Tras un reparador descanso, y un copioso desayuno en Casa Galín, nos disponemos a la partida. La etapa más larga nos espera y es conveniente atacarla pronto.
Un último vistazo a la hermosa villa burgalesa mientras posamos delante de su torreón y junto a su picota. La webcam municipal nos observa desde un ventanal fabricado para otros menesteres. Cruzamos el Arlanza por su puente y nos disponemos a la cuesta arriba inicial con ánimos renovados.
La carretera transcurre, como el día anterior, en un sube y baja continuo enmarcado por un bosque bajo. La marcha se hace rápida y pronto nos encontramos con el primer hito del día Santo Domingo de Silos.
La mañana dominical, en las cercanías del famoso monasterio románico, nos saluda con el silencio. Uno siempre espera que surja en esos pagos, de la nada, un leve hilo de música gregoriana que acabe por inundar místicamente cada rincón del pueblo. Pero apenas distinguimos la santidad del lugar encerrada entre los gruesos muros de piedra de la abadía. Después de conseguir el sello de un hostal contiguo al cenobio, decidimos partir en busca de nuestro destino.
Ya don Sancho se volvía, Álvar Fáñez le fue a hablar:
"Si veis venir a más gente para buscarnos, abad,
les diréis que el rastro sigan y marchen a buen andar,
sea en yermo o en poblado ya nos podrán alcanzar".
Conforme avanza la mañana el sol calienta cada vez más y las cuestas se hacen más pronunciadas. Algunos de los kangrenas, poco entrenados este año para estas lides, sufren un autentico calvario y la marcha poco a poco se va ralentizando. Los pueblos se empequeñecen y se dispersan, es necesario tomar una decisión logística. Cargamos en las alforjas la comida comprada en una pequeña tienda de comestibles y nos preparamos para continuar.
El viento se une a nuestra comitiva. Nos saluda de cara con fuerza. La marcha resulta aún más dura para los sufridores. Miramos el cuentakilómetros y este parece que nos quiere engañar, parandose caprichosamente en un numero aleatorio. Tan solo el humor de Paco mantiene el animo de la tropa.
Decidimos parar a almorzar. Una aldea, sin nombre remarcable, nos ofrece un parquecillo en el otero. Hasta las ovejas se agrupan para protegerse del fuerte viento que barre la pradera. No es el sitio más agradable para descansar, pero servirá para no alargar en exceso la sobremesa.
Todo el otero ha ocupado, allí sus tiendas armaba;
unas las pone en la sierra, otras junto al río planta.
Con el estomago lleno, aunque apenas caliente por el recuerdo del vino, partimos. El tiempo apremia y cuanto antes ganemos el cañón del río Lobos, antes dejaremos atrás ese viento que nos frena y nos desmoraliza.
Escondido tras las colinas nos encontramos con el puente de los Siete Ojos. Allí dejaremos la carretera para adentrarnos en la última parte del cañón, apenas siete kilómetros. El viento se detiene, el sol está todavía alto y calienta las desnudas paredes rocosas. Resulta agradable y hermoso el lugar. Tan solo los menos dotados técnicamente para la bici lo pasamos regular tratando de mantenernos encima del sillín en un sendero estrecho, empedrado e irregular. Incluso el vadear el río se convierte en momento de chanzas y bromas varias.
A duras penas avanzamos entre subir, bajar de la bici y cruzar la corriente. A cada paso que damos el río parece tomar más espacio, el cañón a empequeñecerse, y las continuos meandros nos obligan a franquearlo una y cien veces, apoyando la montura en las cansadas espaldas o en las piedras que forman los pequeños saltos de agua. Gracias a una labor de equipo encomiable logramos acercarnos poco a poco al ensanchamiento del paso, que sin embargo parece inalcanzable.
Más de dos horas de esfuerzo después pudimos contemplar la serena belleza de la ermita románica que sirve de pórtico sur al cañón. Tumbados en la campa recuperamos las fuerzas,la esperanza y la alegría a pesar de los pinchazos.
