez, la playa y la enorme concentración motera que se prepara para el fin de semana del Gran Premio de Jerez de MotoGP. Los rugidos de motor y el chirriar de ruedas son constantes. Después de un día circulando por desérticos caminos el final nos chirría en demasía.
De tan cansados que vamos, los adelantados no atinamos a ver la entrada al albergue y nos pasamos de largo, llegando casi hasta la arena.
Ese será el final de una maratoniana etapa de más de 127 kilómetros, de casi 10 horas de viaje, y el principio de la TransAndalus 2014.
CRÍTICA CHICOTERA: Pizzeria Roberto (Chipiona) uno de los mayores aciertos de todo el viaje. Pizzeria con gran terraza exterior, con llenazo lo que es siempre buena señal. Carta variada con pizzas y otros tipos de fast food. Las pizzas eran grandes y con mucho ingrediente, al estilo Telepizza, no al de trattoria, variadas y sabrosas. El precio me pareció baratisimo (8-9€ pizza). Lo peor es que estuvimos muchisimo tiempo esperando por la comida, es que lo que pasa con los locales de moda, mueren de exito... Así que paciencia y hambre es lo necesario para ir a comer a la pizzeria Roberto.
Ma como?, me lo como:
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CRÍTICA CHICOTERA: Albergue de la Juventud de Chipiona situado en un lugar inmejorable, al borde del mar y cerca de los bares del paseo marítimo.
Dispone de habitaciones de cuatro camas con baño. Como en todo este tipo de alojamientos la funcionalidad se transforma en frialdad, por lo que el usuario parece mutar en un interno de institución benéfica.
Estaba lleno por ser el fin de semana de motos en la cercana Jerez, aún así el ambiente era calmado.
El desayuno estaba incluido en el precio y era buffet, con lo que implica para los agradecidos estómagos de la clase obrera (perdón quise decir media ó media-media ó media-baja...)..
Lo pero es que no dispone de un sitio seguro y cómodo donde aparcar las bicicletas.
En homenaje a La Más Grande:
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Allí el camarero estaba obsesionado con el orden perfecto y la simetría de las mesas, así que nos afeó el acto de arrastrar dos de las mismas con el único propósito de disfrutar, juntos, del primer desayuno.

Un breve posado para sacar foto frente a la catedral, y un largo paseo por las desiertas calles en la madrugada de Heliopolis. Las primeras pedaladas.
Pronto se desata el dilema, el clásico filosófico, ético y moral: el hombre contra la maquina. El track que llevamos en el GPS no nos lleva a la salida de la ciudad, o no sabemos seguir sus indicaciones, o no nos fiamos de sus indicaciones, o .... en fin que más da. La verdad es que no acertamos a salir del asfalto, a pesar de tener el río a nuestra vera.
Como en una novela de Corin Tellado, un hombre desconocido, montado a caballo, sale en nuestra ayuda. En un montículo, recortada su silueta por el sol, nos espera para indicarnos el cruce adecuado.
La pista es ancha y rápida, de arena compactada, y así será durante las próxima horas. El camino, con el río siempre a la derecha, se va llenando poco a poco de ciclistas locales, que salen a disfrutar de la mañana sabatina.
El grupo circula partido en dos, pero con velocidad, lo que promete que el retraso acumulado durante la salida de la urbe, pueda ser enjugado. Los menos acostumbrados a rodar circulan por detrás, tratando de coger ritmo. Mientras los kangrenas más fuertes hacen exhibición de estado de forma y ganas de ciclar.

En el momento más insospechado, en una parada como cientos, a mi lado, cae JP. La escasa velocidad de la bicicleta en el momento del derrapaje, actua en su contra, infringiéndole un daño superior al que parecía en la primera impresión. Las magulladuras, heridas y golpes le lastraran todo la semana.
Se acerca la hora de comer, y sin ningún tipo de viandas, nos vemos en la obligación de tener que ir hasta Lebrija. Lo que se supone que es un fuera de pista de apenas un par de kilometros comienza a mosquearnos al no distinguir el pueblo en lontananza. Todos nos acordamos de los bocadillos que se quedaron en Sevilla y de como un pique nique en una sombra podían haber aligerado de kilómetros la larga etapa inicial.
Al final quince kilómetros de regalo, por una carretera siguiendo las acequias de regadío, hasta el polígono donde encontramos un bar donde comer
CRÍTICA CHICOTERA: Bar Poligono (Lebrija) Ambiente polígonero del cañí, con poster dedicado de "cantante" choni local y fotos de Sergio Ramos.
El dueño nos obsequió con numerosas ofertas en el menú y luego trajo lo que quiso. Tenía problemas para contar así que allí comenzamos a levantar los brazos, lo que a la larga a alguno le ha llevado a una baja medica por "codo de tenista".