Al fin nos reencontramos con el asfalto. Sin el lastre del firme irregular anterior parecemos volar. Cuando de repente un descuido de Xabi está a punto de dar con sus huesos en el fondo del río. Su rueda en el ultimo instante buscó un arcén que no existía, tan solo una pequeña piedra le sujetó al firme antes de la caída. Un susto pero parece que siempre algún santo nos auxilia en los momentos más complicados.
Aquellas sierras y montes, aquellos ríos pasaban,(...)
Un pueblo, un bar. Llamadas de teléfono y alguna Coca Cola que nos reponga. Hay que seguir. Primero hasta Burgo de Osma, después hasta San Esteban. El sol va cayendo inexorable. No hay tiempo para apreciar la belleza de los lugares que transitamos. Tan solo pedalear y pedalear.
La noche está ya presente cuando llegamos a San Esteban, o al menos a su arrabal. Un hostal de carretera, vetusto y frío, será nuestro hogar por esta noche. Todo nos parece bien tras tan exhausta jornada. El turismo queda para otro día. Hoy el descanso es obligado.
Prisa se dan a cumplir lo que manda su señor,
de día y noche cabalgan, no toman reposo, no.
Por fin llegan a Gormaz, castillo de gran valor,
y allí, por sólo una noche, el descanso se tomó.
Un último vistazo a la hermosa villa burgalesa mientras posamos delante de su torreón y junto a su picota. La webcam municipal nos observa desde un ventanal fabricado para otros menesteres. Cruzamos el Arlanza por su puente y nos disponemos a la cuesta arriba inicial con ánimos renovados.
La carretera transcurre, como el día anterior, en un sube y baja continuo enmarcado por un bosque bajo. La marcha se hace rápida y pronto nos encontramos con el primer hito del día Santo Domingo de Silos.
La mañana dominical, en las cercanías del famoso monasterio románico, nos saluda con el silencio. Uno siempre espera que surja en esos pagos, de la nada, un leve hilo de música gregoriana que acabe por inundar místicamente cada rincón del pueblo. Pero apenas distinguimos la santidad del lugar encerrada entre los gruesos muros de piedra de la abadía. Después de conseguir el sello de un hostal contiguo al cenobio, decidimos partir en busca de nuestro destino.
Ya don Sancho se volvía, Álvar Fáñez le fue a hablar:
"Si veis venir a más gente para buscarnos, abad,
les diréis que el rastro sigan y marchen a buen andar,
sea en yermo o en poblado ya nos podrán alcanzar".
Conforme avanza la mañana el sol calienta cada vez más y las cuestas se hacen más pronunciadas. Algunos de los kangrenas, poco entrenados este año para estas lides, sufren un autentico calvario y la marcha poco a poco se va ralentizando. Los pueblos se empequeñecen y se dispersan, es necesario tomar una decisión logística. Cargamos en las alforjas la comida comprada en una pequeña tienda de comestibles y nos preparamos para continuar.
El viento se une a nuestra comitiva. Nos saluda de cara con fuerza. La marcha resulta aún más dura para los sufridores. Miramos el cuentakilómetros y este parece que nos quiere engañar, parandose caprichosamente en un numero aleatorio. Tan solo el humor de Paco mantiene el animo de la tropa.
Decidimos parar a almorzar. Una aldea, sin nombre remarcable, nos ofrece un parquecillo en el otero. Hasta las ovejas se agrupan para protegerse del fuerte viento que barre la pradera. No es el sitio más agradable para descansar, pero servirá para no alargar en exceso la sobremesa.
Todo el otero ha ocupado, allí sus tiendas armaba;
unas las pone en la sierra, otras junto al río planta.
Con el estomago lleno, aunque apenas caliente por el recuerdo del vino, partimos. El tiempo apremia y cuanto antes ganemos el cañón del río Lobos, antes dejaremos atrás ese viento que nos frena y nos desmoraliza.
Escondido tras las colinas nos encontramos con el puente de los Siete Ojos. Allí dejaremos la carretera para adentrarnos en la última parte del cañón, apenas siete kilómetros. El viento se detiene, el sol está todavía alto y calienta las desnudas paredes rocosas. Resulta agradable y hermoso el lugar. Tan solo los menos dotados técnicamente para la bici lo pasamos regular tratando de mantenernos encima del sillín en un sendero estrecho, empedrado e irregular. Incluso el vadear el río se convierte en momento de chanzas y bromas varias.
A duras penas avanzamos entre subir, bajar de la bici y cruzar la corriente. A cada paso que damos el río parece tomar más espacio, el cañón a empequeñecerse, y las continuos meandros nos obligan a franquearlo una y cien veces, apoyando la montura en las cansadas espaldas o en las piedras que forman los pequeños saltos de agua. Gracias a una labor de equipo encomiable logramos acercarnos poco a poco al ensanchamiento del paso, que sin embargo parece inalcanzable.
Más de dos horas de esfuerzo después pudimos contemplar la serena belleza de la ermita románica que sirve de pórtico sur al cañón. Tumbados en la campa recuperamos las fuerzas,la esperanza y la alegría a pesar de los pinchazos.
Al fin nos reencontramos con el asfalto. Sin el lastre del firme irregular anterior parecemos volar. Cuando de repente un descuido de Xabi está a punto de dar con sus huesos en el fondo del río. Su rueda en el ultimo instante buscó un arcén que no existía, tan solo una pequeña piedra le sujetó al firme antes de la caída. Un susto pero parece que siempre algún santo nos auxilia en los momentos más complicados.
Aquellas sierras y montes, aquellos ríos pasaban,(...)
Un pueblo, un bar. Llamadas de teléfono y alguna Coca Cola que nos reponga. Hay que seguir. Primero hasta Burgo de Osma, después hasta San Esteban. El sol va cayendo inexorable. No hay tiempo para apreciar la belleza de los lugares que transitamos. Tan solo pedalear y pedalear.
La noche está ya presente cuando llegamos a San Esteban, o al menos a su arrabal. Un hostal de carretera, vetusto y frío, será nuestro hogar por esta noche. Todo nos parece bien tras tan exhausta jornada. El turismo queda para otro día. Hoy el descanso es obligado.
Prisa se dan a cumplir lo que manda su señor,
de día y noche cabalgan, no toman reposo, no.
Por fin llegan a Gormaz, castillo de gran valor,
y allí, por sólo una noche, el descanso se tomó.
Si la milagrosa fortuna que salvó a Xabi de un costalazo mayor o de un baño a destiempo se debió a la intercesión de un santo, debemos atribuírsela a San Úrbez o Urbicio (del vasco ur/or=oro y bide=camino)que le llevó por el "camino de la perfección" manteniéndole en el camino hasta Valencia.
ResponderEliminarJotaPé
Muy acertado tu comentario querido kangrena. Sobre todo por que etimológicamente "urbide" puede significar también "camino del agua" (del vasco ur/agua), que es para donde iba el zagal. Por lo tanto, podríamos decir que los genios del agua (las "lamias", especie de sirenas de rio con cuerpo de mujer y piernas de pato) le quisieron atraer hacia ellas con fines perversos y tan solo la intervención de San Urbicio (que debía ser alaves con ese nombre....) le llevó por el "camino de la perfección" hacia el asfalto.
EliminarResumiendo ¡vaya potra!
Estoy vivo de milagro!!!. Gracias San Urbicio!!!. Pero la próxima vez sálvame antes, que me deje rasurada la pierna. Y gracias a Salva, que con sus ungüentos pude recuperarme rápidamente y llegar a Valencia hecho un doncel, digo un pincel.
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