El salmorejo era gazpacho y el pollo, lo pidieras como lo pidieras, tenía la capacidad de metamorfosearse en pollo al ¿ajillo? (estilo pekinés, muy cortadito para los nenes). Lo mejor la cantidad, más que suficiente por 8 eurazos.
Echame una mano prima (qué no se cuantos salmorejos han pedido):
Calor, mucho calor y pesadez, mucha pesadez. Así nos pusimos en marcha, con más pereza que a la mañana, por la carretera que une Lebrija con Trebujena.
El calor de mayo no agosta tanto, y con la suficiente velocidad el aire refrescaba un poco los cuerpos agotados por el esfuerzo y la digestión.
En la localidad de Trebujena tomamos una cuesta a la derecha y una cruce a la izquierda, que nos depositan en una pequeña carretera. Allí disfrutamos de la primera recompensa visual del camino: Las marismas del Guadalquivir, el "río grande" de Al Andalus, nos enseñan todo su verde esplendor desde lo lejos.
Bordearemos las marismas durante inacabables kilómetros, con apenas unas destartaladas barracas de pescadores, como testimonio de la civilización.
De repente arboles, un pinar. Nos adentramos, atravesando un cartel que indica Coto de Doñana, al pinar de la Algaida. Allí ciclamos por una camino de hormigón, estrecho pero rápido y cómodo, que discurre paralelo a la pista, llena de socabones, por donde pueden transitar los coches autorizados.
Al salir del pinar nos daremos de bruces con la urbanización masiva que prolifera en las costas y que durante unos kilómetros de carretera unirá, sin interrupción, varios núcleos hasta que lleguemos a la playa de Sanlucar de Barrameda.
En la larguisima barra de arena tomamos un descanso, mientras observamos el singular paisaje, por donde navegaron algunos de los más famosos conquistadores de América, para ir en busca de la gloria o la muerte.
El antiguo puerto de Bajo de Guía observa como once ciclistas buscan el camino hacia Chipiona. De nuevo el saber informático contra la capacidad de memoria humana. Al fin encontramos la salida de Sanlucar y la entrada a la vía verde de La Costa Noroeste
La vía resulta fácil y rápida pero aburrida y fatal para nuestras doloridas posaderas. Las nueve horas montados sobre la bicicleta, en un terreno que no da posibilidad de cambio de postura, magullan más que el más escarpado de los puertos de montaña. Nueve kilómetros que se harán eternos.
Un hortera letrero en una glorieta nos indica la entrada en la localidad chipionera. Entre el trafico buscamos la playa, con el omnipresente faro como guía. Al doblar una calle descubrimos, a la vez, la playa y la enorme concentración motera que se prepara para el fin de semana del Gran Premio de Jerez de MotoGP. Los rugidos de motor y el chirriar de ruedas son constantes. Después de un día circulando por desérticos caminos el final nos chirría en demasía.
De tan cansados que vamos, los adelantados no atinamos a ver la entrada al albergue y nos pasamos de largo, llegando casi hasta la arena.
Ese será el final de una maratoniana etapa de más de 127 kilómetros, de casi 10 horas de viaje, y el principio de la TransAndalus 2014.
CRÍTICA CHICOTERA: Pizzeria Roberto (Chipiona) uno de los mayores aciertos de todo el viaje. Pizzeria con gran terraza exterior, con llenazo lo que es siempre buena señal. Carta variada con pizzas y otros tipos de fast food. Las pizzas eran grandes y con mucho ingrediente, al estilo Telepizza, no al de trattoria, variadas y sabrosas. El precio me pareció baratisimo (8-9€ pizza). Lo peor es que estuvimos muchisimo tiempo esperando por la comida, es que lo que pasa con los locales de moda, mueren de exito... Así que paciencia y hambre es lo necesario para ir a comer a la pizzeria Roberto.
Ma como?, me lo como:
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CRÍTICA CHICOTERA: Albergue de la Juventud de Chipiona situado en un lugar inmejorable, al borde del mar y cerca de los bares del paseo marítimo.
Dispone de habitaciones de cuatro camas con baño. Como en todo este tipo de alojamientos la funcionalidad se transforma en frialdad, por lo que el usuario parece mutar en un interno de institución benéfica.
Estaba lleno por ser el fin de semana de motos en la cercana Jerez, aún así el ambiente era calmado.
El desayuno estaba incluido en el precio y era buffet, con lo que implica para los agradecidos estómagos de la clase obrera (perdón quise decir media ó media-media ó media-baja...)..
Lo pero es que no dispone de un sitio seguro y cómodo donde aparcar las bicicletas.
En homenaje a La Más Grande:
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¡Qué brillante prosa! Qué gran novio habrías sido, con ese piquito de oro si te conozco un poco antes...
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